Hasta el miércoles 30 Cinemateca estará exhibiendo el ciclo Mujeres: Otra Mirada. Es bastante heterogéneo: hay películas dirigidas por mujeres y por varones, ficciones y documentales, que atraviesan 91 años de historia del cine; muchas son decididamente feministas, pero otras enfocan a sus personajes desde ángulos que, sin ser incompatibles con el feminismo, no necesariamente se encuadran en él. Son casi todas europeas (la mitad, francófonas), con un par de agregados indies estadounidenses. Comparar el enfoque de las mujeres en esta decena de películas muy diversas es un eje interesante y pertinente. Por otro lado, quienes hicieron la selección evidentemente acoplaron ese propósito con el placer de ofrecer una colección de películas que es una absoluta bomba. Las vi todas, salvo la última, Oh, les filles, que creo que es un estreno absoluto en Uruguay. Con respecto a las demás nueve, muero de envidia de quienes disponen de las tardes y las noches libres para apreciarlas en las pantallas de Cinemateca en el correr de la próxima semana y media, y sobre todo de quienes vayan a pasar por el deslumbramiento de verlas por primera vez.
Por desgracia para quienes se estén enterando del ciclo por este artículo, la mejor de todas ya pasó. La dieron el domingo 20. (Cinemateca tiene la mala costumbre de difundir sus ciclos con muy poca antelación como para permitir la cobertura periodística concienzuda que merecerían.) Fue La pasión de Juana de Arco (Carl Dreyer, 1928), una de las diez o 20 películas más increíbles de toda la historia del cine. De todos modos, aun sin ella, el ciclo es espectacular.
Sororas
La amistad entre mujeres heterosexuales viene bárbaro para discutir asuntos específicamente femeninos sin desplazar el eje al vínculo amoroso. Seis de las diez películas se basan en ello.
Una canta, la otra no (Agnès Varda, Francia, 1977; viernes 25). La amistad entre Pomme y Suzanne brota en 1962, siendo ambas jovencitas, cuando una de ellas cruza las complicaciones de un aborto ilegal. (Si a alguien le cuesta entender la centralidad de la cuestión del aborto en la lucha feminista, este ciclo brinda reiteradas y elocuentes explicaciones.) La película las acompaña hasta la actualidad (1976). El vínculo sirve como pretexto para comparar dos personalidades y biografías, que vamos siguiendo en forma alternada, unificadas en la militancia feminista y diferenciadas en sus estilos de vida. Junto a ellas, acompañamos 15 años de luchas: por la legalización del aborto, por la aceptación de la pastilla anticonceptiva, por un abordaje libre y desprejuiciado de los vínculos afectivo-sexuales y de la maternidad (encarada como alternativa y no como mandato). Pomme es cantante y sus espectáculos son pretexto para unas puestas en escena deliciosamente posjipis. Como siempre, Varda baña su historia en una ternura indecible, aun si hay toques de desencanto y drama. El plano final, con la hija de Suzanne, está teñido de esperanzas de un futuro mejor.
(Oh, les femmes, de François Armanet, Francia, 2019, que cierra el ciclo el miércoles 30, es un documental sobre un tema lindero con la trayectoria de Pomme en la película de Varda: las cantantes francesas de rock desde la década del 60).
Jo y Mara, las protagonistas de Catorce (Dan Sallitt, Estados Unidos, 2019; martes 29), tendrían edad para ser las hijas de la hija de la Suzanne de Una canta, la otra no. Al menos en su clase social (media, educada) y en el desarrollado medio neoyorquino, es notorio el incremento y la naturalización de ciertas libertades. Estas no parecen ser suficientes para escapar de algunas vicisitudes existenciales, como los problemas psiquiátricos de Jo, aparentemente no agudos, tan sólo “problemáticos rasgos de personalidad”, a la larga capaces de destruirle la vida. Imposible describir en este breve espacio la complejidad y las virtudes de esta película extraordinaria. Cada escena es una joyita –los diálogos, la actuación, la inteligente administración de la información–. Si al inicio todo parece contenerse en una simpática observación medio mumblecore de comportamientos y psicología, la cosa se pone más espesa luego. Es una película delicada, inteligente, divertida y punzante a la vez. También aquí termina con una hijita, otra interrogante más hacia el futuro.
La sororidad es literal en Las hermanas alemanas (Margarethe von Trotta, Alemania, 1981; sábado 26). Esta película causó un entendible impacto cuando se estrenó en Uruguay, en 1983 (ganó el premio ACCU de ese año): el dilema entre la opción por la lucha armada y formas no violentas de resistencia, las condiciones crueles de prisión de los guerrilleros capturados, las violaciones de derechos humanos, el poder disruptivo de la violencia autoritaria sobre las familias más directamente afectadas, el silencio criminal del poder reforzando la idea de la supuesta democracia como una dictadura en stand-by, la búsqueda obstinada de justicia que emprenden los familiares de las víctimas directas y las maneras en que la frustración compromete la sanidad mental, las preguntas hacia el futuro en el final abrupto y escalofriante (en el que, una vez más, el futuro se encarna en un hijo, en este caso varón). Esta gran película sólo ganó con el paso del tiempo, que resalta la clarividencia de la directora, que confronta a una hermana guerrillera con la otra, feminista. Tal como dice el título en español, son hermanas alemanas, así que hay especificidades nacionales. La extensa escena en que Juliane y Marianne adolescentes miran una proyección de Nuit et brouillard (1955) es increíble, porque además de que vemos un tramo considerable de la obra maestra de Alain Resnais sobre los campos de concentración, nos hacemos la idea del impacto que tendría la conciencia de esos crímenes en jóvenes alemanas hacia 1960. También hay apuntes sobre el papel de la mujer en la ideología hitleriana. Es simultáneamente contundente y sutil la manera en que se procesa el carácter autoritario de distintas instituciones (cárcel, familia, religión).
