La edición 2022 del pequeño festival Piriápolis de Película transcurrió del 14 al 16 de octubre. Aunque la cantidad de títulos fue reducida con respecto a otras ediciones, la programación fue especialmente sólida. Además de la película, el clima acogedor del Argentino Hotel es propicio al intercambio personal, y fue posible charlar, intercambiar palabras o al menos saludarnos y vernos las caras con cineastas uruguayos, actores argentinos, historiadores, gestores, productores, programadores, distribuidores y colegas críticos.

Así como el festival fue más escueto, también lo fueron los discursos inaugurales. Habló Gustavo Iribarne, cofundador del Piriápolis de Película hace 19 años, y que sigue encargándose, junto con Alejandro Yamgotchian, de la programación. También dijo unas breves palabras Pilar Torrado, la encargada de prensa y difusión. Como siempre, estuvo también Jorge Céspedes, director general de Cultura del departamento de Maldonado, quien enumeró varios éxitos de su gestión y, en general, del audiovisual en el país. El énfasis cayó casi exclusivamente en lo económico, lo que es una pena. Claro que los aspectos económicos son cruciales en una actividad que no se puede hacer sin una cantidad considerable de dinero, pero ese énfasis relegó lo más básico: lo crucial en la cultura no es generar dinero, sino que la cultura misma equivale a dinero, es decir, es un bien deseable en sí mismo, anima la vida, la vuelve más interesante, más efervescente, mejora el país y proporciona herramientas intelectuales y anímicas para mejorarlo más aún. Por algo es que las instituciones gubernamentales siguen otorgando un manejo específico para el área cultural que no es asimilable a la industria ni al comercio, y sería precioso ver a los encargados de Cultura manifestar una conciencia de esa faceta. En fin, Piriápolis de Película es una posibilidad concentrada de encontrarnos con un cine distinto y una cantidad de títulos que posiblemente no lleguen a las carteleras comerciales, o que pueden pasar desapercibidos en la enorme oferta de streaming. Verlos fue realmente enriquecedor.

De Argentina

Imposible mejor contexto que Piriápolis de Película para ver El mundo entero, documental de Sebastián Martínez sobre Francisco Piria (1847-1933). En cuanto realización cinematográfica traduce una influencia de Alain Resnais (el Argentino Hotel como si fuera Marienbad). En los fragmentos del corto Turismo en Piriápolis (1956, de Carlos Bayarres) nos percatamos de que las tomas del Argentino podrían haber sido tomadas hoy: está todo idéntico, la entrada, los pasillos, los salones. Más adelante el documental se vuelve más convencional, con distintos especialistas uruguayos y argentinos comunicando sus conocimientos y opiniones, ilustrados con imágenes de archivo o de aspectos actuales de Piriápolis.

La biografía de Piria y las cosas que hizo son increíbles. No tenía idea, por ejemplo, de su novela El socialismo triunfante, cuya acción transcurre en 2098. Apena ver algunas de sus construcciones reducidas a ruinas. Y siempre es curioso ver las entrevistas a los esotéricos, sus hipótesis delirantes y sus rituales.

Hubo dos ficciones argentinas con elementos de thriller. No podrían ser más distintas una de otra. En Karnawal (de Juan Pablo Félix) los elementos criminales, policíacos y de suspenso están todos puestos en función de la observación social centrada en una familia de pocos recursos en Abra Pampa, Jujuy. Es Carnaval y la cultura local, de fuerte raíz indígena, pulula en la pantalla. Cabra, el protagonista, es un adolescente bailarín de malambo. Para conseguirse buenas botas, contrabandea un revólver desde Villazón, Bolivia, y termina en líos con la Policía y con una pandilla juvenil. Estas cuestiones generalizables sobre la cultura local y la tentación de la criminalidad para los jóvenes de bajos recursos se aúnan con un aspecto dramático más específico, del vínculo de Cabra con su padre prepotente, autoritario, criminal, pero también protector. La historia transcurre constantemente en el suspenso de si Cabra va a poder llegar o no a una importante performance con su grupo de malambo, mientras, en forma algo irresponsable, los padres lo llevan a distintos periplos que nos van mostrando facetas de la sociedad. Es impresionante la expresión y actitud física del joven actor primerizo Martín López Lacci, y las escenas de baile son sensacionales.

Punto rojo (de Nic Loreti) es entretenimiento desapegado de sentimentalismo o moraleja. Realizada con pocos recursos económicos pero con imaginación, pericia y un pulso excepcional, es divertida, impredecible, absurda y está salpicada de humor negro. Casi todo transcurre en un descampado, antes de un encuentro para el intercambio de una mercadería hipersecreta. Quentin Tarantino, Robert Rodríguez y los hermanos Coen parecen haber sido referencias para el director, pero la película tiene su personalidad distintiva. El montaje (del propio Loreti) es formidable. La película tiene uno de los créditos de presentación más swingueros que se hayan hecho después de la década del 70, en sintonía con la música, que también está buenísima. Varios de los momentos culminantes están subrayados con textura visual de historietas viejas (impresas con retícula y a pocas tintas). Imponente la actuación de Demián Salomón.

De Brasil

La madre (de Cristiano Burlan). En un barrio humilde de San Pablo, la protagonista (una extraordinaria Marcélia Cartaxo) se percata de que su hijo adolescente desapareció. La anécdota es bastante lineal, casi que una ilustración pedagógica de una situación que, por desgracia, ocurrió y sigue ocurriendo demasiadas veces. Pero es un retrato muy vívido: el trabajo de la mujer como vendedora ambulante, la tentación de la criminalidad para los jóvenes, la prepotencia policial, los líos con los narcos cuando la mujer denuncia la desaparición a la Policía, la manera en que una sociedad represiva carcome los vínculos de solidaridad (ilustrado aquí en la vecina).

