Victoria Vera es una de las representantes de la dramaturgia montevideana del siglo XXI que crea desde los escenarios más que desde los escritorios. A diferencia de lo que sucedió en gran parte del siglo XX, cuando los “autores” (la mayoría varones, muy pocos con formación específicamente teatral) escribían en sus escritorios y luego los colectivos teatrales trabajaban para poner en pie los textos, la generación que empezó a estrenar en la primera década del siglo XXI (Gustavo Bouzas, Gabriel Calderón, Jimena Márquez, Santiago Sanguinetti, Sebastián Barrios, Verónica Mato, etcétera) escribe con conocimiento del oficio teatral. La mayoría tiene formación actoral y la experiencia de su oficio está contenida en su escritura (Márquez podría ser una excepción, pero tiene una gran experiencia arriba de los escenarios en carnaval).
La primera obra estrenada de Vera fue Las actices (2010), y ya desde los personajes (cuatro actrices jóvenes en transición al mundo adulto) había una referencia al universo teatral. Las cuatro “actices”, además, mostraban una inseguridad que las llevaba a cuestionarse constantemente. “¿Por qué las mujeres nos cuestionamos tanto?” era la pregunta con que se presentaba la obra. En 2022 se estrenaron dos obras de Vera en Montevideo, y las temáticas de hace 12 años se continúan desarrollando y profundizando. Primero fue Motivos para no hacer Hamlet, en la que un elenco joven intenta hacer una versión de Hamlet condicionado por la pandemia y preguntándose qué significa hoy ese clásico de Shakespeare. Después llegó El amor que nos tenemos, que debió esperar, también debido a la pandemia, más de dos años para estrenarse. En este caso Vera vuelve sobre personajes femeninos con una fuerte impronta generacional. Una particularidad de esta dramaturga, que sí la diferencia de la mayoría de sus colegas cogeneracionales, es que no suele dirigir sus textos. Las obras mencionadas en esta reseña fueron dirigidas por Diego Minetti (Las actices), Emiliano Duarte (Motivos para no hacer Hamlet) y Elaine Lacey (El amor que nos tenemos).
El amor que nos tenemos cuenta la historia de Agustina y Camille, dos amigas adolescentes que en una noche de 1995 pasan sus últimos momentos juntas antes de que Camille emigre. La casa de Agustina, donde transcurre la obra, y el propio lenguaje de los personajes nos ponen directamente en aquellos años de casetes, cartas escritas a mano, teléfono fijo y francés en el ciclo básico liceal. El diálogo, que se desarrolla entre muestras de afecto, reclamos y muchas señales de inseguridad (particularmente en el personaje de Agustina), está atravesado por la casi omnipresente música de Guns N’ Roses. Y aquí aparece una de las claves que oscurecen ese universo adolescente femenino. La banda liderada por Axl Rose y Slash es una de las más representativas del hard rock estadounidense glamoroso, y misógino. Alcanza con ver el lugar de las mujeres en los videoclips, la violencia explícita en videos como el de “Don’t Cry”, y prestar atención a letras como la de “Used to Love Her” (I used to love her / but I had to kill her) para comprender las contradicciones en la que nos coloca la obra.
Luego de la despedida, El amor que nos tenemos da un salto temporal de 20 años y, a partir de un inesperado reencuentro, esas contradicciones empiezan a hacerse visibles en las mujeres ya adultas. Si bien al pasar hay una crítica explícita a la banda que admiraban en la adolescencia, la obra no propone un discurso que condene a determinados artistas. Simplemente coloca a dos mujeres inmersas en ese orden simbólico de producciones culturales para intentar dar cuenta de cómo continúan operando sus discursos, aun después de ser conscientes de ellos. Y eso se vuelve una náusea existencial. La sensación de vacío, potenciada por una separación clara entre la realidad y los sueños juveniles, entre el ser y el deber ser, se manifiesta en el diálogo del “reencuentro” y en un desenlace que no conviene anticipar aquí.
El equipo de diseño en su totalidad (María Florencia Guzzo, Sofía Ponce de León y Malena Paz) hace un gran trabajo para ubicarnos temporalmente. El local de La Escena da muestras de gran capacidad para que cualquier espacio se convierta en escenario. El que se trabaja en El amor que nos tenemos es ideal para encapsularlo y volverlo una máquina del tiempo que nos expone abruptamente a cómo algunas ideas, expresiones y canciones de hace 25 años hoy nos resultan problemáticas, aunque en realidad continúan introyectadas. La dirección de Lacey apuesta a generar cercanía y compromiso afectivo con los personajes, lo que hará que la sensación de vacío luego también domine a quienes están en la platea. En ese sentido, uno supone que las mujeres estarán más cerca de la vivencia de los personajes, pero cualquiera que haya pasado parte de su juventud en los años 90 puede sentirse cercano al universo simbólico de las adolescentes.
Del elenco sólo vamos a mencionar a Valeria de Souza, a quien vemos actuar poco pero que siempre da muestras de una gran potencia actoral, y que además integraba el elenco de Las actices, aquella obra que hace 12 años empezaba a abordar en los escenarios temáticas de género. En ese aspecto, Vera ha sido precursora en discutir y complejizar en escena un aspecto de la desigualdad social cada vez más presente en los escenarios montevideanos.
El amor que nos tenemos. De Victoria Vera, con dirección de Elaine Lacey. Viernes a las 20.00. La Escena (Rivera 2477).