Una de las series más originales vistas en lo que va del año es Severance, creada y guionada por un principiante, Dan Erickson, y en su mayor parte dirigida por Ben Stiller. Trata sobre los trabajadores de cierta sección de una empresa de biotecnología que se someten a una operación cerebral que les divide la personalidad en dos partes, ninguna de las cuales tiene acceso a lo que recuerda la otra. Así separados, trabajan en unas oficinas subterráneas sin que, al salir, tengan la menor idea de qué hicieron allá abajo. Como contraparte, las personalidades “laborales” tampoco tienen idea sobre sus vidas superficiales. Y salvo como motor de la acción este secretismo tampoco tiene mucho sentido, porque el trabajo que hacen se limita a manejar unos números abstractos en computadoras viejas, apenas interactuando con media docena de personas y sin la menor pista de qué significa su tarea, o cómo y dónde se aplica.
Lo más interesante es el entorno laboral. Los protagonistas principales trabajan en cuatro computadoras tan anticuadas como todo el resto del material de oficina, el mobiliario y hasta la papelería. Todo state of the art en los 70, y nunca renovado. Además, su oficina se encuentra en medio de una interminable serie de pasillos desnudos que conectan también interminables oficinas, desocupadas salvo alguna que otra. Un laberinto vacío de luz fría, paredes neutras y muy espaciados ambientes incongruentes, que bien podría ser infinito. Y toda la rutina laboral se desarrolla sujeta a interminables e incomprensibles protocolos, casi rituales, incómodos y sin mayor sentido.
Creepypasta y después
Muy original ambiente, podría decirse, si no fuera porque en realidad no lo es tanto. Las oficinas retro como lugar de incomodidad o extrañeza se han vuelto bastante comunes en la ficción. Y los pasillos vacíos de Severance le deben bastante más que un poco de inspiración a “The Backrooms”, un creepypasta surgido en 2019 en el foro o imageboard (“cartelera”) 4Chan.
Un momento de necesaria explicación: los imageboards son un estilo de foro anónimo donde en teoría cada posteo se acompaña de una imagen, aunque en la subsiguiente discusión no sean imprescindibles.
Originalmente es un modelo de foro japonés, luego replicado en inglés, español y otros idiomas. 4Chan es un foro en inglés lanzado en 2003 y aún con vida, aunque ha sido muchas veces cuestionado y sometido a diversas limpiezas y regulaciones por derivar, inevitablemente, hacia la pedofilia, el extremismo político, los discursos de odio y otras linduras. Fuera de las zonas cuestionables, en 4Chan se pueden encontrar ricas y complejas discusiones sobre música, activismo social, cocina, ciencia, política o Mi pequeño pony. Y, por supuesto, es el hogar de las más célebres creepypasta.
Otra explicación necesaria: un creepypasta es una especie de creación colectiva de un foro, una historia de terror que comienza con un comentario casual, una foto o un desafío, y es continuada por otros usuarios hasta transformarse, al menos los más logrados, en una auténtica leyenda urbana. Probablemente sea una de las formas de narrativa más novedosas e intrigantes del siglo, porque, a diferencia de un “cadáver exquisito”, su composición es anónima, su desarrollo es ilimitado, salta de medio en medio con facilidad y hasta llega a ser tomado por verdadero en más de una oportunidad. El nombre creepypasta no tiene que ver con fideos, sino que es un acrónimo formado por creepy (inquietante) y copypasta, otro neologismo creado en 4Chan para referirse a un texto “copypasteado” (copiado y pegado). Tal vez el creepypasta más célebre sea Slender Man, originado en una foto retocada de unos niños jugando y una figura inquietante a la distancia, y que ya tuvo hasta su propia (y mediocre) película.
