Probablemente la película que mejor prediga lo que nos espera más temprano que tarde sea Soylent Green (Cuando el destino nos alcance, Richard Fleischer, 1973, basada en una novela de Harry Harrison que predice lo mismo, pero de manera mucho menos concisa y descarnada), y casualmente transcurre en 2022. El futuro que muestra la película (dentro de pocos meses, retrofuturo) es aquel hacia el que nos dirigimos: la superpoblación imparable y la degradación ambiental hicieron colapsar el sistema de producción de alimentos. Los pocos productos naturales que siguen disponibles son para, oh sorpresa, los ricos y privilegiados. Las masas incontables que se apiñan en las ciudades se alimentan de unas galletitas de colores llamadas Soylent, fabricadas a base de algas y plancton. Pero como el medioambiente sigue en picada hasta los océanos están comprometidos, y la materia prima de estas galletitas está amenazada. Así las cosas, aparece en el mercado una nueva variedad de Soylent de color verde, que se ofrece como la solución al problema. Al final de la película un horrorizado Charlton Heston descubre que el Soylent verde se fabrica con cadáveres. Canibalismo ultraprocesado.

No hace mucho, Damian Kuc subió a su canal de Youtube una de sus Historias Innecesarias titulada “¿El futuro es vegetariano?”. Ahí, con el rigor y la solvencia que le son habituales, plantea las dificultades que enfrenta la producción de alimentos de origen animal y sus posibles alternativas a futuro, la mayoría basadas en plantas. Estas dificultades son, básicamente, de carácter ambiental: criar de forma masiva animales, ya sean vacas, cerdos o pollos, genera un impacto tremendo en el medio ambiente. Hay otras consideraciones éticas o morales involucradas, pero palidecen ante la evidencia del porrazo constante al equilibrio natural. Y mientras la población sigue creciendo y la nueva gente que aparece, comprensiblemente, pretende comer, de ser posible todos los días, alimentarlos con proteína animal se vuelve imposible. Y, no está de más recordarlo, el mundo actual está movido por el capitalismo, un sistema basado en el crecimiento económico constante a costa de recursos naturales limitados. ¿Qué podría salir mal? Tampoco está de más recordar que cuando el capitalismo se refiere al “problema del hambre en el mundo” se refiere en realidad al mercado de alimentos. Uruguay es un ejemplo perfecto de este cinismo descarado: del puerto de Montevideo salen unos tras otros barcos repletos de comestibles. Ni uno solo de ellos se dirige a África, donde hay gente con hambre, sino hacia América del Norte, Europa o el este asiático, donde hay gente con plata.

Ante esta situación, el video de Kuc muestra cómo el consumo vegetal puede ser la solución, ya que aún se está lejos de llegar al límite de la producción agrícola soportable por el planeta. Al menos, de la producción de porotos de soja mejorados y cosas similares. Así que, se nos dice, no podremos comer más carne (ni leche, ni huevos), pero las plantas nos van a mantener gorditos y rozagantes.

Hay una especie de discurso optimista que muestra esto como un avance, cuando en realidad es un retroceso. Que la Humanidad en bloque se vea obligada a una dieta vegetariana es una pérdida de variedad alimentaria. Y encima, como el aumento de la población no da señales de aminorar, tarde o temprano el límite de la producción vegetal posible también se va a alcanzar, y eso sin sumar la degradación medioambiental a la ecuación. Ahí seguro la ciencia y el mercado encontrarán nuevas fuentes de proteína que podrán empujar lo inevitable algunas décadas hacia el futuro. La Humanidad se alimentará de algas, plancton, hongos, insectos o lo que haga falta.

Un informe de octubre de la agencia Reuters repasa los avances de una empresa israelí llamada Redefine Meat, que con orgullo llama a su producto “New Meat” (“Nueva carne”, y a David Cronenberg le gustaría el nombre). La “New Meat” se produce, literalmente, en impresoras 3D, tiene forma similar a un corte de entrecot y está hecha con proteínas de soja y arveja, garbanzos, remolachas, levadura y aceite de coco. De momento es carísima, pero sus fabricantes confían en que dentro de algunos años se consuma en lugar de la mayor parte de la carne animal natural (que, seguramente, estará reservada para los ricos y privilegiados). La inventiva israelí, tampoco está de más recordarlo, nos brindó ese crimen vegetal llamado tomate larga vida, que nos permite tener en nuestra dieta tomates perdurables, vistosos y fáciles de conservar, a cambio de consumir una triste cosa con el sabor y la consistencia de la cartulina mojada. Otra muestra de cómo nos dan y nos quitan las “mejoras” en la productividad alimenticia.

El tema con la “New Meat” es que no es carne, es un producto vegetal más que ultraprocesado, viable mientras se puedan seguir cosechando sus componentes básicos. Una vez que el cultivo de garbanzos o lo que sea se vuelva insostenible, seguramente otros ingeniosos científicos lograrán producirla a partir de hongos, algas o gusanitos, hasta que el destino nos alcance. Porque la “New Meat” en realidad es un producto fabricado y presentado para hacernos creer que estamos comiendo una cosa, cuando en realidad comemos otra.

Es Soylent.

Ya empezó.