No tenemos que recurrir a la imaginación para saber cómo era Montevideo en el pasado: hay imágenes que lo muestran. La exposición que hoy se despliega en todo el edificio sede del Centro de Fotografía de Montevideo (CdF) permite conocer la historia, las particularidades y algunos usos de los archivos históricos que preserva. Estas fotografías fueron puestas en dominio público en 2020, con el objetivo de democratizar su acceso y fomentar su apropiación, lo que implica que toda la sociedad puede acceder sin restricciones a este patrimonio.
En la muestra hay imágenes muy variadas: vemos la figura de una bailarina que emerge de entre un mar de sombreros, la instalación del monumento a Artigas en una plaza Independencia apenas reconocible, una 18 de Julio que se pierde en una línea de fuga atravesada por carruajes en 1895, damas de vestidos largos que se ajustan sus capelinas en el hipódromo de Maroñas, disfraces de carnaval o una impactante vista aérea de Pocitos.
La mayoría son placas de gelatina y plata sobre vidrio, que comenzaron a ser producidas a principios de 1900 por la Intendencia de Montevideo. Primero contrataron puntualmente fotógrafos para relevamientos vinculados a la promoción de una ciudad balnearia, que atrajera turistas, inmigrantes e inversores. Luego ingresaron en plantilla los dos primeros fotógrafos: Isidoro Damonte y Miguel Ángel Carmona, quienes continuaron haciendo el registro.
Más adelante, en las décadas de 1920 y 1930, Montevideo empieza a sentir grandes transformaciones arquitectónicas y urbanísticas. “Los fotógrafos comienzan a trabajar en claras líneas de registro de esos cambios: la construcción de la rambla Sur, el Palacio Legislativo, el Salvo, los grandes hoteles”, explica Gabriel García, coordinador del proceso de Gestión de Archivos Fotográficos del CdF. El archivo se complementa con registros más oficiales, de eventos, visitas de personalidades del exterior o festividades como el Mundial de 1930.
Las fotografías permiten conocer más sobre los cambios sociales y la sensibilidad de la época en esa Montevideo antigua. Los usos de los espacios públicos, las innovaciones en el transporte, las costumbres, los oficios callejeros y hasta la evolución de la publicidad en la ciudad. “Trabajamos por la puesta en acceso de este conjunto en el entendido de que para los montevideanos y montevideanas son imágenes que nos representan, o representan nuestra historia”, destaca García.
De su experiencia trabajando con el archivo, contó que mueve fibras muy distintas en los ciudadanos, desde personas mayores que recuerdan lo que vivieron a quienes ven hechos que les relataban sus padres y abuelos. Además, se suman líneas de investigación más duras, como el urbanismo, la arquitectura, la vestimenta o la forma de vivir y de relacionarse. “La riqueza de un archivo se compone también de la posibilidad de abrirlo a múltiples miradas. Y es nuestra intención, al hacerlo público, que se puedan generar nuevos relatos de esas imágenes”, dice.
Obras y recuerdos
Al recorrer la muestra nos encontramos con una detallada línea de tiempo que permite aprender sobre la historia mundial de la fotografía. De esta manera es posible conocer los distintos procesos fotográficos que hubo a lo largo del tiempo. También hay espacios interactivos y juegos. Se destacan las copias en tamaños impactantes; algunas, como la que se encuentra al inicio y oficia de bienvenida, casi ocupan una pared completa.
En otra sección están los daguerrotipos, que representan el primer período de la fotografía, cuando los procesos todavía eran artesanales y experimentales. Se guardan en unos delicados estuches de madera, terciopelo y vidrio, lo que les da un aura de objeto único e íntimo. También hay negativos, copias y espacios que informan sobre los distintos tipos de deterioro que puede sufrir una imagen a lo largo del tiempo.
Además, se agrega el trabajo de tres artistas inspirados en las fotos liberadas. “Empezamos a pensar que sería interesante incluir como parte de la exposición algo que tuviera que ver con la apropiación de imágenes del archivo, que es parte de lo que queremos generar con esta condición de dominio público”, cuenta García. La invitación fue la misma: bucear en el archivo y producir una obra a partir del contenido de esas imágenes”.
El artista y poeta Fernando Foglino creó collages con imágenes en blanco y negro y a color, que parten de monumentos y exploran la figura femenina. Por su parte, Cecilia Ríos escribió un cuento inspirado en una imagen de la plaza Zabala. En tercer lugar, Agustina Rodríguez presentó una instalación que reflexiona sobre los dispositivos que se utilizan para registrar la realidad y los procesos de conservación y reproducción de una foto, así como su incidencia para crear una memoria.
Las fotografías del archivo están compuestas por materiales sensibles a las condiciones ambientales como la temperatura o la humedad, y requieren procedimientos de limpieza adecuados, además del uso de materiales de buena calidad para tratarlas. En el subsuelo de la sede del CdF se puede ver en profundidad cómo es la gestión del archivo, esa cadena de trabajo y los procedimientos que siguen. “La preservación es más puertas adentro, por eso buscamos que una parte de la exposición fuera una ventana al archivo. No sólo poder verlo desde el punto de vista del contenido, sino también contar cómo lo gestionamos, cómo lo preservamos, qué tareas pasan detrás de esas imágenes que uno puede ver y descargar”, explica el coordinador.
Si bien la preservación de las imágenes es uno de los objetivos principales del CdF, también lo es la puesta en acceso, que la gente las conozca, las use, se las apropie y las comparta: “La difusión de esas imágenes es la mejor forma para ponerlas en valor. Que la gente acceda a ellas, que las pueda utilizar y ver, es una forma de revalorizar este patrimonio. ¿Para qué serviría preservar estas imágenes si solamente conservamos los físicos y las dejamos guardadas tras las puertas del archivo?”.
La muestra El archivo liberado se puede visitar hasta el 11 de junio en la sede del CdF (18 de Julio 885).