Si miro hacia atrás, me doy cuenta de que no nací una sola vez, mi historia no es una línea recta. Me quebré muchas veces y recomencé muchas más, cada vez con más sabiduría. Como persona nací a mis 39 años: llegó la fotografía a reinventarme como mujer, a darme identidad, autonomía, a hacerme superar los temores y los obstáculos. Fue la cámara fotográfica, que llegó a mis manos un poco por casualidad, la que abrió las puertas de la prisión interior en la que estaba enredada, haciéndome descubrirme a mí misma y mi íntima libertad. Letizia Battaglia
Murió la histórica fotorreportera Letizia Battaglia, una de las narradoras más importantes del siglo XX, la fotógrafa antimafia. Fue una pieza clave en la historia de la fotografía. A sus 87 años, en su amada Palermo (Italia), el 13 de abril de 2022, se fue dejando más de 600.000 negativos y un archivo al que llamó Archivo de Sangre. Se escribieron muchos artículos para informar de su fallecimiento, que fue noticia en los diarios más importantes del mundo: la BBC, el Washington Post, El País de Madrid la recordaron por sus imágenes de los horrores de la mafia. Pero hay una parte que no fue contada y es, quizás, la que más le habría gustado que sea recordada. La artista palermitana siguió coherentemente la defensa de los y las vulnerables: en 1981 sacó las fotos del primer Gay Pride palermitano, y en 2018 fue la madrina de la marcha LGBT de Palermo. Risueña, con su cabello color rosado, se movía en cada ambiente como si le fuera propio. Fue una referente del movimiento de la diversidad sexual.
Violencia en blanco y negro
Battaglia documentó con su cámara los delitos de la Cosa Nostra, la belleza de las mujeres sicilianas, los huéspedes del último manicomio palermitano, la pobreza de una ciudad a la que Italia daba la espalda. Su lenguaje para narrar la brecha de la desigualdad social siciliana está presente en los contrastes y se expresa en su máxima potencia con un lente gran angular que lo contiene todo y con el que los paisajes humanos y urbanos profundizan la noticia, dando mucho más contenido del que podríamos ver con una simple mirada de crónica negra.
Caterina Coppola, periodista siciliana que trabajó para el diario L’Ora en Palermo años después que Battaglia, contó, desde Roma, a la diaria que la conoció a los 16 años. La recuerda como “una persona extremadamente jovial, sonriente, dispuesta a conversar con todos, así estuviera con una muchacha de 16 años o con el presidente de la República”. La imagen que muestra al actual presidente de Italia, Sergio Mattarella, sosteniendo en sus brazos a su hermano Piersanti (entonces presidente de la región), asesinado por la mafia, es una fotografía de Letizia Battaglia.
“Letizia fue un símbolo, fue la primera mujer que fotografió las acciones de la mafia; es difícil entender lo que esto significa desde fuera de Palermo: una mujer que a codazos se hacía espacio entre los hombres que se sentían autorizados y legitimados para estar en una plaza, en una callecita palermitana en la que recién se había cometido un delito de mafia, era algo disruptivo”.
Reconocida con varios premios, como el Eugene Smith en Nueva York (fue la primera mujer europea en recibirlo) y el Eric Salomon Award, colaboró con las más importantes agencias de noticias del mundo y sus fotografías están en los más importantes museos. En 1979 fue cofundadora del Centro de Documentación Giuseppe Impastato. También fundó la revista de mujeres Mezzociello, que dirigió por varios años. Consejera comunal del Partido Verde, fue diputada siciliana con el movimiento Rete y llegó a ser vicepresidenta de la Comisión de Cultura.
