Actriz, directora, dramaturga, cantautora y escritora, Lucía Trentini transita con destreza por varias disciplinas artísticas. Durante su breve estadía en Uruguay, la diaria conversó con ella sobre sus innumerables experiencias on the road.
“Cuando saqué el pasaporte uruguayo puse ‘artista’, pero la segunda vez la administrativa del Registro Civil me dijo: ‘¿Cómo vas a justificar eso?’. Hace unos días perdí la cédula y tuve que hacer un trámite en la seccional de Durazno, llegué y el policía me preguntó ‘¿Ocupación?’; ‘Artista’, le dije, me miró, y después cuando veo el documento leo que puso: ‘Empleada’”. Trentini tampoco es ajena a la dificultad de definirse. Primero atina a responderse “actriz” pero después recuerda que también dirige, canta y se desempeña en otras áreas artísticas, por tanto en su currículum pone “creadora escénica”, aunque no la convence demasiado porque le suena rimbombante. Entonces, cuando al encargado del bar donde hacemos la nota le llama la atención que le saquen fotos y le pregunta quién es, ella responde que se dedica a la música y el teatro.
Algunas semanas en Uruguay le bastaron para hacer nueve funciones de Criaturas domésticas, una de sus creaciones más recientes que estrenó en España durante la pandemia. Además, tuvo tiempo para actuar en siete funciones de Pecados capitalistas, dirigida por Marianella Morena, y brindar un par de recitales en los que compartió escenario con Melaní Luraschi, primero en su añorado Durazno y luego en Montevideo. Su actividad musical está centrada en la electrofolclórica, una propuesta que mezcla su gusto por sintetizadores y pedaleras de distorsión con otros instrumentos desenchufados entre los que se destaca el bombo legüero que le fabricó un uruguayo que conoció en España. Siempre en la búsqueda de generar texturas sonoras, colchones donde zambullir su voz para interpretar composiciones propias o versionar clásicos del cancionero latinoamericano, como “Tonada de luna llena”, de Simón Díaz, y “Volver a los 17”, de Violeta Parra. “Me gusta cómo llega la palabra desde ese despojo, la guitarra la uso más como instrumento de percusión; a la hora de componer el bombo acompaña, conecta. También disfruto grabar el sonido de las cosas y después loopear; ahora que estuve en Durazno probé con unas copas de cristal de mi madre. Esos sonidos generan un viaje, una conexión”, dice Trentini.
Lucía en el cielo con parlantes
Vive la música como una experiencia liberadora por la soledad con la que encara la composición y los sentires que la inspiran. Es diferente al lugar que ocupa el teatro, y expresa lo difícil de su convivencia porque debe sostenerse económicamente como artista. “No tengo que sacar videoclips obligatoriamente ni hay un sello corriéndome atrás. Trabajo en procesos de teatro agotadores y cuando terminan siento un vacío gigante, pero ahí está la música. No es la explosión del teatro, que lo veo monstruoso, caótico y más exigente porque generalmente produzco, dirijo y escribo las obras que hago”, compara. También encuentra diferencias entre la inspiración que la lleva a componer canciones que hablan de su intimidad y el proceso creativo teatral, donde le estimula una mirada más social. Pone como ejemplo Criaturas domésticas: “Habla de las diferencias sociales y la violencia. No quiere decir que las canciones no tengan eso, pero son más poéticas, buscan otro lenguaje y parten de otras cosas”.
La actualidad estuvo presente de una forma más visible en Pecados capitalistas, donde actuó como parte de un espectáculo al que asistió un político como invitado a cada función. Trentini siente que disfrutó ser parte de la obra, pero le resultó difícil estudiar el perfil de los invitados, pensar las canciones que haría y encontrar el momento para interpretarlas. Recuerda que cuando empezó a estudiar Comunicación, en la UTU, una de las carencias que tenía era no estar tan atenta a la actualidad: “Me entero de las cosas que pasan y me preocupan, pero tampoco estoy muy pendiente. La gente que iba a la obra mayormente era por el político que les simpatizaba, y además los discursos eran muy políticamente correctos. No iban a gritarle cosas al invitado, que podría ser una opción incluso más divertida, generar tensión. Aunque estamos en un momento muy complejo y las redes habilitan una descarga del odio de formas increíbles, creo que vamos perdiendo el diálogo. Tenemos diferencias, pero ahora es radical”.
