Sauce de Batoví es uno de los tantos pueblos ocultos de nuestro país. Se encuentra a la altura del famoso cerro tacuaremboense, pero a unos cinco kilómetros al este de la ruta 5, es decir, alejado del tránsito nacional cotidiano. En la ladera oriental de la Cuchilla de Haedo un puñado de casitas decoran el amplio paisaje de extensa pradera y pedregal ahora estampado por emprendimientos forestales. En ese lugar, “en un rancho de terrón y paja”, nació hace sesenta y ocho años el músico Víctor Amaral Portela. También allí, en su estudio personal, grabó su último disco, Con acordeón, de mi lugar.
El multinstrumentista tiene una trayectoria musical casi tan larga como su vida. Hijo de almaceneros, se crio a los pies de las orquestas que amenizaban los bailes familiares. A los cinco años ya sacaba en un pequeño acordeón de una hilera, regalo de un padrino, las melodías que silbaban los parroquianos del almacén, y a los siete, gracias al “sacrificio y mucho tino” de sus padres, comenzó los estudios de acordeón a piano y solfeo en la capital departamental, a unos veinte kilómetros de su localidad natal. Unos años después ya formaba parte de las troupes criollas que hacían levantar tierrita en los patios festivos de la región. Desde entonces, con el acordeón o como tecladista, ha “andado muchos caminos” y se hizo un lugar, casi anónimo, en el paisaje sonoro de nuestro país.
Los Olimareños, Pablo Estramín, Héctor Numa Moraes y Larbanois & Carrero son algunos de los músicos que contaron con la habilidad de sus dedos. También dirigió la Banda Municipal de Tacuarembó en los ochenta y participó de innumerables cruces y proyectos, como el Dúo de Alpargata, con el músico Robert Rezende, o el Gaucho Clorofila, especie de alter ego con el que destacaba por su picaresca.
Con acordeón, de mi lugar es un álbum instrumental de composiciones originales en las que el fuelle es el notorio protagonista. El ambiente fronterizo se palpa en las rítmicas desarrolladas con sapiencia, pero no es sólo un ejercicio costumbrista: la obra de Amaral tiene pasaporte universal y da cuenta de un compositor tan asentado en la tradición como en la academia. Además de acordeón a piano, el músico se hace cargo de bajo, piano y percusiones y cuenta con la participación como invitados de Ricardo Cunha en guitarrón, Juan Pablo Silva en bandoneón y Robert Rezende en guitarra. Todo suena bien y en su justo lugar. Así se conforma esta banda virtual que recuerda a aquellas que desde fines del siglo XIX recorrían fiestas y celebraciones camperas de distinta índole, desde casamientos a kermeses escolares.
“Esta música tiene sus raíces en la mezcla cultural multiétnica de la región rural al norte del río Negro que divide el país, una región de confluencia y conflicto histórico entre los mundos hispanohablante y lusófono. Los ritmos principales más antiguos, como polca, habanera y mazurca, son adaptaciones locales de música popular europea y latinoamericana del siglo XIX y principios del siglo XX introducidas al Uruguay por medio de los grandes centros urbanos de la región y las distintas oleadas de inmigrantes”, decía el musicólogo Lauro Ayestarán sobre esta expresión cultural tan uruguaya como el candombe.
En ese sentido, en el larga duración no podían faltar chotis y polcas, como “Empujá que cabe otro”, la encargada de abrir la propuesta. El faro musical de Amaral tiene epicentro en Batoví, pero alumbra mucho más allá de los límites políticos; desde el chamamé “Calafito”, al aire de guarania “Criaturas perdidas” y más allá, ya que incluye una “Zamba new” en la que el patrimonio del norte argentino es recreado con personalidad. El trabajo incluye tres baiones que el acordeonista interpreta a puro swing, revelando el alma de este ritmo festivo y popular brasileño que en la frontera es habitual pero que no tiene tanta presencia en el cancionero uruguayo como los mencionados antes. Entre las once canciones también hay lugar para litoraleñas, entre la que se destaca “Escuela 53”, inspirada en los tiempos de la niñez, “en el trote de algún petiso” y en los juegos que le daban sentido a los recreos. Punto alto del trabajo, en el que da cuenta de sus dotes como melodista.
Con acordeón, de mi lugar es un nuevo y valioso aporte al reservorio de la música popular uruguaya de proyección folclórica que nos ayuda a comprender que nuestro paisaje no está hecho solamente por las suaves ondulaciones de las guitarras criollas; también vibra con estas expresiones de origen y corazón en el baile y que en los últimos tiempos vienen ganando cada vez más espacio en las grillas festivaleras. Por otra parte, el álbum de Amaral terminó de conformar, junto a Recorriendo Uruguay de Hugo Fattoruso y Mi yeito de Pablo Machado, una trilogía azarosa de trabajos instrumentales editados en 2021 con la acordeona como punta de lanza; toda una señal. Recomendado para activar las mañanas, como pausa contemplativa o compañía en los menudeos de la cocina. Como sea, esta es una gran puerta de entrada a la obra de un protagonista directo de la música popular uruguaya.
Con acordeón, de mi lugar. De Víctor Amaral Portela. Ayuí Tacuabé, 2021. Disponible en plataformas.