“Letizia tuvo mucha dificultad para ganarse ese lugar de reconocimiento que merecía por hacer su trabajo, y lo hizo de forma completamente distinta a todos los demás, tanto que sus imágenes son históricas. Publicadas en el único diario que, en Palermo, hablaba de mafia, esas fotografías estuvieron en muchas muestras, recibieron gran reconocimiento internacional, porque la mirada de Letizia era absolutamente única y original. En las fotografías de Letizia estaba toda la narración social y humana de ese hecho, más allá de la cuestión judicial, y eso fue determinante en la historia del reportaje de crónica en Palermo, en Sicilia, y yo diría en el mundo”, continúa diciendo Coppola.
La histórica fotorreportera confesó alguna vez que se soñaba quemando los negativos, escuchaba el ruido del plástico al quemarse; esas imágenes eran su prisión, pero no podía dejar de hacerlas, eso estaba pasando y ella, comunista, antifascista (como se autodeclaraba), usaba la cámara como instrumento de resistencia.
Comenzó a fotografíar cuando tenía 40 años, en Milán, y desde entonces sus imágenes en blanco y negro, en defensa de los derechos de quienes menos tienen, se convirtieron en un sello inconfundible cuyo eslogan siempre fue: resistir, resistir, resistir.
“En este país, quien usa la palabra ‘resistencia’ lo hace en forma muy solemne, porque la resistencia es aquella de los partisanos que lucharon contra el nazifascismo rebelándose, que decidieron vivir en las montañas, armados, y llevaron a este país a la liberación del nazifascismo. Cuando las personas que tienen una formación (que no es sólo de izquierda, sino una formación cívica y civil de cierto tipo) dicen ‘resistencia’, están usando una palabra muy importante, y Letizia estaba muy ligada a la izquierda histórica. Cuando ella hablaba de resistencia se refería a todas las formas de resistencia que cada uno de nosotros puede llevar a cabo en su pequeño mundo, todos los días, ante toda injusticia”, asegura Coppola.
La prensa internacional la llamó “la fotógrafa de la mafia” y ella, furiosa, siempre declaró no ser de nadie, y menos de la mafia. Luchó con su cámara contra la guerra que llenó de sangre las calles de su ciudad natal en los años 70 y 80. Tenía miedo, mucho miedo, y por eso mismo sentía coraje. Cuando el miedo te supera, das el salto porque no hay salida, y Letizia fue maestra con su valentía. Su cámara, que con su lente gran angular le exigía gran cercanía, la llevó una vez tan cerca de un jefe de la mafia que estaba siendo arrestado que, aunque obtuvo la foto, terminó en el suelo por una patada.
Cuando explotó la guerra en el seno de la mafia, los corleoneses comenzaron a asesinar a quien se interpusiera en su camino hacia el poder: magistrados, políticos, periodistas, rivales mafiosos. Las calles palermitanas, en los años 70, eran un río de sangre. Battaglia decidió documentar cada muerte como respuesta ante el miedo, llegando a fotografiar cuatro o cinco asesinatos diarios en los momentos más duros de los años de plomo. En los entierros, tosía para que no se escuchara el clic cuando sacaba la foto.
Ella disparó con su cámara y capturó la imagen del mafioso Nino Salvo junto a Giulio Andreotti, el político que fue primer ministro de Italia siete veces. Un golpe bajo para Andreotti, que negaba conocer al mafioso siciliano que tenía, junto a su primo, la concesión de la recaudación de impuestos en la isla. Los primos de la familia Salemi fueron el centro de la buena sociedad palermitana y de los ambientes locales democristianos hasta que, a mediados de los años 80, el juez Giovanni Falcone los procesó. La foto llegó a la magistratura y Andreotti enfrentó el juicio. Las pruebas en su contra no alcanzaron, pero la fotografía habla por sí sola.
Al magistrado Falcone, amigo de Letizia, la mafia lo hizo volar en un atentado en la ruta. Fue un durísimo golpe para la reportera, que sintió que no podía más. Nunca había querido tener escolta, aunque los jueces se la ofrecían, porque pensaba que “dos meses después de tener guardaespaldas iba a estar aún más desnuda”. La decisión era una forma de cuidarse. Luego de los atentados contra los magistrados Falcone y Paolo Borsellino, dejó de fotografíar a la mafia y comenzó su carrera política, ocupándose de la cultura. Al mismo tiempo la mafia cambió su estrategia y dejó de matar a famosos en las calles.
