Quizá en parte debido a las pocas, poquísimas exposiciones colectivas que, en estos tiempos espinosos, se pudieron ver (por lo menos con tranquilidad), este Premio Montevideo 2021 resulta una bocanada de aire, tanto por la renovación del espacio expositivo del Subte (menos opresión visual de la estructura, arreglo de detalles, iluminación eficaz, cuarto funcional para videos) como por la calidad de algunas de las piezas. El jurado, generosamente heterogéneo, compuesto por el artista brasileño, aunque radicado en Uruguay, Cao Guimarães, la crítica de arte argentina Florencia Battiti y la gestora y divulgadora cultural Emma Sanguinetti, supo optar, felizmente, por la delgadez: de las 360 propuestas fueron seleccionadas sólo 28 (confirmando una especie de regla no escrita según la cual, en cualquier concurso, se salva, en promedio, 10% de lo presentado). Como es cada vez más frecuente, todos los medios están juiciosamente presentes –faltaría sólo lo performático–; los temas satisfacen diferentes intereses y posturas –de lo lírico al rescate, pasando por lo “militante”–; la cualidad de ejecución se mantiene en (casi) todos los casos. ¿Qué queda del conjunto? Sin duda se destacan los videos, la pintura (y alrededores) confirma caminos bien pisados y frustra un poco otros, pero en general la sala mantiene vivo el interés de principio a fin. Sin pretensión de cubrir todo, saltaré entre las piezas más estimulantes y urdiré diminutas tramas temáticas, invitando a los espectadores a saborear en vivo ese vibrante sample de arte nacional en pandemia.
Si diligentemente arrancamos la exposición con la primera obra a la izquierda de la sala –imitando hábitos de lectura–, nos toparemos quizá con lo mejor del muestrario: Un discurso para 5 años. Una reflexión sobre lo imposible, de Guillermo Sierra (que ganó el segundo premio, adquisición). Lo que a primera vista es una foto fija en pantalla, un snapshot del discurso de asunción de Lacalle Pou en 2020, se revela, gracias a la explicación del autor, la abstrusa dilatación de un segundo en un video que dura un día: sólo así, sumando hipotéticamente los 30 minutos de duración de las palabras del presidente y multiplicando cada segundo de ellos por 24 horas, tendremos una coincidencia temporal con los cinco años del mandato electoral. Explica Sierra que, por motivos técnicos (la cantidad de tiempo del rendering de cada minuto, los límites de almacenamiento, los costos prohibitivos, etcétera), dicha tarea resulta imposible –aunque, en principio, es casi imposible, algo que vuelve el título un poco tramposo–, pero el ejemplo se configura como seguramente aturullante y patente en su denuncia de la intrínseca imposibilidad de cualquier gobierno de cumplir promesas del primer día frente a la incertidumbre de los 1.824 que le seguirán. Más allá de esa delación genérica, impresiona ver la “retórica”, crucial en la arena política, metaforizada en el “congelamiento” (efecto frozen screen) de lo verbal y el acatamiento de la acción en pos de su propaganda. Y, ya bajando a la contingencia, resulta casi automático superponer mentalmente el inmovilismo audiovisual al político (por ejemplo, el reciente “no tomar medidas es una medida”).
También el primer premio es un video con anexa, elegante pintura sobre pared, versión de un grabado de Giovanni Stradano, artista manierista flamenco que ilustró a fines del siglo XVI la Americae retectio, con alegorías. Tenemos así una Diana sorpresivamente náutica que, si en el contexto original gobernaba el navío de Colón, acá nos “introduce” al video de El desembarco, de Paola Monzillo: una toma del mar a ras de agua –quizá una de las secuencias más abusadas por el cine cuando se quiere representar lo marino– a la que se superponen titulares de diarios sobre “desembarcos” de empresas extranjeras en América Latina, en un mareador torbellino de flechazos neocolonialistas, oportunamente suavizados por la prensa y que, en la potente pieza de Monzillo, por cantidad y agresividad, toman un aspecto abierta y acertadamente siniestro. Lo acuático vuelve también en el (demasiado) escueto Realidad aumentada, de Michael Bahr, pun visual que consiste en una vieja laptop sumergida completamente en agua, en una pecera, con efecto lupa.
