“Creo que acá hay una novela”, pensó Álvaro, hijo del escritor e intelectual José Pedro Díaz y la poeta Amanda Berenguer, cuando encontró el montón de papeles aplastados en el taller y archivo de su padre. Una segunda mirada, la del investigador Alfredo Alzugarat, mantuvo encendida la llama de la revelación pero cambió su carátula por otra, no menos interesante: “Esto es un diario”.

Luego de la muerte de Berenguer, en 2010, cargaron entre ambos, como hormigas, con cajas y cajas, a cuál más valiosa, hasta dejar vacías las paredes y el escritorio del inquieto creador y docente uruguayo fallecido en 2006. Había unos 10.000 libros, bocetos, planes de trabajo. La mayoría de ese material fue a parar a la Biblioteca Nacional (BN), y a partir de él Alzugarat editó Diario de José Pedro Díaz (1942-1956; 1971; 1998), publicado conjuntamente por la BN y Ediciones de la Banda Oriental en 2011.

El 22 de junio de 1946, por ejemplo, Díaz escribía en su diario: “Ayer, asistimos a la conferencia de Guillot Muñoz sobre Lautréamont. Hemos quedado, en parte, defraudados. Aunque todo lo que ha dicho es interesante, falta cierta cohesión en la exposición, la necesaria secuencia demostrativa”.

Pero había algo más entre las montañas de papeles, dibujos y fotos: réplicas de barcos, una de las pasiones de Díaz, y unas latas redondas con films, en su mayoría grabados durante un viaje del matrimonio a Europa entre 1949 y 1951 y restaurados casi 70 años después en el Laboratorio de Preservación Audiovisual de la Universidad de la República.

“Antes del diario me enteré de la existencia de los films”, cuenta el cineasta Aldo Garay sobre su primer acercamiento al personaje y su historia. “Fue a través de un amigo que llegué a este material. Un día me escribe y me cuenta que un grupo de investigadores está desarmando la casa de los Díaz-Berenguer y en un momento recibo la grabación de las cintas en DVD. No tenían ningún orden. Se saltaba de escenarios, de París a Venecia o a Burgos, en España. Veías a personas que se repetían en diferentes lugares y al único que reconocí de inmediato fue a Peloduro”, recuerda Garay sobre el inicio de su trabajo.

“Luego sí leí el diario, sobre todo la parte del viaje, y mirando los films comencé a unir los fragmentos de la historia: quiénes estaban captados en imagen, cuál fue el derrotero de José Pedro, y de a poco fui descubriendo escenas que estaban escritas en el diario, como si fuera un guion técnico, detallando incluso cosas muy precisas. La revelación fue muy imponente. Encontrarte con textos e imágenes que coincidan, luego de 70 años, es un hecho bastante singular”, relata.

En espejo

En El filmador, Garay se encuentra con un colega inesperado, un fantasma detrás del reconocido pensador, escritor y académico que dejó escritas sus penas e interrogantes más profundas de forma temprana en su carrera. Le pregunté, entonces, sobre el impacto de esa voz que puso en palabras en un diario las vacilaciones cotidianas de un trabajo como el que él mismo realiza. ¿Las comparte? “Totalmente, la duda ante lo que estás haciendo. Decir: ‘¿Esto vale la pena?’. El arte es largo, se sufre mucho y no sirve para nada. Yo tengo 52 años, pero el otro día, hablando con un escritor de 31, me decía que viendo la película sintió las mismas dudas que José Pedro en ese momento. Creo que es el desasosiego que sufre todo aquel que está intentando construir o recrear algo. Las inseguridades de nunca saber realmente dónde estás parado. Toda creación genera una deriva. Vos avanzás, tirás, no sabés muy bien; ‘¿es este el momento para sacar la foto?’. Esas dudas son saludables, pero claro, esas tensiones en algún momento las tenés que eliminar. Cuando estás creando, hay algo que, por un momento al menos, tenés que abandonar. ‘Hasta acá llegué, pulí, reelaboré y acá terminó mi trabajo’. En el caso de José Pedro Díaz, lo que transmite en su diario es que era un trabajador eterno. Cada frase tenía que ser la frase. Hay muchas pulsiones artísticas. Algunos buscan la perfección, otros dicen: ‘Esto es lo que sale, no releo más’. Hay tantas formas de hacer las cosas, y ninguna es mejor que las otras”.

Un documentalista y cineasta que quería ser escritor

“Al principio José Pedro era muy amateur, pero luego va agudizando el ojo, porque ve mucho cine, lee manuales y le va agarrando la onda a la cámara. Hay una intención de poner la cámara, un concepto de montaje que se desprende de la mera observación para el recuerdo o lo que se puede entender como las claves del cine doméstico, cuando ponés a tu esposa y tus amigos delante de la cámara para que hagan cualquier cosa. Hubo en José Pedro Díaz un cineasta en construcción. ¿Por qué no siguió filmando? A nadie le queda muy claro, ni siquiera a su hijo. Después de ese viaje guardó la cámara, las películas y nunca más contó nada de aquello”.

Garay también supo del gusto de José Pedro por el cine de Marcel Carné, que vio Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929) y le gustó y que prestó atención a la obra de Jean Cocteau; se acercó a los sueños de ser un escritor digno de ser leído y a las múltiples desilusiones, y se preguntó hasta dónde habrán influido la generación del 45 y figuras próximas como Homero Alsina Thevenet y Emir Rodríguez Monegal sobre las decisiones artísticas y personales de Díaz. Recordó, incluso, una aventura similar de su amigo Carlos Maggi, que vio la luz en el presente de 1962: el corto cinematográfico La raya amarilla. Lo que sí afirma con seguridad es que en el imaginario de José Pedro “el mar es muy importante”.

La decisión de este filmador

“Me gustan los documentales. No hay más vuelta. Me siento más cómodo”, cuenta Garay, con el asunto resuelto hace tiempo. “Hay una cuestión de ciertas libertades, no solamente formales, sino también las que encontrás en los rodajes de un documental. Podés filmar un día con poca gente y se da algo más próximo. Confío mucho más en mi capacidad de diálogo con la realidad y de negociar con lo que sucede que en mi capacidad de crear. No me siento un creador, me siento un negociador de la realidad que toma una posición desde lo artesanal”.

El filmador se puede ver desde este jueves en Cinemateca a las 20.15 y en la sala B del auditorio Nelly Goitiño a las 17.00.

A partir de la semana que viene se irán incorporando salas en Montevideo y el interior.