Nuevas formas de lo mismo
Con su cabello teñido de colores inesperados, cortado al estilo Raffallea Carrà, declaró alguna vez que la guerra contra la mafia se perdió. Tanto ella como Coppola entendieron que la mafia cambió completamente hace ya mucho tiempo: ahora van de corbata. No están en las calles: ahora la mafia está inmersa en las instituciones. Coppola explica: “La mafia, respecto de cuando Letizia comenzó a fotografiar sus acciones más crueles, ha cambiado. Desde hace décadas la mafia no es más la que dispara en la calle, o en los barrios, o en pequeñas guerras de familias: la mafia invierte en la bolsa, la mafia está dentro de los bancos, está en las instituciones. No es una casualidad que Italia tenga una serie muy larga de leyes que buscan contrarrestar la influencia mafiosa en la asignación de obras públicas como puentes, autopistas y en muchísimas situaciones más. El espectro de la mafia está presente cada vez que se habla de reconstruir un pueblo que ha sufrido un terremoto; actualmente se encuentra en el PNRR [Piano Nazionale di Ripresa e Resilienza], que es un plan que se lleva a cabo con el dinero de la Unión Europea para ‘sanear’ la sociedad luego de los efectos socioeconómicos de la pandemia. Se dice que la mafia ha dejado las armas y se ha puesto la corbata, y es verdad. Desde hace decenios no es más una cuestión siciliana, no es más una cuestión calabresa ni napolitana, es una cuestión global”.
Le pregunto a Coppola qué es la mafia. “La mafia es poder y opresión. La mafia es un poder persuasivo, invasivo, que busca (y a veces logra) sustituir al Estado, y cuando entiende que no puede sustituirlo, entonces camina a su lado. Es una forma de poder violenta que no tiene por qué valerse de las armas: violenta es una situación en la que tú no puedes llevar tu vida de una forma libre y según tus elecciones porque el sistema que te rodea está basado en una lógica mafiosa ante la que te rebelas o te sometes. Contra la mafia no hay medios tonos, la indiferencia no es una elección posible, si eliges ser indiferente estás eligiendo dejar el campo libre a la mafia; la indiferencia es una forma de favorecerla. Es una forma de subcultura que te hace pensar que para tener lo que mereces por derecho, no puedes pedirlo como se debe, reclamando ese derecho, sino que debes pedirlo como un favor a alguien. Y cuando pides un favor a alguien para tener eso que es tu derecho, entonces te transformas en esclavo de ese alguien y pasas a estar en sus manos (más o menos, según lo que pidas), y entonces ya no eres una persona libre. La batalla principal que se puede dar contra la mafia es ser personas libres. Obtener eso que nos espera, que merecemos por derecho y ley sin ser esclavos de nadie, siendo personas libres”.
Mostrar lo que nadie quiere ver
El ojo artístico de Letizia fue más allá de la crónica para contar los sentimientos, los paisajes palermitanos en la escena del crimen. Sin colores que distraigan, son fotografías con contenido, no sólo por la consistencia de la noticia sino porque ella se metía dentro de la escena. Referente indudable del reportaje italiano, declara en el libro Volare alto, volare basso, de conversaciones con Goffredo Fofi: “los diarios ya no quieren que contemos cómo están las personas, los diarios quieren que contemos a los inmigrantes dentro de una nave, no sus sentimientos; quieren que contemos las noticias sin meternos adentro. Los diarios no quieren más fotografías como aquellas de los años de la Farm Security, mis fotos fueron publicadas pero ya no les interesa publicar ese tipo de trabajos, la fotografía ya no es apoyada por los directores de los diarios, que no la pagan, no la estiman, no la conocen, entonces prescinden de la fotografía. Este vivir entre blancos y negros es una cosa inaceptable, no podemos vivir sin la belleza de los pueblos débiles, eso es inaceptable”. El reportaje es un género fotográfico que nos obliga a estar inmersos en la situación, a convivir días y días en un centro de detención de inmigrantes o en un campamento indígena, nos ayuda a recomponer la trama a través de las imágenes. Las breaking news sólo describen una noticia. El reportaje nos instala más cerca.
