La conflictiva relación entre individuo y comunidad es uno de los temas centrales de la obra del catalán Josep Maria Miró. En 2017 Gerardo Begérez dirigió en El Galpón Nerium Park, ubicada espacialmente en un desolado “barrio privado” en el contexto de la crisis generada por la burbuja inmobiliaria. La crisis que quebraba a gran parte de la sociedad, y las contradicciones éticas que acarreaba se trasladaban al interior de la pareja protagonista demoliendo la personalidad de uno de sus integrantes y a la pareja como tal.
Antes, en 2015, Mario Ferreira había dirigido El principio de Arquímedes en el teatro Alianza, espectáculo que se disparaba a partir de un gesto de afecto entre un entrenador deportivo y un niño temeroso de entrar a una piscina. Esto generaba un crescendo de desconfianza en la comunidad conformada alrededor del club, que problematizaba el límite entre el legítimo control social del comportamiento individual y el macartismo puro y duro.
El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar, estrenado el mes pasado en la sala Verdi bajo la dirección de Fernando Parodi y con actuación de Alfonso Tort, partía del homicidio de un adolescente conocido como “el más bonito” del pueblo, desarrollando a partir de allí una historia que simboliza el complejo vínculo entre una persona “distinta” y los habitantes de un pueblo que, además, está atravesado por la desconfianza hacia los migrantes, otros “distintos” que se han instalado en la localidad.
En Tiempo salvaje, estrenada el domingo 2 de octubre en el teatro Solís para conmemorar los 75 años de la Comedia Nacional, es el propio Miró quien dirige al elenco oficial en una historia que recoge varios de los problemas que recorren sus obras anteriores. La historia transcurre mayormente en un edificio de apartamentos de un pueblo pequeño, vecino a una zona fronteriza. Esta cercanía habilita conversaciones en las que asoman comentarios sobre extraños que merodean un bosque vecino. Al igual que en El cuerpo más bonito, las personas migrantes son percibidas como una amenaza, en particular luego de que aparecen pintadas las paredes del pueblo con la leyenda “volveremos para violar a sus mujeres”. Nadie sabe quién hizo las pintadas ni quién protagoniza otros hechos confusos, pero la “opinión pública” se dirige por el camino que menos cuestiona a la propia comunidad.
También de forma análoga al espectáculo estrenado hace un mes en la Verdi, en Tiempo salvaje la aparición de una persona extraña altera el comportamiento de la comunidad. Ivana, una adolescente que ha perdido a su madre y llega para vivir con su abuela, parece remover algunos viejos tumores. Su carácter extrovertido y su sensualidad desenfadada incomodan a parte del vecindario, a la vez que arrancan del pasado historias de abusos que se ha intentado ocultar.
La dinámica del espectáculo tiene algo de thriller, con varias líneas que se desarrollan en paralelo hacia un desenlace que mantiene al espectador en vilo ¿Quiénes hacen esas pintadas? ¿Quién es el padre de Ivana? ¿Qué hay en realidad en el bosque? ¿Hay una joven desaparecida? Las preguntas se acumulan y el camino hacia las respuestas avanza entrelazando algunas de las historias e invitando a conjeturas varias. No todas las preguntas tendrán respuesta al final, pero sí sabremos que la comunidad está atravesada por patologías sociales inherentes a las sociedades contemporáneas. Como afirma el autor: “Tiempo salvaje reclama la necesidad urgente de encontrar instrumentos éticos, tanto individuales como colectivos, para convivir con nosotros mismos y con los demás”.
Uno de los aspectos inquietantes de Tiempo salvaje es la forma en que se maneja la información. Un rumor del que no se sabe el origen condiciona las valoraciones de casi toda la población, al punto de que la única persona que parece ponerlo en duda es objeto de la hostilidad del resto. La lógica de las fake news se instala, generando desconfianza y rechazo. Finalmente, la sombra de fuerzas ocultas que manipulan la opinión merodea el espectáculo, pero Miró nos deja sin certezas.
La extraordinaria escenografía de Adán Torres reproduce los tres espacios en que se desarrolla la historia: el bosque, el complejo de apartamentos y el gimnasio. No es menor la dimensión de la escenografía para la obra, en tanto algunas de las historias están fuertemente determinadas por los espacios en que se desarrollan. El diseño del edificio, en particular, permite ver cómo la intimidad de los personajes queda expuesta en el espacio público. Y la fragilidad de ese espacio, fácilmente invadido, es uno de los elementos claves en la evolución de la trama. Otro elemento clave es la música compuesta por Xavier Albertí, cargada de disonancias que colaboran en transmitir la inquietud que se apodera del espectador a medida que avanza la obra.
Le podríamos cuestionar a Miró lo forzado del modo en que se vinculan algunas historias. Sin embargo, las dos horas y media del espectáculo harían complejo que esas líneas tuvieran más tiempo de desarrollo. Sí podríamos pensar, quizá, que Tiempo salvaje es el embrión de una producción de otras dimensiones, como el guion de una serie o de otras obras de teatro.
Por último, y ya que no es posible detenerse en el elenco en su totalidad, nos interesa destacar dos actuaciones. Primero, la de Stefanie Neukirch como Raquel, el único personaje que mantiene la cordura, y el más hostigado por eso mismo. Y después, la de Mario Ferreira, ya conocedor de la obra de Miró, y que es quien tiene que poner el cuerpo a Ernesto, el personaje más misterioso y nauseabundo de la pieza.
Gran espectáculo de la Comedia Nacional.
Tiempo salvaje. Escrita y dirigida por Josep Maria Miró. Teatro Solís. Jueves a sábados a las 20.00, domingos a las 18.00.