No tengo mucha idea de qué es lo que pasó en el rostro de Mila Kunis (pueden haber sido los años, la delgadez, alguna intervención quirúrgica, o todo esto combinado), pero hay algo extraño en la terminación de sus rasgos, algo como un afilamiento de la antigua redondez de sus pómulos (¿o serán las cejas, ahora más frondosas y crueles?) que cambió por completo su expresión. Muchos podrán decir que esto es poner lupa sobre un detalle más bien banal, pero ¿qué hubiera sido de James Stewart sin aquella complexión larguirucha, casi descuajeringada, con que se movía en escena? ¿Cuánto de la apariencia amable y honesta de Tom Hanks se hubiera consolidado sin esa larga e impoluta frente tempranamente extendida por sus entradas? La redondez de los rasgos de Mila Kunis permitía calibrar su costado angelical con otro un poco más maligno, una especie de danza de supervivencia entre el cisne blanco y el cisne negro de sus expresiones, que llegaba a su máximo esplendor y densidad metafórica en el milagro de la heterocromía de sus ojos (uno verde y otro marrón).

En La chica más afortunada del mundo esta ambivalencia ya no funciona igual, y desde el principio toda la fisonomía de la actriz conforma una sucesión de superficies puntiagudas, como si su nariz, mandíbula y hombros pudiesen tajearte de sólo rozarte. Esta nueva fisonomía acompaña a su personaje, Ani Fanelli, una mujer dispuesta a mentir en absolutamente todo para lograr el ascenso social y laboral. Sólo su rostro bastaría para redondear la sensación, pero este cinismo añejado en barricas queda subrayado en una serie de voiceovers e irrupciones de fantasía (algo más cercano a las expresiones de deseo de Ally McBeal que a una verdadera instancia alucinatoria) en las que queda claro tanto el darwinista esquema de vida de la protagonista como su fragilidad yoica. Entre toda esta serie de disfraces y ocultamientos aguarda un oscuro pasado, en el que ella se revela como sobreviviente de un tiroteo similar al perpetrado por Eric Harris y Dylan Klebold en la escuela preparatoria de Columbine. Parece algo que pretende dejar atrás, pero la aparición de un nuevo documental sobre el hecho (y, sobre todo, el alegato de uno de los sobrevivientes, que dice que ella fue cómplice de los asesinos) la hace revolver este asunto traumático.

En esta primera instancia La chica... parecería una extraña mezcla entre Vox Lux de Brady Corbet (con una protagonista también signada por la supervivencia a un tiroteo de secundaria) y esas presentaciones típicas de mujeres ambiciosas y despiadadas que suelen darse en un montón de comedias románticas. Sin embargo, en la mitad del film algo más de su pasado adquiere notoriedad: la historia de abuso sexual a manos de varios de los alumnos que terminarían por ser asesinados en el trágico evento. Así, de golpe se genera un escenario en el que se invierten los roles, y aquellos que parecían ser las víctimas se convierten en victimarios, y la película -reformulada como una especie de thriller psicológico- deriva del “whodunit” al papel que efectivamente tuvo Ani en todo aquello.

Se da, entonces, un complicado malabarismo entre dos películas que intentan ser una. Cada una por sí sola funcionaría sin problemas, pero juntas terminan provocando un extraño sistema de causalidad que, más que complejizar, corrompe el mensaje. Por momentos la película intenta ser una especie de Thirteen Reasons Why en la que lo que se busca explicar no es un suicidio sino por qué la protagonista es como es (es decir, esa especie de robot entrenado para decir y hacer lo necesario para avanzar en sus planes de éxito), pero al colocar dentro de esta fórmula el tema del tiroteo, de golpe ambos sucesos entran a relacionarse y, por Dios, qué conclusiones bravas terminan apareciendo por sí solas. Digamos: sería injusto afirmar que la película está a favor de los tiroteos en liceos, pero de alguna forma tiende puentes para empatizar con –y hasta hinchar por– los asesinos. Lejos de la belleza quirúrgica de Elephant (Gus Van Sant, 2003) o de la fiebre metacinematográfica de The Dirties (Matt Johnson, 2013), todo el manejo del tema en La chica más afortunada del mundo parece mal adosado, un error de código que contamina al resto del film. No un error por decir lo que dice: un error porque se puede percibir que quiere decir una cosa y termina diciendo otra.

Sin embargo, este problema no es exclusivo de la película, sino señal de algo mucho más grande que viene pasando con el cine en general. Si en los ochenta el pastiche (de géneros, de referencias, de técnicas y un montón de cosas más) se convirtió en una máquina replicante que se cerraba en sí misma y borraba los anhelos de seriedad de los grandes relatos, en tiempos actuales el cine vuelve a la misma idea del pastiche pero readaptado a un universo de nuevas militancias. Así, el pastiche pasó de ser cínico a ser significativo, pero algo en su estructura encapsula las anteriores funciones de disolución del mensaje. Películas exitosas como Us (2019), de Jordan Peele, o la reversión de Suspiria (2018), de Gianluca Guadagnino, en vez de hablar sobre un tema hacen un pastiche de muchos al mismo tiempo. La idea sería generar películas que funcionen como láminas de Rorschach para que cada espectador (con su particular agenda política) haga su foco, no necesariamente integrando todos los otros temas (o forzándolos a su visión). Cabe destacar que este tipo de resurgimiento o refundación del pastiche sólo puede darse en un universo regido por redes sociales en las que la defensa de una lectura del film sirve para reafirmar las posturas e inteligencia del espectador. No es descabellado pensar, entonces, estas estructuras abiertas y permutables de los significados como una cierta forma de fan service.

El problema es que películas como esta muestran que no todo vale, y que a veces el orden de los factores sí afecta al producto. Así, vista como una película clarificante sobre los silencios que suelen rodear a los abusos o como una elegía shooter –sea cual sea, el capitalismo afirmativo es el que termina triunfante– lo que queda de La chica más afortunada del mundo es la idea de algo incómodamente blando.

La chica más afortunada del mundo (Luckiest Girl Alive). Dirigida por Mike Barker. Con Mila Kunis. Netflix, 2022.