Otra pequeña “tendencia” podría hallarse en los experimentos verbovisuales. Por un lado, el usual y refinado trabajo de calado de letras de Magdalena Gurméndez aplicado a fragmentos (diría irreconocibles) del Decamerón de Boccaccio, que flotan con sus blancos, negros y dorados a un metro del piso, moviéndose por el aire que circula en la sala, nubes (anti)narrativas interpretables como recordatorio de estados pestíferos. Íntimo, en cambio, el juego de textos recortados en tira y reensamblados de maneras conscientemente aproximativas y con faltantes de Cartas a Sebastián. Poniendo la memoria a ensayar: (re)guionar - (re)escenificar - (re)interpretar, de Anaclara Talento, que, si bien recuerda formalmente experimentos de los 70 –por ejemplo, algunos ceroglíficos de Adriano Spatola–, utiliza esta disrupción visual del texto como metáfora del juego entre hechos y memoria de los hechos a nivel individual, y no como negación de la linealidad del lenguaje público, target primario del poe-concretismo histórico.
Divertido el llamado a la interacción con el público, sin título, que propone Nicolás Pereira Scayola: un mapa de Uruguay dentro de otra silueta de Uruguay en la pared (especie de corazón del corazón), en material abrasivo, que invita e incita a los transeúntes a frotar fósforos sobre la superficie —brindados por el artista en cajitas serigrafiadas—, desgastando así el mapa y alimentando, por unos segundos, una llamita que pronto hay que sofocar en un contenedor de arena: todo bajo el lema “...un país que enciende ilusiones...”, perfecto para una campaña política o turística, indiferentemente.
También a la combustión, y al poder de envolvimiento de lo audiovisual, apela exitosamente Valentina Cardellino en su Arde: sentados en una pequeña habitación oscura estamos sitiados por tres largas pantallas verticales que proyectan imágenes mediáticas de incendios recientes: como si estuviésemos hundidos en un risible apocalipsis boschiano –forjado por las lenguas de fuego pixeladas que consumieron Notre Dame, el monumento de Baquedano en Chile durante las revueltas de 2019 y una estación policial de Minneapolis luego de la muerte de George Floyd–, adquirimos la certeza de que la consunción definitiva vendrá del calor (y aquí, subrepticiamente, emerge la preocupación ecológica, punto neurálgico en la búsqueda de Cardellino, como si los videos fuesen apenas trailers del calentamiento final).
El contraste entre realidad y reproducción en video informa también la amargamente irónica Testing –que se vuelve, socarronamente, también un tasting–, de Alejandro Cruz: a tres pequeños moldes de chocolate de El aguatero, de José Belloni (el esclavo esculpido en pose heroica como “homenaje a la raza negra” en 1930), se asocia un video en el que Cruz mismo se come una de estas figuras mirándonos a los ojos sin dejar transparentar emociones. La ingestión se puede entonces leer como la consumición de la cuestionable retórica y pomposidad del monumento original (con su inevitable carga de contradicciones) y como una aterciopeladamente puntiaguda variación del antropofagismo vanguardista de Oswald de Andrade: más fuego para el debate.
El formato “cuadro”, en general, no aporta sacudones. Martín Pelenur (en buena forma), Diego Píriz (tercer premio) y Santiago Velazco proponen variaciones de sus estilos y temas compositivos sin sobresaltos, mientras que Elian Stolarsky con su collage textil Strange Fruit (2016) recurre directamente a series de otra época (todas las demás piezas mencionadas son del año pasado). Finalmente, en el frente fotografía deja una cautivadora huella retiniana HIC ET NUNC, de Juan Manuel Barrios: más de 1.000 fotos, sacadas en diferentes momentos del día y de la noche, del edificio cluster Ciudadela, en una galería de variaciones tonales y texturales que dialogan, balbuceantes y por reiteración compulsiva, tanto con lugares comunes del arte digital como con antiguas estaciones Saint-Lazare, montañas Sainte-Victoire y sopas Campbell.
50º Premio Montevideo de Artes Visuales. Centro de Exposiciones Subte (Plaza Fabini sin número). Hasta el 5 de marzo.