La gran estructura ondulada de madera con forma de barco, de eucalipto, que aloja al Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) es una obra de arte en sí misma y da forma al primer museo de Uruguay pensado desde el inicio para ser –valga la redundancia– un museo. “La idea es que los sueños se pueden hacer realidad”, expresó su ideólogo y creador, el escultor uruguayo Pablo Atchugarry, el sábado, durante la inauguración, a la que asistieron unas 6.000 personas.

Si hay algo que tienen en común Atchugarry y el arquitecto uruguayo Carlos Ott es el gusto por las curvas y por la precisión, y eso se ve reflejado en la infraestructura del gigantesco edificio, de 5.000 metros cuadrados, levantado dentro del extenso parque de la Fundación Atchugarry, ubicada en el kilómetro 4,500 de la ruta 104, en Manantiales.

Sin una sola nube en la cúpula celeste, sobre las 17.00 comenzó la ceremonia. Con una enorme tijera de madera creada especialmente para la ocasión, el escultor, acompañado por el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, cortó la cinta inaugural. “Esa locura de las almas libres, de la creatividad, del arte, de la excelencia y la belleza. Acá hay una excelencia en cada rincón, que tiene perfección y mucho amor”, dijo el presidente. También acompañaron el momento los expresidentes José Mujica y Julio María Sanguinetti.

El MACA cuenta con cuatro salas de exposiciones, una sala de cine para 75 espectadores, una tienda y una cafetería, además de las 70 esculturas de artistas internacionales que lo circundan.

Según Atchugarry, el museo es parte de la “herencia cultural” que les dejará a los uruguayos. Los visitantes del MACA podrán ver más de 100 obras de artistas nacionales, latinoamericanos y europeos como Joaquín Torres García, Ernesto Neto, Carmelo Arden Quin, Julio Le Parc y Carlos Cruz Diez. Pero las principales atracciones son las 27 piezas que componen Heliografías, del artista argentino León Ferrari, y las más de 50 obras de la pareja de artistas Christo y Jeanne-Claude, un material inédito en América del Sur que es parte de la colección privada de la familia y que se compone de fotografías, dibujos, collages y planos.

El arte que se esconde en lo más cotidiano

En 1966, cuando los miembros de Contemporary Arts recibieron una muestra de Wrapped Box (Cajas envueltas) enviadas por el búlgaro Christo Vladimirov Javacheff, las destruyeron sin querer, porque creyeron que la obra de arte estaba adentro. Años antes, precisamente en 1958, Christo había creado Wrapped Cans (Latas envueltas): latas envueltas empapadas de resina, cola, arena y una fina capa de laca negra. Parecían iniciarse dos obsesiones del artista: por un lado, enrarecer objetos que tienden a desecharse, que están presentes en la vida común y corriente, para transformarlos en algo distinto y digno de admiración, y, por otro, transformar lo pequeño en grande. Al año de haber creado Wrapped Cans, Christo hizo Wrapped Oil Barrels (Barriles de aceite envueltos).

Pero antes de llegar a estas obras lo primero que el visitante de MACA enfrenta al entrar en la sala principal es uno de los ejemplares de la serie Wrapped Magazines, en este caso, una obra creada en 1966 con ejemplares de la revista Life, que muestran primeros y primerísimos planos de mujeres inobjetablemente bellas, pero con miradas perdidas y cargadas de melancolía.

La pila de papel, envuelta en nailon y cuerda, plantea –por qué no– una crítica a la banalidad, a lo prefabricado, a la mercantilización de los cuerpos. Pero las envolturas (de papel, de latas, de barriles, de quién sabe qué en el caso de las cajas, tal vez de nada, como descubrieron los miembros de Contemporary Arts), sean también un deseo de conservación y trascendencia de lo fútil.

Aunque también hay algo de ocultamiento, de aquello que no se deja o no se quiere dejar ver. Esta idea aparece más clara en los planos de una intervención que hizo Christo en tres vidrieras de tiendas comerciales: dos de ellas las cubrió con lienzo y una con pinceladas gruesas de pintura blanca. Los escaparates pierden entonces su función aparente de exhibir, y se pierden no sólo los maniquíes sino el propio reflejo del ser humano que se para enfrente.

La tendencia a la gigantografía aparece más claramente en las obras que Christo realizó junto a su compañera, la artista marroquí Jeanne-Claude Denat de Guillebon, y que les valieron la fama, como las célebres intervenciones performáticas, que consistían en cubrir con inmensas cantidades de tela edificios, puentes, montañas y hasta islas por todo el mundo.

Dibujados con lápices, lapiceras, crayones y pasteles, enormes planos forman parte de la exposición que presenta el MACA. Entre ellos se ve el dibujo de lo que luego fue The Gates, los 7.503 portales con banderas flameantes color anaranjado que los artistas colocaron en el Central Park de Nueva York. De lejos, el contraste del anaranjado con los grises de la ciudad parece un incendio. El anaranjado es el color elegido para Estados Unidos, algo que se ve en las intervenciones que hicieron en California: Umbrella (que se replicó en Japón, pero en azul) y Valley Curtain (Cortina del valle), un manto anaranjado que cubrió todo el horizonte de un valle: otra vez el tema de la ceguera, del ocultamiento.

Un poco de bossa nova

Sobre las 19.30, cuando el sol comenzó a bajar y la mayoría de las autoridades presentes, además de políticos y artistas, continuaban en el cóctel de bienvenida, al aire libre miles de personas, algunas sentadas en sillas y otras en el pasto, esperaban a Toquinho y a su guitarra.

El legendario músico dedicó gran parte de su presentación a recordar los grandes éxitos de Jorge Ben Jor, Baden-Powell y João Gilberto. Sobre este último, dijo: “Él es la bossa nova, él hizo la atmósfera, todos nosotros lo imitamos”, y cantó “Chega de saudade”, canción que considera la semente (semilla) de todo el género. Cerró con “Aquarela”, de su autoría, cantada mitad en español y mitad en portugués. Pero ante un público que no quería dejarlo ir, junto a su compañera de gira, la también brasileña Camilla Faustino, terminaron haciendo una versión de “Canto de Ossanha”, de Baden Powell.