Lanzada en mayo de 1982, E.T. / El extraterrestre cumplió 40 años y el aniversario redondo fue celebrado con un relanzamiento mundial en formato IMAX. Este jueves llega a la cartelera uruguaya. Es su tercer relanzamiento, luego de los de 1985 y 2002. E.T. fue el mayor éxito de boletería mundial entre las películas de 1982. En cifras corregidas por la inflación, es la cuarta mayor taquilla de todos los tiempos en el mercado norteamericano. Y además es un clásico, una de las más grandes películas de esa tanda de producciones fantasiosas y escapistas que dominaron la Hollywood de la década de 1980.

Curiosamente, E.T. es una derivación de la misma idea que resultaría en The Fabelmans, la nueva película de Spielberg que va a ser lanzada este mes. Spielberg quería hacer una película autobiográfica sobre su infancia, especialmente en el momento en que sus padres se separaron y él quedó viviendo solo con su madre (y esa idea, modificada, derivó en The Fabelmans). La idea se terminó concentrando en el amigo imaginario alienígena que Spielberg, según cuenta, ingenió para sobrellevar el momento difícil, y se convirtió en una película de fantasía.

Es un lugar común decir que Spielberg tiene mucho de niño grande, pero E.T. fue la primera de sus realizaciones en las que un niño es el protagonista y el objeto de identificación primario. Una de las delicias de la película es su procesamiento de la fantasía del amigo secreto, uno que requiere cuidado pero que también cuida. Elliott, de nueve años, se siente triste porque el padre dejó el hogar, su hermano mayor Mike se entretiene con sus amigos adolescentes y su hermana Gertie es demasiado chiquita. Resulta entonces que encuentra, escondido en el galpón de herramientas que queda en el jardín, a ese alienígena asustado que no llegó a tiempo de embarcar en su nave espacial y quedó varado en la Tierra. El E.T. tiene poderes que, desde el punto de vista terráqueo, son sobrenaturales: hace flotar objetos y personas, cura heridas con un mero toque de uno de sus dedos larguísimos. Aparte de que Elliott puede sentir el orgullo íntimo de ser amigo de un ser de otro planeta que está oculto en su casa, el E.T. funciona como el genio de la lámpara: es una fuente de maravilla y, de alguna manera, de poder.

Sin embargo, E.T. es pequeño, su caminar y su forma de usar las manos son medio torpes, y aunque parece tener una inteligencia superior, su ignorancia con respecto a la cultura humana y al idioma inglés lo acercan a un niño chiquito que todavía está aprendiendo. Esos factores hacen que el vínculo no sea de mera sumisión o explotación, como ocurre, en las dos vías, con el genio de la lámpara (que por un lado es un esclavo y por otro da miedo). Es un vínculo horizontal. Para sellarlo, se genera muy pronto una especie de telepatía entre Elliott y el E.T., y uno empieza a sentir lo que siente el otro; ello se consagra con la primera aparición del Leitmotiv del E.T., al inicio del segundo acto. En términos poéticos, los nombres de los personajes reflejan esa identidad compartida: fonéticamente, “Elliott” es una expansión de “E.T.”.

Ese juego interno se proyecta, en forma también gozosa, en una vindicación del mundo infantil frente a los varones adultos. Durante la mayor parte de la película las autoridades que buscan al E.T. son mostradas de manera atemorizante: unos autos en que no distinguimos a los conductores, que llegan por todos lados y que emanan un humo feo del caño de escape. El líder tiene atributos que normalmente se usan para los asesinos seriales: no le vemos el rostro hasta la mitad del tercer acto, y mientras tanto lo identificamos por el llavero que tiene prendido al cinturón y que hace ruiditos cuando camina. Esos personajes tienen su propio Leitmotiv amedrentador, que es parecidísimo al de Darth Vader, que el mismo John Williams había compuesto para El Imperio contraataca (1980, segunda entrega de la serie Star Wars).

Tampoco le vemos el rostro al profesor de Biología que quiere enseñar a los niños a disecar ranas. Frente a ese contexto adulto nada simpático, la aparición del E.T. termina implicando una unión sólida entre los tres hermanitos de distintas edades, y luego con el mundo de la infancia en general, que se convierte en un lugar de desafío a las autoridades. El clímax del segundo acto es la liberación anarco-revolucionaria de las ranas por los niños liderados por Elliott. Este finalmente se atreve a besar a la rubiecita que le gusta, aunque es de inmediato reprimido por el profesor sin rostro. Finalmente, perseguidos por la Policía, Elliott, E.T., Mike y sus amigos hacen una escapada gloriosa, haciendo gala de su unidad de barra traviesa y de su habilidad de bicicleteadores. Ya en este punto los adolescentes no miran a Elliott con condescendencia.

La realización es, por supuesto, espectacular. E.T. debe ser la más querible de las criaturas animatrónicas. Fue realizado por el prodigioso Carlo Rambaldi, quien venía de hacer el maligno personaje-título de Alien (1979). Los tres pequeños actores principales son formidables, y la actuación de Henry Thomas contribuye a algunos momentos de romper el corazón. Es formidable cómo, luego de la escena tan emotiva cuando Elliott llora junto a su amiguito supuestamente muerto, viene, casi enseguida, una especie de parodia en la que él finge llorar para salvar una situación. La película está llena de imágenes poderosas, tanto por sus atributos plásticos como por su carga simbólica o su articulación formal. Las bicicletas se convierten en todo un motivo. Otro es el círculo luminoso centrado en la pantalla, que aparece a menos de tres minutos del inicio (la entrada de la nave espacial). Ese motivo se va a combinar con la bicicleta en el plano emblemático en que Elliott, pedaleando por los aires gracias a los poderes del E.T., pasa por delante de una luna enorme, y más adelante, frente al sol poniente. La imagen de la luna se convertiría en el isotipo de la productora Amblin, de Spielberg.

Los atributos visuales y sonoros de la obra maestra son buenos motivos para verla en un cine. Pero es sobre todo el componente emotivo y catártico el que se va a beneficiar de ser, más que un mero espectador, parte de un público.

E.T. / El extraterrestre (E.T. / The Extra-Terrestrial). Dirigida por Steven Spielberg. Estados Unidos, 1982. Con Henry Thomas, Robert MacNaughton, Drew Barrymore. En varias salas.