Como las niñas, como los locos
Letizia Battaglia fotografió mujeres porque se buscaba en ellas. Amaba los rostros de las niñas, la ilusión de ser amadas. Contaba que en ellas perseguía esa ingenuidad que perdió a los diez años, el día en que un hombre se masturbó frente a sus ojos. El precio de esa violencia fue que su padre, temeroso, no la dejó salir más. A los 16 años se casó, con la idea de recuperar su libertad. Tuvo tres hijas, se separó y, para buscarse la vida, eligió el periodismo. Se fue a Milán. Pronto comprendió que con fotografías iba a vender mejor sus trabajos. Era una compagna, una compañera comunista, y así conoció a Pier Paolo Pasolini, a quien hizo un retrato tan limpio, esencial y perfecto como sólo es posible de artista a artista.
En 1978 se votó la ley que prohíbe los manicomios en Italia, inspirada por Franco Basaglia. Letizia documentó la realidad de los enfermos mentales en el manicomio de Palermo. Partía del concepto de que la locura es mejor que mucha normalidad, y para ganarse la confianza de los “locos” organizaba actividades: comenzó a jugar a la pelota, organizó teatro, yoga. Sus retratos en el manicomio, los ojos que miran directamente a cámara, son ventanas al alma. Era una narradora que sentía, que amaba a través de la cámara. Sobre ese trabajo dice Coppola: “Junto a un grupo de fotógrafos, entre ellos su hija Shoba, decidieron documentar lo que sucedía en el manicomio de Palermo de Via Pindemonte, porque más allá de que la ley Basaglia de 1978 había establecido el cierre de todos los manicomios de Italia, el palermitano continuó abierto durante tres años más, quizás porque en Sicilia lleva más tiempo que se cumplan las leyes nacionales. Ella decía que no tenía miedo a la locura. Es más, abrazaba la locura, y así se acercó al manicomio de Via Pindemonte. En sus fotografías no hay un ojo que enjuicia, no hay separación de mirada entre quien se siente sano y la persona ‘enferma’; más bien hay una mirada de humanidad. Hay un intento de restituir humanidad y dignidad a las personas a las que se las quitaron por una condición psiquiátrica diversa. Ellos no se limitaron a fotografiarlos, sino que entraron en contacto con esas personas que habían estado encerradas por años”.
Uno de los últimos actos creativos de Battaglia fue la campaña de Lamborghini 2020 With Italy, for Italy, que causó gran escándalo en las redes sociales y terminó siendo censurada por su amigo Leoluca Orlando, alcalde de Palermo. Fotografías de niñas y adolescentes en las calles palermitanas con un auto de lujo, amarillo, fuera de foco, detrás. La artista fue acusada de presentar imágenes “pedófilas”, aunque para ella se trataba de mostrar a su ciudad amada como una niña. Es difícil comprender el arte cuando nos incomoda. También Oliviero Toscani, durante las campañas para Benetton, incomodó con sus fotografías. Hay líneas muy sutiles entre comunicación, publicidad y arte. Battaglia fue censurada y salió muy herida de esa experiencia porque, como ella misma dijo, quienes la golpearon fueron mujeres, y ella siempre estuvo cuidándolas, cuidándonos.
Con 87 años cumplidos en marzo, aconsejaba a las mujeres no abandonarse a la vejez, no permitir que los prejuicios “te dejen de lado, como si fueras inservible o parte de otra historia”. Porque la historia es nuestra, en cada paso, en cada disparo.