Películas que pueden ser artísticamente relevantes o no –en el sentido más romántico y puro dentro de los cánones del séptimo arte– pero seguro fueron importantes por su impacto cultural más allá de los límites de la pantalla. De ellas se encarga Las películas que nos formaron, una miniserie documental original de Netflix que estrenó su primera temporada a fines de 2019, con cuatro capítulos, dedicados a Baile caliente (Emile Ardolino, 1987), Duro de matar (John McTiernan, 1988), Los cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984) y Mi pobre angelito (1990, Chris Columbus).
La segunda temporada, que se acaba de estrenar en la misma plataforma, aborda otras cuatro películas; algunas de ellas no sólo nos formaron sino que además marcaron una nueva forma de hacer cine, sobre todo relacionada con los efectos especiales. Nos mostraron que un mundo imposible era completamente posible, al menos durante las dos horas que pasamos en la butaca frente a la pantalla –y luego en la silla, el sillón o lo que sea, porque son esas películas que vimos hasta sin querer por televisión–.
El primer capítulo de esta nueva temporada está dedicado nada menos que a Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985) y se centra, como es la regla de esta serie, en los entretelones que dieron vida a la película desde su semilla argumental. Bob Gale, quien escribió el guion junto con Zemeckis, es el entrevistado más relevante y cuenta cómo fue creciendo el proyecto desde que se le ocurrió una simplísima idea, luego de visitar la casa de sus padres, a principios de los 80, cuando hojeó el anuario liceal de su padre, que había ido al mismo instituto que él casi 30 años antes: ¿cómo hubiese sido compartir aquella época?; ¿padre e hijo habrían sido amigos?
Así nació esa mezcla única de comedia y ciencia ficción que, contra todo pronóstico, resultó ser la película más taquillera de Estados Unidos en 1985. Porque, vamos, a priori, su argumento es muy bizarro y demasiado edípico: ¿un adolescente viaja al pasado, su futura madre se enamora de él y entonces debe lograr que se enganche con su futuro padre, porque, de lo contrario, no nacerá? ¿Qué se fumaron?
Los más entusiastas de la película seguro sabrán de memoria los laberintos de producción, y los que no, aquí tienen una entretenida forma de enterarse. Por ejemplo, Eric Stoltz fue el primer actor en ser contratado para el rol de Marty McFly, porque Michael J Fox –la opción original del director– no estaba disponible, pero luego de cinco semanas de filmación lo echaron, ya que para Zemeckis le daba un tono mucho más serio –y hasta oscuro– a la película. Finalmente, lograron contratar a Fox, y ya sabemos lo que pasó.
Resulta interesante comprobar, una vez más, cómo en casi todos los éxitos culturales masivos –de cualquier índole– siempre hay una persona que se supone que sabe –en general, un ejecutivo– y ordena cambios que demuestran que en realidad no sabe mucho, pero por suerte no le dan cabida. Como aquel directivo de Paramount que le dijo una y otra vez a Francis Ford Coppola, mientras ideaba El Padrino (1972), que ni se le ocurriera elegir a Marlon Brando para el rol de Vito Corleone... Acá tenemos a Sidney Sheinberg, capo de Universal, que quería cambiarle el nombre a la película, porque “volver al futuro” le parecía una incongruencia temporal y no lo entendía, cuando justamente ese título resume su esencia, en una forma tan obvia que pierde la gracia si se explica. ¿Cuál era el nombre que quería el directivo? Space Man from Pluto (“hombre del espacio desde Plutón”)...
El que amablemente contestó que no le iban a cambiar el título fue el productor ejecutivo de la película, un tal Steven Spielberg, que es protagonista en otro capítulo de esta serie –aunque no fue entrevistado especialmente, sino que aparece gracias al archivo–, dedicado a Parque Jurásico, dirigida por él y estrenada en 1993, que se convirtió en la más taquillera de la historia en ese momento (¿aún quedará alguien que no la haya visto?).
En ese capítulo se narra cómo fue el proceso, allá en los albores de la década de 1990, que culminó con el uso de CGI (gráficos generados por computadora, por su sigla en inglés) a gran escala para “crear” a los dinosaurios, una técnica que luego se volvería omnipresente en el cine mainstream de Hollywood. Además del famoso animatronic –un robot gigante controlado mecánicamente– del tiranosaurio, que se usó para los planos más cercanos, la idea original era usar la vieja técnica de animación stop motion (cuadro por cuadro), pero a Spielberg no le convencieron los primeros resultados.
Así las cosas, aun dentro de una superproducción de Hollywood de 65 millones de dólares –más otra cantidad igual sólo para la campaña de marketing– en la que todo está bajo estricto control, se precisa a alguien un poco rebelde, con cabeza más romántica y artesanal, para romper el molde y mejorar el producto artístico. Fue así que Steve Williams, especialista en efectos visuales, trabajó en secreto –porque no le tenían confianza– para diseñar una muestra totalmente digital de un tiranosaurio corriendo. El resto es historia y quedó en la pantalla (el encargado del stop motion, Phil Tippett, que andaba para acá y para allá animando muñecos, al ver los resultados logrados con un teclado y un mouse, exclamó: “¡Estoy extinto!”).
Los demás capítulos de la serie están dedicados a Forrest Gump (otra de Zemeckis, de 1994) y Mujer bonita (Garry Marshall, 1990). Esta última es, de las abordadas en la nueva temporada, por lejos la más simplona (y eso sin tener en cuenta el nudo argumental de la prostituta que encuentra la “salvación” en un príncipe azul y millonario...).
Como suele ser lo más común en las miniseries documentales de Netflix con capítulos cortos –no más de 50 minutos–, el ritmo se pasa de vertiginoso, acorde a los tiempos de déficit atencional en los que vivimos. El narrador en off es omnipresente y vive haciendo chistes; hay un ida y vuelta permanente de edición entre las imágenes de la película de turno y los comentarios de los entrevistados, que si aparecen hablando más de 30 segundos sin un solo corte es un milagro. Pero, aun así, se pasa un buen rato y, de yapa, dan ganas de volver a ver estas películas que sabemos de memoria y que, en su mayoría, también están en Netflix.
Las películas que nos formaron (The Movies that Made Us). Creada por Brian Volk-Weiss. Netflix.