El esquema es conocido: profesor asume un cargo en una escuela pública en un contexto problemático (en este caso, Avellaneda, en el conurbano bonaerense). Se enfrenta con las dificultades del caso: desinterés de los alumnos y problemas sociales que les impiden dedicarse a los estudios. Se individualizan algunos estudiantes en particular que suscitan un especial afecto del docente, quien se involucra en sus vidas intentando ayudarlos. Esos jóvenes contribuyen a trazar un panorama social de ese contexto. Todo es difícil, pero al final se concluye que el esfuerzo educativo, aun a ese nivel microcósmico, tiene relevancia y es incluso decisivo en la vida de algunas personas. Es probable que la referencia y motivación más fuerte para esta película haya sido Entre los muros (Laurent Cantet, 2009), pero la carga más dramática de El suplente, que tiene sus momentos de suspenso e incluso un alguito de acción, remite a la obra fundadora de este esquema narrativo, que es Blackboard Jungle (Semilla de maldad, Richard Brooks, 1955).
Si bien la película emplea una fórmula, tiene mucho de específico. Transmite una sensación muy vívida de realismo, y a eso contribuye una narrativa que entrevera aspectos relevantes para la moraleja con otros que no lo son pero integran la vida. El docente no existe sólo para la docencia: tiene también sus problemas personales. La película tiene a bien no insistir en motivaciones psicológicas para su involucramiento -este deriva, sencillamente, de la ética, y con esto basta-. Pero abordamos, además, con una imparcialidad no clásica, su situación con la exmujer, su nueva amante, los líos de la hija, la vecina, el padre. En pequeñas medidas, cada una de esas líneas secundarias incide o repercute en la línea principal de la escuela y tiene su interés intrínseco.
El suplente entra al asunto de la docencia con mucho conocimiento de causa: cómo y para qué enseñar literatura en un contexto así. Algunos caminos se muestran estériles, otros se revelan más fructíferos. A veces la literatura parece totalmente secundaria frente a situaciones extremas, pero justo ahí emerge como herramienta indirecta para el procesamiento intelectual y emocional de tales ocurrencias.
Es notable el desempeño de Juan Minujín en su combinación de timidez y determinación, de tristeza e idealismo, de rebeldía y pragmatismo. Como testigo o como motor de los eventos, su personaje está presente en todas las escenas, con excepción del momento más dramático en el comedor barrial, centrado en el joven llamado Dylan. Pero no es sólo Minujín: todas las personas que aparecen en pantalla están bárbaro. El desempeño de los gurises de la clase es formidable -de todos ellos- y también lo es el de los docentes, inspectores, gendarmes. Todos son personajes, no meras herramientas para el avance de la ficción. Y la película se centra en problemas estructurales, sin demonizar a nadie, salvo, quizá, al Perro, jefe del narco local. Los padres de la aplicada Mayomi deciden que ella abandone el colegio luego de que este fuera intervenido por la gendarmería a partir de que se requisó en el edificio una gran cantidad de droga: frente a esa situación, la actitud de ellos no se ridiculiza como ignorante y oscurantista, ya que implica temores bastante razonables. Los gendarmes usan su autoridad en la intervención, pero en ningún momento recurren a una violencia villanesca. Los docentes, cuando discuten, defienden distintas posiciones, y cada una parece bien fundamentada, y algo similar ocurre en los tironeos entre Lucio (el protagonista) y su hija.
Hay una cantidad de escenas buenísimas en las que se trabajan emociones importantes, dilemas y problemas agudos. La cámara en mano cuidadosamente coreografiada puede verse como tributaria de los hermanos Dardenne, principal referente de realismo cinematográfico en los últimos treinta años. Sin embargo, a diferencia del visual “correctamente iluminado” y estilísticamente transparente de los Dardenne, el director Diego Lerman y el excelente fotógrafo polaco Wojciech Staron urdieron un estilo mucho más caótico y saturado de información y contrastes. El foco es corto y mutante, los elementos exteriores siempre están tiñendo los cuerpos. Las diferencias entre las temperaturas de color (entre sol y luz artificial, o entre pleno día y atardeceres), en lugar de corregirse, se acentúan. A ellos se suma la eventual incidencia de luces coloridas. Muchas de esas fuentes de luz apuntan directamente a la cámara, brillando mucho más que los rostros, que a veces están casi siluetados. Hay muchos encuadres descentrados e imágenes enturbiadas por la interposición de vidrios sucios o reflejos.
Lucio es el suplente del anterior profesor de literatura. Aunque la película no lo explicita, asumimos que él decidió agarrar ese puesto en Avellaneda para estar cerca de su padre, que actúa en la militancia social local y que cursa una quimioterapia. En la medida en que se deteriora la salud del padre, todo indica que Lucio, cada vez más comprometido con la situación local, será también su sucesor (suplente). Esa idea del suplente o doble está vagamente reforzada en las varias ocasiones en que la imagen de Lucio se duplica, o por estar reflejada en una ventana o espejo, o porque la vemos difractada a través de la mampara corrugada de la ducha (el primero de los planos del film) o por los ladrillos de vidrio del hospital.
La película asume la perspectiva del intelectual porteño afín a las artes, con auto y perspectiva ética ecuménica. Sin embargo, al mismo tiempo, es un film con un profundo sentido popular: la poesía de las visiones de Dock Sud, la belleza de los cuerpos y facciones no hegemónicos, la fuerza sociocultural del rap, la casi atracción por los conflictos y problemas que dan sentido a la militancia y a la solidaridad como actividades quizá más gratificantes y atractivas que el mero bienestar pacato. Es una manifestación más de la riquísima multiplicidad, solvencia y garra del cine argentino actual.
El suplente. Dirigida por Diego Lerman. Argentina (con capital complementario de Italia, España, México, Francia), 2022. Con Juan Minujín, Alfredo Castro, Lucas Arrúa. Cinemateca, Sala B, Alfabeta, Movie Montevideo.