“The Backrooms” es un creepypasta originado en mayo de 2019, cuando un usuario de 4Chan pidió que le respondieran con “imágenes inquietantes que parecieran estar mal”. Una de las primeras respuestas fue una foto de unos corredores de paredes amarillas, vacíos. A esta imagen se la comentó diciendo que se trataba de un espacio al que se llegaba “noclipping” (explicación breve: “noclip” es un término usado por jugadores de videojuegos, que implica salir por accidente de la zona virtual donde se debería estar y caer en un espacio externo). A este detalle se sumó otro y otro y otro, y se terminó creando toda una mitología. The Backrooms es, dicen, un espacio fuera de la realidad cotidiana, de ubicación incierta, deshabitado o, mejor dicho, habitado por presencias, que no monstruos. Se compone de tres niveles, a su vez formados por pasillos, habitaciones vacías, luces zumbantes (si las hay) y vagos sonidos mecánicos. También se dice que huele a alfombra mojada. Más que un ambiente terrorífico, se trata de un lugar de desasosiego, inquietud e incomodidad. Un ambiente liminal.
En enero de este año, en su canal de Youtube Kane Pixels, un cineasta de por entonces sólo 16 años, Kane Parsons, le dio forma definitiva a The Backrooms con un video de nueve minutos llamado The Backrooms (Found Footage), que mezcla imágenes reales con renders 3D, animación y una cantidad desmesurada de filtros y efectos. El video dice ser el registro de un camarógrafo que en 1996 cayó por accidente en esa zona incierta. A este video le siguieron una decena larga más (y siguen apareciendo) que, sin mantener una unidad ni pretender seguir una narrativa convencional, agregan datos y contexto a la leyenda: luego de ser descubiertos por accidente, The Backrooms es investigado por una asociación, la Async Foundation, que lo ve como una oportunidad para solucionar todos los futuros problemas de almacenamiento y vivienda... Si se logra comprender y vencer los riesgos. Uno de los videos de Parsons es una serie de recomendaciones de seguridad, otro, el registro de una autopsia de alguien muerto en la zona, y de quien el forense no logra ni comenzar a entender qué le pasó. En conjunto (y es de suponer que la serie no está ni cerca de terminar), uno de las más rupturistas e interesantes narrativas de terror actuales, cuyo autor apenas cumplió los 17.
La liminalidad al palo
Los espacios liminales se han vuelto narrativamente importantes. Y nueva explicación necesaria: se trata de lugares de paso, vacíos, fuera de su función habitual. La liminalidad es un concepto antropológico, definido a principios del siglo XX por el folclorista Arnold van Gennep, para definir la sensación de estar “a media agua” relacionada con un rito de paso. El término fue variando hasta referirse hoy popularmente a la sensación de desasosiego e inquietud frente a un ambiente o situación que debería ser normal, pero no lo parece. Se relaciona con otro término, kenopsia, definido en la página web (y próximamente libro) The Dictionary of Obscure Sorrows, como “la atmósfera espeluznante y desolada de un lugar que suele estar lleno de gente pero que ahora está abandonado y tranquilo: un pasillo de escuela por la noche, una oficina sin luz los fines de semana, un parque de diversiones vacío, una imagen residual emocional que lo hace parecer no sólo vacío sino hipervacío, con una población total en negativo, tan notoriamente ausente que brilla como un letrero de neón”.
Los espacios liminales abundan en la literatura desde mucho antes de The Backrooms. Es un espacio liminal la catacumba que exploran los personajes de una de las líneas narrativas de La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski (House of Leaves, 2000), luego de que, de la nada, en un cuarto aparece una puerta que debería dar al exterior de la casa, pero que conduce a un inexplicable laberinto en tinieblas. Otro espacio liminal son los túneles vacíos, ancestrales e inexplicables que yacen bajo una pequeña ciudad en el cuento “Bajo los sótanos de nuestra ciudad”, de Steven Millhauser, en el libro El lanzador de cuchillos (The Knife Thrower and Other Stories, 1998), y que los habitantes recorren incansablemente sin lograr decidir si viven en los túneles y suben a la ciudad o viven en la ciudad y bajan a los túneles. Como estos hay más ejemplos de espacios vacíos, descolocantes y casi familiares, que suplantan literariamente al tradicional castillo gótico recargado, ominoso y sólidamente ajeno que cobija al vampiro o monstruo de turno. Los espacios liminares son su propia criatura, y más que miedo generan angustia.
