Por algún motivo que no entiendo, David O Russell ganó un enorme prestigio con dos de sus primeras películas, Tres reyes (1999) y El luchador (2010). Estuvo muy activo en la primera mitad de la década pasada, pero desde Joy (2015) no sacaba nada nuevo. Este estreno, tras siete años de silencio, vino lleno de expectativas, que se ampliaron cuando se difundió el reparto, que luce como un desfile por la alfombra roja: aparte del trío protagónico de Christian Bale, John David Washington y Margot Robbie, se puede ver en pantalla a Robert De Niro, Rami Malek, Anya Taylor-Joy, Zoe Saldaña, Chris Rock, Mike Myers, Taylor Swift y muchos más. Es casi una inflación de estrellato.

El letrero inicial dice: “A lot of this really happened” (Pila de esto realmente ocurrió), versión informal de “inspirado en hechos verídicos”. Lo que realmente ocurrió es un episodio no muy recordado y nunca totalmente dilucidado, conocido como el Business Plot (Conspiración de los hombres de negocios). En 1933, en el auge del fascismo italiano y año del ascenso de Adolf Hitler al poder, un grupo de industriales millonarios fomentó un golpe de Estado para derribar al gobierno electo de Franklin Roosevelt e instalar una dictadura fascista en Estados Unidos. La figura elegida para liderar el proceso fue el general Smedley Butler (1881-1940), héroe de muchas guerras, el más condecorado de los marines hasta ese momento. El propio Butler, en vez de asumir el liderazgo, se escandalizó y denunció la conspiración al Comité de Actividades Antiestadounidenses, que, pese a reconocer cierto fondo de verdad en la declaración, no procesó a nadie. Las paranoias antitotalitarias del comité no eran nada simétricas con respecto a derecha e izquierda, y la tendencia crecientemente pacifista de Butler, quien empezó a difundir la idea de que las guerras eran asaltos a mano armada, suscitaron reacciones de escepticismo en la prensa dominante.

Butler aparece en la película con el nombre cambiado a Dillenbeck. La historia está muy complicada, ya que aborda, en primera instancia, a tres estadounidenses que se conocieron hacia el final de la Primera Guerra Mundial en Europa. Harold y Valerie se convierten en pareja, pero es tan fuerte el vínculo con Burt que la relación configura un casi trío. Son inseparables. Viven un momento de disfrute bohemio en Ámsterdam, regresan a Estados Unidos, se separan, se reencuentran, descubren la conspiración, ganan la adhesión de Dillenbeck y se enfrentan a los villanos.

El tono es de farsa. Es una comedia con rasgos peculiares. Quizá lo más extraño sea la violencia cruda que convive con la risa en espíritu de humor negro: vemos detalles de una autopsia, horrendas heridas de guerra, cirugías, un auto pasando por arriba de una muchacha y matándola. Hay muchos chistes con el ojo de vidrio de Burt, que siempre se le salta de la cara. También hay apuntes varios sobre cuestiones sociales terribles: la segregación de los soldados negros estadounidenses en la Primera Guerra (tuvieron que usar uniformes franceses porque la mayoría del Ejército no aceptaba compartir el mismo uniforme con ellos), la aversión a la pareja de un negro con una blanca, la forma en que un negro es de inmediato señalado como sospechoso cuando ocurre un crimen. Muchos de esos temas pueden resonar con las circunstancias de la era Trump y de algunos elementos del contexto que llevó a Trump al poder y que siguen vigentes.

No hay nada más subjetivo que el humor –qué cosa le hace gracia a quién–. A mi sentir, el tono generalizado de farsa lo que termina haciendo es atenuar todo, incluso la farsa misma. No tomamos demasiado en serio la conspiración, ni los problemas sociales indicados, ni los eventos dramáticos –que los hay–. Russell no encontró nada parecido al tono de las comedias a la italiana que lograban ser al mismo tiempo muy graciosas y muy amargas. Todo está ahogado con una pátina de “ja ja ja, no pasa nada”, como si el peso dramático fuera incompatible con la noción de comedia asumida por los realizadores. Eso aplica incluso al amor de Harold y Valerie o a la amistad de ellos con Burt. Ni siquiera la alegría es tomada en serio, ni siquiera el deseo. Nunca nos queda claro de dónde viene el afecto entre ellos, más allá de lo que pueda explicar por sí sola la belleza de Margot Robbie. El vínculo entre ellos es heredero de los triángulos nouvellevagueanos Jules et Jim (1962, de François Truffaut) y Bande à part (1964, de Jean-Luc Godard), pero sin respirar esa aura gozosa de desparpajo y libertad correteando por los pasillos del Louvre o bailando el madison. Muy puritano todo, a lo yanqui: ni siquiera se insinúa la mera imaginación de un triángulo amoroso, que sí se daba en los antecedentes franceses, mucho más picantes, o incluso, en el propio año 1933 en que transcurre la acción de esta película, en plena Hollywood previa al código Hays (véase Design for Living o Rumbos de vida, de Ernst Lubitsch).

Nunca vemos a Harold y Valerie realmente como pareja, y lo más a que llegamos es un beso de boca cerrada sin onda alguna, y uno se pregunta si la propia película no se pliega a cierto cuidado frente al sentir de que un negro y una blanca metidos en una relación sexuada pueda herir susceptibilidades que conviene respetar. El costado pacifista de Smedley ni asoma en su correspondiente Dillenbeck, y la película apenas da cuenta de los intereses económicos de la guerra (en la forma inocua con que aborda todos los temas) en algún apunte colateral.

Puede resultar deslumbrante ver en la pantalla tantos rostros archifamosos, y la película es muy vistosa en otros sentidos también. La reconstrucción de época es formidable y la fotografía es del prodigioso mexicano Emmanuel Lubezki, aunque, por desgracia, la aplanadora cool se aplicó también a los colores, resultando en un afectado tratamiento de color atenuado hacia el sepia.

Ámsterdam. Dirigida por David O Russell. Con Christian Bale, John David Washington, Margot Robbie. Estados Unidos, 2022. En varias salas.