Si estuviéramos en la versión doblada al español de una película de acción de los años ochenta, diríamos: “¡Ese hijo de perra lo hizo de nuevo!”. En medio de numerosas conversaciones acerca de un posible fin de la experiencia cinematográfica, James Cameron nos hizo ir, nos hizo ver y nos venció. El mundo de Pandora está de regreso, con su imagen despampanante y su historia bidimensional... que gana una tercera dimensión gracias a los lentes apropiados.

En 2009 se estrenó Avatar, una historia original (inspirada en un montón de historias) que rompió todos los récords de taquilla, en parte gracias a aquel furor del cine en 3D, una tecnología que Cameron aprovechó como nadie. Y este director enamorado de sí mismo se enamoró tanto de su creación, que su primera película en trece años es su secuela: Avatar: El Camino del Agua.

Aquella película contaba la historia de Jake Sully, quien viajaba hasta una luna extraterrestre a la que la humanidad había llegado, cuándo no, para explotar sus recursos naturales. Como estrategia para interactuar con la especie inteligente local, unos humanoides altos y azules llamados Na'vi, crearon avatares híbridos que podían ser controlados por los humanos a la distancia. Resumiendo, Jake se volvía uno de ellos, tanto que abandonaba por completo su cuerpo de humano.

Esta aventura comienza muchos años después, con Jake y su amada Neytiri encabezando una comunidad y una familia. Sin embargo, los malos (nosotros) no desisten (no desistimos) si quedan ecosistemas para destruir, así que regresan. Y la culpa de especie de Cameron hace que nos muestre ese nuevo desembarco con una crudeza y una capacidad de destrucción inusitada. No será la única sorpresa desagradable, ya que el malo de la película anterior vuelve en forma de Na'vi. Todo el asunto de los híbridos, los avatares, sigue siendo lo más traído de los pelos de la saga. Pero hay que justificar el título.

Esta cara conocida, aunque de otro color, obliga a Jake, Neytiri y el resto de la familia a huir de su escondrijo. Por suerte, Pandora es un sitio tan hermoso que terminan en un escondrijo igual de alucinante a los ojos. Cameron, que ha demostrado una y otra vez lo mucho que adora los océanos, construye su versión idílica poblada de flora y fauna original y colorida. Y le dedica una buena parte de las más de tres horas de duración a la lenta pero disfrutable (pero lenta) adaptación de los Sully a ese nuevo ecosistema.

Acerca de los temas de esta historia, al igual que en Avatar podemos resumir gran parte de las intenciones del guion en una sola palabra: vínculo. Desde que conocimos a los Na'vi fuimos testigos de su vínculo con la naturaleza, exagerado a tal punto que unos tentaculillos les permiten vincularse con algunas especies y lograr una comunicación telepática. Vamos, que los humanos se vinculan tanto con los cuerpos híbridos como con los numerosos exoesqueletos mecánicos que nos recuerdan a Alien 2: El regreso (Cameron, 1986). No será la única referencia a su propia cinematografía, ya que hay un fuego arrasador al mejor estilo de Terminator 2: El juicio final (1991) y una extensa secuencia de acción que parece sacada de Titanic (1997).

Somos bichos sociales aunque lo hayamos olvidado, o aunque solamente nos juntemos para destruir algo o a alguien. Los Na'vi no son nenes de pecho, y la película los muestra cazando otras especies para alimentarse. Pero ni compiten contra estos invasores capaces de cazar ballenas, o su equivalente pandórico, con una violencia solamente comparable... bueno, a la de los cazadores de ballenas del mundo real.

Así, con malos malísimos y buenos que liman sus asperezas, llegamos al tercer acto de la historia, donde el director pone toda la carne en el asador y nos mantiene aferrados al asiento durante una cantidad indeterminada de minutos (me hicieron dejar el celular en una bolsita antes de comenzar la función). Será la conclusión del arco de crecimiento de la familia Sully, pero también será una sucesión de persecuciones, explosiones y contusiones en el aire, en el agua y dentro de los vehículos. Que, dicho sea de paso, también son lindos y tienen un altísimo potencial coleccionable.

Todos y cada uno de los elementos técnicos son impecables, por si no había quedado claro. Se nota que el 3D no es un efecto de posproducción, sino que los responsables trabajaron de la mejor manera para que ese mundo salte delante de nuestros ojos. Sobre la narrativa, que no intenta reinventar la rueda, hay un par de motivaciones sobre las que no conviene hacerse demasiadas preguntas. Como si fuéramos un Na'vi, conviene vincular nuestros tentaculillos con los de James Cameron, dejarnos pasear por su mundo y constatar que el cine de entretenimiento vive y lucha, aunque sea en una luna de Alfa Centauri y dentro de doscientos años.

Avatar: El Camino del Agua. Dirigida por James Cameron. Estados Unidos, 2022. Con Sam Worthington, Zoe Saldaña, Sigourney Weaver y Stephen Lang. 192 minutos (vayan al baño antes). En varias salas.