Bien de acuerdo con el sentir deprimido de la mitad no derechista de Brasil, la película responde a la fascistización de la sociedad con guiñadas cómplices entre sus pares. Entonces hay una muy bonita escena con un pastor callejero que en verdad quisiera ser poeta, canta el bello “Samba da utopia” (de Jonathan Silva) y recita un poema de Patativa do Assaré. Hay un tributo a los grupos de madres de desaparecidos en Brasil (y qué emoción ver en la pantalla a esa figura icónica que es Helena Ignez, la gran diva del cine udigrudi) y contribuyen a una asociación entre el terrorismo de Estado dictatorial y el gatillo fácil cotidiano. También hay una alusión a Paulo Freire. El título puede ser una cita de la novela de Gorky y de su adaptación cinematográfica (1926) por Pudovkin. La realización plástico-sonora es excepcional. El plano final, que se extiende largamente, funciona como una interpelación al espectador.

De Uruguay (y Francia)

Historia de invierno (de Gabriela Guillermo e Irina Raffo, Uruguay) es la tercera entrega de la tetralogía de las estaciones emprendida por ambas directoras. Es totalmente distinta de las anteriores, porque no se trata de una ficción sino de un ensayo visual, tributo al cineasta y crítico francés André S Labarthe (1931-2018), profesor y mentor de Guillermo. Captamos rasgos del vínculo entre ambos, pero la película es más bien una composición audiovisual libre, poética, nada expositiva. Hay varios elementos que nunca estamos totalmente seguros sobre qué son, pero que están yuxtapuestos de una manera que suscita ese tipo de intriga constructiva, que nos lleva a perseguir vínculos y pasar el tiempo de proyección con los sentidos encendidos.

Labarthe tenía ese don de los intelectuales franceses (a lo Godard) de ponerse a hablar y decir cosas que no necesariamente son defendibles o verificables, pero que consisten en divagues estimulantes y que traducen un vínculo vital con el arte, el entorno, las palabras, la alta educación y cierto afán subversivo (“Lo real es la realidad una vez que se escapa de la ley”). Vemos fragmentos de películas que suponemos que son de Labarthe unas y de Guillermo otras (creo haber reconocido un plano de Historia de otoño). Hay muchos planos larguísimos, algunos referidos a puntos muy queridos por los francocinéfilos: Studio des Ursulines, La Filmothèque Quartier Latin, Studio 28. Esas imágenes están sonorizadas con bandas musicales de películas viejas, y justo la de La edad de oro (1930) engancha con una entrevista filmada a su director, Luis Buñuel. No sé (porque mal conozco la obra de Labarthe) si algunas superposiciones audio-imagen proceden de las películas citadas o si son propias de Historia de invierno.

Una de las más llamativas es la de un grupo de jóvenes revolviendo basura mientras escuchamos el momento más enaltecedor de la obertura de Lohengrin de Wagner. El plano más sensacional es uno, larguísimo y con encuadre fijo, que muestra un afiche del museo Yves Saint Laurent en la estación de subte La Fourche (no me da el espacio para describirlo, pero vale la película). Es el mejor trabajo fotográfico que haya visto de Irina Raffo. En el montaje participó el gran Guillermo Madeiro (quien, entre los estrenos de 2022, montó también Bosco, Alter y Mateína). La música, preciosa, es de Gonzalo Rivas Zinno, y el cuidado trabajo sonoro fue finalizado por Daniel Yafalián.

De España

La desvida (de Agustín Rubio) integró el miniciclo Fantapiria, de cine fantástico. Es una producción española, pero está hablada en inglés. Eso puede traducir un afán de difusión internacional, pero lo es, en todo caso, en un ámbito muy indie: sólo vemos tres personajes en pantalla, la acción tiene lugar toda dentro de una casa y en el despoblado espacio frente a ella no hay efectos complejos. Hay tres o cuatro momentos escalofriantes, pero en la mayor parte del metraje no estamos en una situación “de terror”, sino en un drama de dolor extremo (la repercusión en una pareja de la muerte del hijo de ocho años). La narrativa transcurre en tres tiempos: una entrevista televisiva a la familia, su historia desde el día del nacimiento del bebé, y una última visita a la casa, luego de la muerte del niño. Son todos planos secuencia, con excepción de uno de los flashbacks que tiene unos jump cuts. Son unos planos de gran virtuosismo de puesta en escena, actuación y manejo de cámara. En el tiempo actual, la pareja se encuentra con unos enigmas que el hijo parece haber dejado antes de morir. Sin embargo, algunas de esas evidencias parecen haber sido dejadas (¡ups!) después de morir. Escenas del pasado que parecían haber tenido sólo un fundamento ilustrativo de pronto ganan otras resonancias.

Premios

De los 22 cortometrajes iberoamericanos en competencia, el jurado oficial premió como ganador absoluto al español Fénix, de Julieta Zabaleta Rondon, que, entre otras cosas, aborda la conexión entre el hip hop callejero practicado por el protagonista inmigrante y las circunstancias de la marginalidad en Barcelona. El premio al mejor corto uruguayo fue para Listen, de Ismael Krall, conciso comentario sobre las dificultades de la comunicación en una era hipermediatizada.