En diciembre del año pasado, el dibujante de historietas George Pérez, famoso por series como Los Jóvenes Titanes y Wonder Woman, además de la maxiserie Crisis en tierras infinitas, reveló en un comunicado que tenía cáncer de páncreas en fase 3, quirúrgicamente inoperable y con una esperanza de vida de entre seis meses y un año. A partir de ese momento, ocurrió algo cada vez menos frecuente entre la comunidad de lectores: una ola de cariño y reconocimiento hacia su trabajo.

A pesar de la mala noticia, tanto sus colegas como el público en general comenzaron a compartir sus viñetas favoritas de Pérez, recordaron anécdotas de encuentros con él en convenciones de cómics y contaron las formas en las que este artista había influido en sus carreras y en sus vidas. Se dio una verdadera celebración en vida, que incluyó la reedición de obras perdidas (como la excelente JLA vs. Avengers) y el encuentro con grandes referentes de la industria. El mundo le preparó una gran despedida, a la que Pérez asistió y sigue asistiendo, como si fuera Tom Sawyer en su propio funeral.

Bruce Willis parece estar en una situación similar luego de que su familia anunciara el fin de su carrera tras ser diagnosticado de afasia, una enfermedad que está impactando sus habilidades cognitivas. Pero, dentro de lo terrible que es sufrir aceleraciones en el inevitable proceso de apagado del organismo, Willis está siendo testigo de cuánto se lo disfrutó, en especial en la gran pantalla.

Después de destacarse como actor de comedia en la recordada serie Luz de luna, le tocó un papel que lo definiría como una nueva clase de héroe de acción, y que con variantes continuaría interpretando a lo largo de su carrera. John McLane, el protagonista de Duro de matar (John McTiernan, 1988), era básicamente el tipo que no quería estar ahí. Está bien que Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone podían interpretar a rudos que eran sorprendidos por un enemigo, pero ellos rápidamente se pintaban un par de rayas negras en la cara y se iban de frente a reventarse contra rusos, colombianos o el pueblo malo del momento.

McLane, que había cruzado Estados Unidos para encontrarse con su esposa Holly (con la que además tenía problemas maritales), terminaba atrapado en un edificio junto a un grupo de terroristas y debía limpiarlos uno por uno para salvar su pellejo, el de Holly y el de un montón de inocentes. Pero el espectador sabía que su personaje prefería estar en cualquier otra parte antes que ahí. Un personaje que era detective de la Policía de Nueva York, pero que en la interpretación Willis nos vendía la ilusión del tipo común.

Ese fue el rol que más disfruté, y que Bruce repetiría en un par de episodios más de la saga, antes de que John McLane se convirtiera en otro ser invencible. Pero además, fue aprovechado por otros directores. En especial por Luc Besson, que en 1997 estrenó una deliciosa película de acción y ciencia ficción llamada El quinto elemento, en la que Willis era un taxista envuelto en una lucha entre las fuerzas del bien y el mismísimo mal, con el universo en el medio. Pero debemos recordar que Korben Dallas, antes de manejar un taxi, había sido mayor de las Fuerzas Especiales de la Tierra. De nuevo, el falso tipo común, que, al igual que Danny Glover en Arma mortal, parece estar “demasiado viejo para esta mierda”, pero siempre tiene una misión más. Aunque en ocasiones como las de Doce monos (Terry Gilliam, 1995), el éxito le haya sido esquivo.

Hasta Quentin Tarantino lo tuvo como “héroe en descenso” en Tiempos violentos (1994), pese a que su presencia llenaba demasiado la pantalla, mucho más que la de Travolta, Thurman o Jackson. Y otro director que lo aprovechó al máximo fue M Night Shyamalan, quien primero lo invitó a ser un psicólogo infantil en Sexto sentido (1999) y luego un guardia de seguridad en El protegido (2000). Claro que las cosas nunca eran lo que parecían, porque en este segundo caso tenía superpoderes y en el primero estaba muerto. ¿Spoiler alert?

Los papeles importantes se fueron separando en el tiempo, intercalando héroes de acción cada vez más bidimensionales con presencias en películas de directores como Wes Anderson. En los últimos años, Willis vio venir el final y apareció en un sinnúmero de películas de calidad dudosa, limitando su presencia a dos días de filmación en cada una. Esto llevó a que los decadentes premios Razzie (que recopilan lo “peor” de Hollywood) tuvieran este año una categoría “Peor película de Bruce Willis”. Ya pidieron disculpas, aunque sea tarde.

Podría nombrar una docena de cintas más en las que Bruce salvó al mundo a regañadientes, incluyendo aquella en que literalmente salvó al mundo de un meteorito en la pochoclera Armagedón (Michael Bay, 1998). Ojalá por estos días le lleguen cientos y miles de abrazos virtuales, retrospectivas sin cinismo y celebraciones varias. Así, a diferencia de sus personajes, podrá entregar la placa y el arma y disfrutar de un merecido descanso.