Entre tanta precariedad y crisis, el comienzo de este siglo también fue el momento en que quienes éramos jóvenes nos empezamos a copar con internet y sus posibilidades. Para los jóvenes de barrio, lo que en la década anterior habían sido las maquinitas en esos años lo fue el ciber. Lugar de encuentro, de intercambio, de estar horas y horas, evitando así andar boyando por calles de una ciudad rota. Eran días de descubrimientos, páginas, información, juegos en línea, foros de chat y luego el Messenger, y también de descarga de música con el muy poco fiable Ares. Y, más allá de que en las radios ya estaba sonando y que de alguna manera no fue algo nuevo sino la continuidad de expresiones anteriores, fue en esos ciber, en el boca a boca, que empezó a consolidarse, al menos popularmente, eso que llevaba el extraño nombre de reguetón. Y la primera oleada, la de Don Omar, Tito el Bambino y Daddy Yankee, fue la banda sonora de una parte de la juventud que no hacía pie todavía en su ingreso a la adultez, en un país sin futuro a la vista. Ante la reciente noticia de la retirada de Daddy Yankee, automáticamente volvió el recuerdo de esa época y la necesidad de tirar algunas líneas al respecto.

En los 80 y 90, en países como Puerto Rico, República Dominicana, Panamá y en los barrios latinos de Estados Unidos, empezó a darse una natural mezcla entre ritmos latinos tradicionales, como el merengue, la rumba, la bachata y la salsa, con otros como el hip hop, el rap, el house, el pop, el acid. De esa primera camada quizás los casos más conocidos en estas latitudes sean los de El General, Ilegales, Proyecto Uno, Sandy y Papo, pero esa no era más que la punta de un iceberg que no sólo incluía propuestas muy similares a las nombradas, sino otras con matices. En los barrios humildes de Puerto Rico, al influjo de todas estas fusiones, pero con mucho más hip hop, un sonido más sucio, menos elegante, en clubes populares o megafiestas de los 90 empezaron a juntarse para hacer proyectos en conjunto DJ y raperos. Influenciados por El General y Proyecto Uno, claro, pero fundamentalmente por Run DMC, Public Enemy, MC Hammer y Vico C. Son innumerables los nombres de quienes alimentaron la movida, desarrollando eso que ya empezaban a llamar reguetón, pero, por nombrar a algunos, en ese circuito estaban Daddy Yankee, Ivy Queen, Tito el Bambino, Héctor el Father, Don Omar y Nicky Jam, es decir, los que unos años después de esas primeras grabaciones de mediados de los 90 serían figuras del fenómeno a nivel mundial.

Lo que nos gustaba de ese primer reguetón era el barro, la suciedad. Como surgió, más que con intenciones bailables, como expresión de realidades barriales, hijo directo de las movidas hip hop de los suburbios, este nuevo género era sucio –es cierto–, misógino, machista, violento, pero tremendamente honesto y crudo. Y para jóvenes que veníamos de barrios precarios, que habitábamos una ciudad en decadencia social y económica, más allá de la distancia, esa música hablaba nuestro idioma y de una forma que nos identificaba. Daddy Yankee, a partir de su enorme talento para rapear e improvisar y de su capacidad para generar proyectos en conjunto, se volvió una figura destacada y en 2004, con su disco Barrio fino, terminó de romper todo, pues se volvió uno de los artistas más resonantes de la música latina.

Quien crea que Barrio fino sólo fue suceso por el éxito arrasador de “Gasolina” se equivoca. Daddy Yankee con Barrio fino, Ivy Queen con Diva, en 2003, y Don Omar con The last Don ese mismo año terminaron de modelar, de sentar las bases de contenido, sonoras y de identidad del reguetón y empezaron a convertir esas largas improvisaciones en formato canción. Esto les permitió, en esos primeros discos, conseguir no menos de diez canciones que fueron verdaderos hits, entre los que están “Gasolina”, “Lo que pasó pasó”, y “Dale caliente”, de Daddy, “Dale, Don, dale”, “Pobre diabla” y “Dile”, de Don Omar, y “Quiero bailar”, de Ivy Queen, que hicieron que el reguetón pasara al siguiente nivel, aunque conservando la suciedad, el viejo perfume de barrio, de noche y esquina.

Luego, historia conocida: como todo fenómeno a nivel global, la industria terminó cooptando todo y, si bien algunos artistas tuvieron la habilidad para seguir por cierta línea, las decisiones pasaron a depender del mercado y el tono más sucio y más popular fue dando paso a cierta uniformidad pop. Nada que reprochar, es casi imposible meterse al mismísimo núcleo de la industria y lograr ser impermeable, pero ante la noticia de la despedida de Daddy, al mirar hacia atrás, a esos tiempos de precariedad, de desamparo, que mitigábamos encerrándonos en esos antros llenos de olor a pucho, a transpiración, a pata, oscuros, con el calor del encierro más el que emanaban las máquinas que trabajaban día y noche, con la compañía de esos reguetones rabiosos y desprolijos, notamos que al final esos boricuas terminaron siendo más que importantes para muchos extraviados hijos de la crisis.