Parece perogrullesco, pero no está de más agregar que los espacios liminares pertenecen a la narrativa fantástica o, como se le dice ahora, a la ficción especulativa. La ficción especulativa podría explicarse con una catarata interminable de ejemplos y autores, pero es más sencillo y concreto decir que es toda la literatura que no sea realista. Dentro de la ficción especulativa, una vertiente es la weird fiction, que subvierte los preceptos ancestrales del relato de horror (el fantasma, el hombre lobo y en general el bicho que hace “¡bu!”) para dar lugar a un concepto de terror más cósmico y espiritual, iniciada (discutiblemente) por HP Lovecraft a principios del siglo XX y que abarca a incontables autores hasta Stephen King, Thomas Ligotti y más. Y de las entrañas de la weird fiction surge la new weird, definida por Jeff y Ann VanderMeer en una antología del género como “un tipo de ficción urbana de mundo secundario que subvierte las ideas románticas sobre los lugares que se encuentran en la fantasía tradicional, en gran parte al elegir modelos realistas y complejos del mundo real como punto de partida para la creación de escenarios que pueden combinar elementos tanto de ciencia ficción como de fantasía”. (“Mundo secundario” es un concepto acuñado por JRR Tolkien para referirse a un universo fantástico coherente, ajeno al mundo real).
Y es ahí que los espacios liminares cobran relevancia.
Harrison, rey de la liminalidad
El término new weird lo inventó M John Harrison en 2002, en el prólogo a un libro de China Miéville (que tiene una novela, La ciudad y la ciudad, ambientada en una ciudad que comparte espacio con otra ciudad, mediante el sencillo recurso de ignorarse mutuamente). El propio Harrison, nacido en 1947, es el paradigma de la new weird, además de veterano de otras vanguardias y movimientos como la new wave británica de los 60 (y, claro, lo que escribe es weird fiction y también, claro, ficción especulativa, dentro de esa especie de taxonomía arborescente que aflige a la literatura actual). Los espacios liminares no sólo no le son ajenos, es donde más cómodo se mueve. Abundan en su literatura de forma explícita, por ejemplo en las viejas entradas de su blog Ambiente Hotel etiquetadas como “The Theory Cadre at the Ambiente Hotel”, reconvertidas en el relato “El comité teórico” en la recopilación Deberías venir conmigo ahora (You Should Come with Me Now, 2017), en las que un comité de observadores externos analiza ávida y descoyunturadamente situaciones, habitantes y costumbres de un hotel claramente liminal.
Puede decirse que en toda su carrera Harrison no escribió ni una sola palabra con la que no intentara desequilibrar al lector, o subvertir la narrativa, pero sin que se note. En varias entrevistas ha declarado que uno de sus métodos de trabajo es tratar de escribir narraciones de terror sin el terror. Evitar todo elemento gótico, de weird fiction, de body horror o de lo que sea y preservar solamente la sensación de inquietud y desasosiego. Algo así como un striptease pero sin bailarina.
Aclarado esto, toda la obra de Harrison, en cualquier rango temático que elija (desde la fantasía heroica hasta los relatos de montaña) es un fragmento de espacio liminal hecho narrativa. No es exagerado decir que su misma narrativa, en sí, es un espacio liminal impreso, que se lee como un relato convencional pero que palabra a palabra acumula la misma sensación de corrimiento, de inquietud, que provocan los pasillos vacíos de The Backrooms. El lector siente una inquietud difusa que se puede traducir en un “¿Qué estoy leyendo?”, eco del “¿Qué estoy viendo?” con “The Backrooms”, o más aún, del “¿Dónde estoy?” del propio camarógrafo ficticio de los videos de Parsons. Leer a Harrison es un noclipping a un espacio liminal, la cosa misma, lo real. Material de creepypasta.