Casi centenaria, Sin novedad en el frente es la más famosa novela antiguerra. Su reciente adaptación a pantallas la expande en direcciones novedosas gracias al añadido de una subtrama política, que busca explicar algunas circunstancias del cierre de la Primera Guerra Mundial, en la que se ambienta la historia.

En cuanto apareció, en 1928, la obra de Erich Maria Remarque se transformó en un bestseller en Alemania y en el resto del mundo, y pocos meses después Hollywood se la apropió con una película multipremiada. La novela es el relato de un muchacho idealista, Paul Bäumer, que se transforma, tras experimentar los prolongados horrores del combate en trincheras, en un ser casi carente de emociones. Por eso fue aclamada por los partidarios de la paz y repudiada, en cuanto visión derrotista, por nazis y fascistas de distinta calaña.

Aunque el cine de Alemania viene revisando con creciente éxito y riesgo su pasado belicista y autoritario –por nombrar sólo tres films de altísima calidad: Das Boot (1981), Stalingrad (1993), La caída (2004)–, no había hasta ahora una versión local de la novela. Quien aceptó rodarla, el director Edward Berger, tenía varios desafíos.

El más sencillo fue superar en “realismo” a las adaptaciones de los estaounidenses Lewis Milestone (la de los Oscar en 1930) y Delbert Mann (que la filmó en 1979). Para empezar, porque sus actores (hay un gran protagónico del veinteañero austríaco Felix Kammerer) hablan el idioma indicado y no inglés con acento gracioso, pero, sobre todo, porque los enormes recursos de los estudios Netflix le permitieron un tipo de recreación de los combates entre franceses y alemanes al nivel de superproducciones como 1917 o Rescatando al soldado Ryan.

Se podrá discutir si, tras décadas de videojuegos ultrasangrientos e hiperdetallistas, es todavía efectiva esa forma de representación para causar rechazo a la guerra entre la mayoría de los espectadores, pero sin dudas debe haberse llevado buena parte del presupuesto. A decir verdad, la plata no se invirtió únicamente en reconstrucciones visuales complejas, sino también en tomas muy estilizadas que intermitentemente se detienen en paisajes y elementos de la naturaleza –un poco como el canto de los pájaros en Matadero 5, de Kurt Vonnegut, otra gran novela antibélica–, acumulando una estetización que compensa la ausencia del lenguaje poético que sí atraviesa la novela, escrita a modo de diario del joven Bäumer.

Pero no es la falta de una prosa bella ni la magnífica banda sonora tecno-ominosa lo que más llama la atención en esta versión para pantallas de Sin novedad en el frente. Berger tenía que explicar lo que para los contemporáneos de Remarque era obvio: el contexto de una guerra que Alemania perdía demasiado lentamente, por lo que los más fanáticos seguían sosteniendo, tras cuatro años de pelea, que todavía se podía dar vuelta. Para eso, el director incluye otra trama, que enfrenta a los “socialdemócratas” –un término similar a “zurdo”, con el que los belicistas aludían a todos los políticos contrarios a la guerra– con los “prusianos” –como se designaba a la fracción más tradicional de la casta militar–. Berger inserta una figura real, el dirigente cristiano Matthias Erzberger (reconfortante Daniel Brühl en un papel distinto al de tipo canchero), que es quien busca negociar la paz con los franceses.

Ahora bien, los generales franceses con los que Erzberger debe pactar el armisticio son malos e intransigentes. Antes de retomar el asunto de la negociación, hay que apuntar que en esta película todos los franceses son, aunque de distintas maneras, malvados, como deja claro otro de los añadidos, en el que es central un niño que compite como figura más detestable de la ficción contemporánea. Si tenemos en cuenta que en este tipo de obra los personajes son más bien tipos humanos –el Recluta Romántico, el Veterano Curtido pero Paternal, el Militar Sediento de Gloria–, entonces este Niño Inhumano dice mucho sobre Francia. Del mismo modo, en las ya tópicas escenas de enfrentamiento entre soldados desvalidos y artefactos aterrorizantes (en este caso, vehículos blindados gigantescos más lanzallamas operados por sádicas figuras enmascaradas), somos llevados a adoptar el punto de vista de Bäumer y sus compañeros de armas, que son víctimas de la mecanización francesa.

Como en la novela, el afecto circula del lado alemán. Dentro de la “banda de hermanos” que termina siendo todo batallón ficticio, la relación más reconocible es la del protagonista, un estudiante que se ofrece como voluntario, con el más experimentado Katcisnsky, un padre de familia obligado a pelear. En cambio, los franceses son apenas humanizados en los últimos minutos de la película.

Otra modificación de la trama original involucra al personaje del profesor que, al principio de la historia, arenga a sus jóvenes estudiantes a alistarse para ir al frente. En la novela este profesor es también enviado más tarde a combatir y es maltratado por sus antiguos alumnos, ya endurecidos por la guerra. En la película, por el contrario, el profesor sólo tiene una breve escena al comienzo, en la que sus gestos y su tono se asemejan a los de Adolf Hitler.

Tal vez esa referencia a un Führer acechante esté allí para reforzar el argumento histórico que sostiene esta versión de Sin novedad en el frente: el de que los alemanes debieron capitular bajo condiciones humillantes y que la resultante vergüenza colectiva fue una de las fuerzas que, pocos años después, posibilitaron el surgimiento del nazismo. Quienes no supieron apoyar a los pacifistas del otro bando serían también culpables de todo lo que vino después, parece decirnos Berger, quizás con un ojo puesto en la guerra que, nuevamente, atraviesa Europa.

Sin novedad en el frente (Im Westen nichts Neues). Dirigida por Edward Berger. Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, 2022. En Netflix.