Lo político se manifiesta de distintos modos en las obras de Trentini, incluso cuando comienza Las criadas y su personaje le abre la puerta al público. Desde entonces, más que romper la cuarta pared, propone un doble juego: “Hacer partícipes a quienes ven la obra da otra cercanía, y también les recuerda que son parte de esto en el teatro, pero también en la vida”, dice. El punto de partida de esta obra no tuvo que ver con la necesidad de abordar un tema, sino con el azar: “La vida está llena de accidentes maravillosos. Cuando arrancó la pandemia mucha gente se iba de Madrid, y una amiga me dejó un bolso con el vestuario que había usado en una sesión de fotos. Lo abrí y eran 11 uniformes de empleadas domésticas. Al principio los usamos con Gloria [Albalate] para cantar en la calle. Ahí empezamos a trabajar en ideas sobre la obsesión por la limpieza y los accidentes domésticos. También se daba una situación especial en Madrid acerca del destrato a las empleadas que vivían en las casas donde trabajaban”. Al tiempo de elegir una locación, fueron por los hoteles, que en ese momento estaban vacíos, y optaron por el sótano, que les pareció ideal para estas mujeres que están en un limbo.
El vínculo con Las criadas (Les bonnes, 1947), de Jean Genet, llegó después, cuando la ensayaron con invitados y varios les hablaron de esa obra. “La releí, creo que la asociación es porque son tres empleadas y tienen ese vínculo con su ama, entre amor y odio”, comenta. Para las funciones que hizo en Montevideo eligió Casa Caprario (Soriano 922), ubicada al lado de la sala Verdi y denominada así porque fue el hogar de Ernesto Caprario, donde se fundó el Club Nacional de Football. Desarrollar las obras fuera de las salas de teatro no es su objetivo, sino el fruto de las necesidades de la propuesta y las posibilidades para concretarlas. Le recuerda la época en que trabajaba con su colega Roberto Suárez: “Nos citaba en una esquina, pasaba un camión y hacíamos la obra allí como parte de los ejercicios. Después no es que me lo haya pautado, pero la necesidad a veces te lleva a las cosas”.
Pongamos que hablo de Madrid
En octubre de 2018 se radicó en la capital española, déjà vu de su arribo a Montevideo: “Se parece a irme de la casa de mis padres en Durazno, con 17 años, para vivir en un hogar estudiantil”. Desde entonces pasaron otros 17 años aquí, hasta su viaje a España: “De nuevo, el anonimato absoluto y escuchar un montón para entender cómo funcionan las cosas y quiénes son los directores que están. Buscar espacios donde sentirme bien. Preguntarme qué hago acá, por qué quiero estar acá”. Encuentra en Madrid una mayor cultura del ocio, que se reparte entre bares, conciertos, cines y teatros, incluso cuando dos de los tres años que lleva allí los pasó en pandemia. Parece un contexto adecuado para una prolífica Trentini que durante el año pasado desarrolló siete obras entre Uruguay, España, Colombia y Chile, aparte de varios recitales en Madrid.
Ni siquiera los primeros tiempos de cuarentena frenaron su productividad: aprovechó esa época emparedada para, entre otras cosas, escribir Imaginarios clandestinos (2020), donde incursionó en el relato erótico. Lo último que escribió fue sobre su abuela y tomó forma teatral en Popea, el silbido y los hibiscos, protagonizada por Paola Larrama y dirigida por Dahiana Méndez, como parte del ciclo por el mes de la mujer que se llevó adelante en el museo Zorrilla durante marzo. Entretanto, continúa su trabajo dramatúrgico con Salvaje, en coproducción con Track (una compañía de las islas Martinica), y volverá a los ensayos de Funeral de circo, que habla sobre artistas en decadencia. En setiembre estrenará Caricaturas en Barcelona, acompañada por una orquesta de nueve instrumentistas con composiciones de Eduard Iniesta, basadas en la música clásica pero llevadas hacia lo contemporáneo, no como un concierto sino como una aventura escénica. También tiene prevista una residencia en Toledo (España) por un proyecto compartido con Morena y planea grabar nuevas canciones con el músico Agustín Pardo, con quien trabajó en varias ocasiones y ahora se encuentra radicado en Hamburgo.
A días de regresar a Madrid, evoca aquella tristeza que sintió en las fiestas pasadas lejos de su familia y amigos: “Hay algo con el invierno en el verano, la Navidad con el frío. Son épocas en que ando nostálgica, hago cierres”. No tiene claro si se radicaría definitivamente en España, pero sí sabe que su objetivo es dejar de armar y desarmar valijas todo el tiempo. Cuando tiene margen para anhelar algo más allá de tanto proyecto a concretar en el corto plazo, sueña con tener un espacio en Madrid y en Montevideo. “Quiero armar un estudio teatral para hacer investigación, residencias y conciertos, aunque eso también es como tener al enemigo en casa, porque al final uno se convierte en gestor y no tiene tiempo para otras cosas. Un lugar con entrepiso para mi cama y vivir en el teatro. Llevo tres años de un lugar a otro, cada vez que me voy es dejar un departamento, sacar la ropa del placard a la valija, y necesito un lugarcito donde guardar mis cosas. Tengo algo de unir gente, y un espacio permite acercar a personas de universos distintos, como la música y el teatro, o invitar a artistas de otros lugares”.