Pedazos de árboles con espinas, entornos artificiales de relajación, celdas oscuras con mensajes escritos a mano, caras amenazantes que obligan a comprar, una planta que crece en un lugar imposible. Visitamos algunas de las obras expuestas en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC).

Antes de entrar en No Human Can Hurt Me #2, de la uruguaya Luciana Damiani, se pide a los visitantes que se descalcen. En el medio de la sala, un montón de almohadones sobre un piso alfombrado. En las paredes, imágenes que muestran un entorno natural con elementos claramente artificiales, como un arcoíris pixelado, un reno que mueve las orejas, mariposas azules que aletean y un conejo gris. Parece un lugar perfecto para relajarse y meditar, pero algo está fuera de eje. De alguna manera, nos encontramos observando las distintas representaciones de la naturaleza y su límite con lo ilusorio. Con una disposición que rodea al individuo uno se vuelve consciente de cómo lo ficticio puede tomar el lugar de lo real y permite reflexionar al respecto.

En la obra de Nudehead Sex, Money & Chaos nos encontramos en un punto en que el street art se cruza con lo institucional. Propone una mirada desde el humor que critica algunos aspectos de la sociedad de consumo y la forma en que nos comunicamos: hombres que se preguntan “¿para qué pagué tanto?”, una chica posando en ropa interior diciendo “así quiero que el mundo me vea”, anuncios que rezan “compra ahora, paga después”. En color o blanco y negro, las imágenes ponen en evidencia el absurdo de la vida moderna. Ubicadas en la escalera hacia el subsuelo del EAC, sus obras permiten el detenimiento y la reflexión desde un espacio lúdico, despojado ahora de su contexto callejero. Una obra que interpela y al mismo tiempo divierte.

Martín Verges se concentra en el palo borracho, un árbol conocido en el medio urbano, para establecer una reflexión poética en una amplia sala. A su vez, crea obras con materiales provenientes de su madera, fabricando carbonilla, tinta, óleo y temple. Martín pinta y selecciona fragmentos, podas, frutos y flores. Además de exponer parte del tronco y las ramas sobre una alfombra, crea figuras abstractas utilizando sus materiales, y otras más figurativas, como una que representa un bote sobre el agua. En una mesa dispone más elementos de lo que parece haber sido su método de trabajo. Nos encontramos con espinas que se destacan entre caballos de porcelana, hojas resecas, flores, papeles, libros, carpetas y pedazos de vereda. La obra nos obliga a detenernos en un elemento del paisaje montevideano en el que usualmente no reparamos. Nos hace pensar en sus formas, sus espinas, el color de sus flores. También nos permite reflexionar sobre los materiales con los que el autor crea, sus orígenes y posibilidades. En sus obras hay abstracción, pequeños remolinos y trazos gruesos que toman forma a la distancia. Y aunque no representa el árbol figurativamente, podemos ver referencias a él en todas las formas que emergen.

Detrás de los barrotes

En el pasillo central hay una mesa cubierta de objetos: postales escritas a mano, cartas, fragmentos de espejos, lápices, sellos, vidrios, fotografías. Es un pequeño caos en el que detenerse a observar. Las caras formadas por pedazos de retratos son lo que más llama la atención, como si esos individuos fueran muchos al mismo tiempo. Sobre otras mesas, más adelante, también encontramos metales, pinzas, cadenas, documentos, una especie de tejido con un hilo casi transparente, sebo rojo, pedazos de ladrillos. Con todos estos elementos, la brasileña Fábia Karklin busca reflexionar sobre el cuerpo encarcelado, por lo que no sorprende que haya elegido una excárcel para hacerlo.

A los lados se extienden las celdas, en donde aparecen más instalaciones. La muestra funciona así, compartimentada, y se expande como una telaraña. Hay más mesas repletas de objetos, en las que el rojo genera la sensación de que todo está empapado en sangre. También se multiplican los documentos, las firmas, las huellas digitales. La persona se percibe como un número o un dato, despojada de su humanidad. A su vez, toda esa información que se distribuye en los papeles tiene una forma particular de apelar a la memoria.

Nos cruzamos con preguntas sin respuesta: ¿qué te hace criminal? De fondo, desde un parlante incrustado en la puerta de hierro de una celda, el relato detallado de un hombre que sufrió la violencia policial. En los distintos espacios, delante de las rejas que antes impedían escapar a los prisioneros, encontramos pantallas que relatan la vida en la periferia y la presencia constante de la Policía. El texto está escrito en portugués, pero la voz que se escucha está en español.

Cuando ellos dejaron de gritar logra generar un impacto con un buen uso de las pantallas y de la forma en que están distribuidos los espacios. Juega un papel clave el sonido, sobre todo la voz, que envuelve al visitante mientras hace el recorrido. A medida que se visita cada rama de ese árbol que se extiende por el subsuelo del EAC, decanta una sensación de violencia y amargura. También está muy trabajado el uso de la palabra. Recortadas sobre las mesas y en collages que visten las paredes, debajo de cuchillos y metales, aparecen criminal, gritar. Las plantas que brotan en esos espacios blancos y cuadrados parecen dar cierta idea de esperanza en medio de un panorama desolador.

El Espacio de Arte Contemporáneo se puede visitar de miércoles a sábados de 13.00 a 19.00 y los domingos de 11.00 a 17.00.