Los peinados y vestidos posjipis setenteros de Una canta, la otra no vuelven a surgir en Delphine y Carole, insumisas (Callisto McNulty, Francia, 2019; lunes 28). Otra vez la amistad entre mujeres signada por la militancia feminista, la lucha por la legalización del aborto, el hito representado por mayo de 1968. Sólo que aquí se trata de un documental, la historia real de las videastas y militantes Carole Roussopoulos (1945-2009) y Delphine Seyrig (1932-1990). El asunto de las siguientes generaciones de mujeres vueltas emblema en las hijas se materializa aquí en forma conmovedora: la autora del documental es la nieta de Roussopoulos y claramente asume su herencia, en la forma de expresión artística, en el estilo y en la ideología.
Los problemas son más localizados y agudos para Otilia y Găbiţa, de 4 meses, 3 semanas y 2 días (Cristian Mungiu, Rumania, 2007). La historia transcurre en una jornada. El contexto es mucho menos civilizado que el que se muestra en las películas antedichas. La acción se desarrolla en 1987 en Rumania, bajo la dictadura de Nicolae Ceauşescu y la política antiabortista de la primera dama, Elena Ceauşescu. Una de las protagonistas va a que le hagan un aborto y la fragilidad sanitaria y legal de la situación es explotada violentamente por el médico, uno de los villanos más odiosos de la historia del cine. La película respira miedo, la tensión es extraordinaria y cuesta describir la indignación que suscita esta obra maestra.
Si la anterior película muestra el régimen comunista en Europa del Este en forma retrospectiva, luego de la caída del régimen, Las margaritas (Věra Chytilová, Checoslovaquia, 1966; hoy lunes 21) fue producida durante aquel período. Sin embargo, se trataba del momento conocido como la Primavera de Praga, un bolsón de liberalidad en una historia mayormente pautada por el autoritarismo. No sé si alguna vez vi algo tan iconoclasta. La rubia y la morocha se dedican a hacer travesuras, especialmente las que consisten en extraer favores y dinero de los varones seducidos por sus encantos físicos. Podemos gozarnos y divertirnos con la irreverencia de las chicas, pero esta es una obra de modernismo político, que no se conforma con buscar una adhesión simple y prefiere depararnos un objeto enigmático para discutir. Las amigas no llegan ni siquiera a ser propiamente personajes: son como muñequitas infantilizadas e irresponsables, que al mismo tiempo que ponen en evidencia la rigidez opresiva del entorno que contribuyen a subvertir, también muestran que carecen de empatía o propósitos que superen el cortísimo plazo. Y la forma es un carnaval de creatividad absurda, delirante, de quitar el aliento.
Solas
La protagonista de Wanda (Barbara Loden, Estados Unidos, 1970; martes 22) padece de una apatía que lleva a que su vida sea un desastre: nadie la quiere mucho, se acuesta con uno o con otro, más para tener donde pasar la noche que por deseo, se deja humillar y robar. En una de esas conoce a un hombre extraño y esquivo que resulta ser un ladrón, y que termina adoptándola como cómplice criminal. Es una producción súper independiente, en 16 milímetros, cámara en mano, locaciones, ninguna estrella, la ambientación en una deslucida zona carbonera de Pensilvania. Es una road movie lindera con el cine “de género” (asalto a banco, pareja de criminales en fuga), sin llegar a entrar totalmente en este terreno. Es una película bastante bajoneante, al abordar esa cuestión complicada de las trampas que la condición mental puede tender a algunas personas, como en Catorce.
Ya la protagonista de Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, Bélgica, 1975; miércoles 23 y jueves 24) parece ser todo lo contrario: una burguesa totalmente obsesionada con la meticulosa realización de sus tareas domésticas. (Está actuada por la Delphine Seyrig de Delphine y Carole). Según los estereotipos de género, y más en esa época, era una mujer “normal”. El que esa mujer viuda ejerza también como prostituta y reciba cada tarde en su apartamento a un cliente preagendado para complementar sus ingresos podría verse como un elemento más de esa normalidad (el cine francófono venía empeñado en mostrar que la prostitución eventual entre las mujeres de clase media era algo muchísimo más frecuente que lo que uno quisiera suponer). Es la película más exigente de todo el ciclo: durante la mayor parte del tiempo estamos viendo, a tiempo real, con la cámara fija en planos planimétricos de más de un minuto de duración, a Jeanne realizando sus acciones cotidianas: pelar papas, bañarse, tender la mesa. La película es considerada un marco del minimalismo cinematográfico. Por otro lado, ese énfasis en lo doméstico implica una actitud de visibilización de los trabajos emprendidos por las amas de casa, normalmente relegados a la condición de un mero respaldo de las “cosas importantes” que merecen ser mostradas en una pantalla. Además, esa insistencia es la base para el funcionamiento del tramo final, en que algunas cosas empiezan a salir mal. Es la única película del ciclo que se exhibe más de un día, quizá porque su duración de casi tres horas y media no permite las dos funciones diarias de todos los demás títulos. Quizá sea también una señal de que esta obra maestra viene conquistando un respeto y suscitando una curiosidad que no dejan de crecer.