José Pedro Díaz (1921-2006) fue una de las figuras centrales de la Generación del 45. Se lo recuerda como docente, ensayista y editor –fue, junto a Ángel Rama, quien puso a circular seriamente las narraciones de Felisberto Hernández–, pero el nuevo documental de Aldo Garay devela facetas de su trabajo que, aunque no pueden considerarse “obra”, dan cuenta de una actividad mental y de un panorama intelectual dignos de atención.

La entrada de la película a la figura de Díaz es lateral y casi autorreferente. Garay aprovecha materiales de archivo conocidos recientemente para articular un abordaje paulatino a su protagonista. Por un lado, está la aparición de un diario de Díaz, con el que ha trabajado el investigador Alfredo Alzugarat1. Por otro, la recuperación, por parte del Archivo General de la Universidad de la República, de registros fílmicos que Díaz hizo en su viaje a Europa entre 1949 y 1950.

De esas películas caseras parte el documental, y lo “visual” predomina en su primer tercio, no sólo por el peso que tiene el material encontrado, sino por cierto regodeo geométrico que domina los tramos actuales, que contrasta con la rusticidad de las tomas de Díaz, y en los que se muestra el proceso de restauración de los viejos films. Cuando uno se pregunta si no será demasiado abundar en una actividad a la que Díaz se dedicó durante sólo unos meses, y a la que él mismo describe como una distracción de sus verdaderos intereses, la historia empieza a cambiar: toman el relevo los escritos (el diario, leído por el actor Daniel Hendler).

Allí comienza el verdadero “viaje a la mente” de José Pedro Díaz, un hombre absolutamente cerebral y a la vez atraído por los procesos creativos, propios y ajenos. Con el tiempo, esos intereses confluirían en su ejercicio de la crítica y la investigación literaria (es imprescindible su estudio Novela y sociedad), pero lo que vemos durante la película son incertidumbres acerca de su lugar en el mundo del arte y la creación. Su inseguridad es sólo comparable a su voluntad de aprehender un misterio que, en esos momentos, le resulta esquivo.

Díaz, en cambio, tiene sólo certezas respecto del camino de Amanda Berenguer, su esposa, que ya había emprendido su recorrido como poeta, y que efectivamente llegaría a ser una de las voces destacadas del panorama regional. Berenguer, socia de Díaz en la transformación de su casa en una especie de centro cultural (con la imprenta/editorial La Galatea como arranque) es “la otra” en este relato, en el que también tiene un lugar modesto el médico e intelectual Álvaro Díaz Berenguer, hijo de la pareja, que aquí se limita a explicar algunos detalles de las filmaciones que hizo su padre y a compartir alguna observación atendible sobre su carácter.

El viaje a París es, de todos modos, el núcleo visual del documental, que termina ayudando a comprender también la francofilia que campeaba entre los intelectuales uruguayos a mediados del siglo pasado. Muchos de ellos, en una escena que hoy resulta entre conmovedora y divertida, acuden al puerto a despedir al matrimonio que parte hacia Europa, donde se encontraría con varios compatriotas (Carmelo de Arzadun, Laura Escalante, Taco Larreta, Amalia Nieto, Denis Molina) que residen allí o que, como ellos, peregrinan a la Meca cultural. En París, por caso, se cruzan con Julio Suárez y consiguen (hasta donde sé) el único registro audiovisual del artista plasmando sus propias creaciones (vemos a Peloduro dibujar a Peloduro, digamos).

También vemos cómo del entusiasmo por la cultura francesa, que bordea el sometimiento colonial, Díaz pasa a una actitud crítica una vez que advierte el agotamiento de un ambiente aún resentido por la guerra, todavía no encaminado a la breve primavera de fines de los 60 y claramente afectado por el dominio de la cultura anglo (hoy, a su vez, en declive).

Por esa decepción, y por lo que muestra de sus propios procesos, Díaz aparece como un hombre en transformación, y en eso es posible emparentarlo con otros sujetos de Garay, como los de su “trilogía trans”, y con Henry Engler (figura de El círculo, 2008). Díaz, claramente, no fue más “filmador” que navegante o poeta, pero la aproximación de Garay, a través del medio expresivo que compartió con su protagonista, logra acercárnoslo de una forma sorprendente y sutil.

El filmador. De Aldo Garay. Producción de Micaela Solé. En Cinemateca y Sala B del Auditorio Nelly Goitiño.


  1. Diario de José Pedro Díaz (1942-1956; 1971; 1998), Montevideo, Biblioteca Nacional y Ediciones de la Banda Oriental, 2011.