El teatro perdió a su bruxo. Una reciente tarde de abril, Hugo Rodas, aquel sabalero de 82 años que se había convertido en el director de teatro más influyente para cinco generaciones de artistas y audiencias en Brasilia, murió con los ojos empapados de vida.

Primera estación: Viaje a la Semilla

Hugo Rodas nació en Puerto Sauce, Juan Lacaze, en mayo de 1939. Fue en un hogar de obreros textiles donde predominaba la mixtura de una singular herencia cultural. Su padre, Rosauro, extremadamente católico, hijo de emigrantes griegos, le impuso una esmerada educación con férrea disciplina, que contrastaba con la espontánea alegría de su madre, Ofelia, y de sus diez tíos cuando se reunían a tocar piano y cantar alrededor de la mesa familiar de la abuela italiana.

Como hijo único, Hugo quedó marcado por la presencia de una enorme soledad durante su infancia, con mucho tiempo para sí mismo. La pobló, sin saber que perseguía su destino, imitando voces, cantando en la iglesia, leyendo libros de la biblioteca de su padre, tocando piano sin parar, diseñando, recibiendo clases de pintura, y, en un fundacional juego de máscaras y espejos, copiando “caras, gestos... del mal, del odio, del amor”. Nunca lo mandaron a la escuela primaria.

Esa soledad en su niñez le dio la oportunidad de expandir sus inquietudes en una suerte de libertad cultural que lo hizo sentir diferente: un renacentista europeo del siglo XV, rodeado de música, pintura y lecturas, instalado en América del Sur a mediados del siglo XX.

Segunda estación: Viaje a las Tablas

A lo largo de su historia artística, Hugo participó en diversos tipos de teatralidad, formal e informal, cotidianas y ocasionales. Un día eran juegos escénicos con sus tías; otros, integrando grupos de danza y de teatro de aficionados. Tenía 15 años. Allí debutó como autor y se mezcló en confecciones de escenografía y de vestuario. Lo absorbía todas las noches, menos los fines de semana que viajaba a Montevideo para ver teatro, cine y óperas.

Luego dio un salto y asumió las artes escénicas con clases formales, proyectos de montaje y búsquedas de expresión. Le sumó trabajo en performances, intervenciones y happenings. Durante los diez años siguientes (1958 a 1968) se dedicó al teatro de repertorio y profesional. Primero en la escuela del Teatro Circular de Montevideo; luego pasó al elenco, con papeles pequeños que lo ayudaron a manejar la autodisciplina, la minuciosidad de los detalles.

Tras esa formación, a los 28 años radicalizó su opción en el reencuentro con la bailarina Graciela Figueroa y su Grupo de Danza, en una práctica híbrida de movimiento/danza/teatro que presentaban en espacios públicos.

Llegaron después los viajes por Argentina y por Chile. Huyó del golpe de Estado y volvió a Uruguay. Enfrentó persecuciones dictatoriales. Con la saludable excusa de aceptar una invitación al Octavo Festival de Invierno de Ouro Preto, viajó a Brasil, sin sospechar que viviría en ese país por más de 40 años.

Tercera Estación: Viaje a lo Nuevo

Primero se estableció en Bahía, en la Universidad de Danza. Luego, su director, Clyde Morgan, lo invitó a dar un curso en Brasilia. Viajó con la idea de quedarse 15 días en una ciudad que tenía 15 años de vida. “Cuando llegué a Brasilia, en marzo de 1975, desde la ventanilla del avión me enamoré de ella. El rojo era inmenso y el cielo infinitamente azul, con una luna que hasta hoy me abraza y me hace sonreír. Era exactamente como la había imaginado: el espacio era lo más importante, el conjunto arquitectónico más imponente que haya visto; y la mayoría de las personas eran menores de 40 años. Parecía una gran fábrica donde todo el mundo estaba activo creando todo lo que necesitaba para ser. Quedé maravillado, me sentí nuevo, pisando algo nuevo”.

Cuarta Estación: Viaje a su Obra

Algunos de los grandes éxitos de público y de crítica de la historia del teatro y la danza en Brasilia llevan su firma. Entre otros: Senhora dos afogados (1987), A casa de Bernarda Alba (1988/91), A menina dos olhos (1990/91), Romeu e Julieta (1993/99), O olho da fechadura (1994/95), The Globe Circus (1997), Arlequim: servidor de dois patrões (2001/02), Rosanegra - Uma saga sertaneja (2002/05), O rinoceronte (2005/2006/2020), y el memorable Adubo ou a Sutil arte de escoar pelo ralo (2005/2015).

Recibió numerosos premios por sus creaciones, incluidos el National Theatre Service Award (1977) al mejor espectáculo infantil por el antológico Os Saltimbancos y el Shell Award (1997) por Dorotéia Show Direction. Fue Comandante y Oficial de la Orden del Mérito Cultural de Brasilia (1991 y 1992), así como Ciudadano Honorario de Brasilia (2000), títulos concedidos por el Gobierno del DF.

También recibió el Conocimiento Notorio en Artes Escénicas (1998) y, en 2014, el título de Profesor Emérito, ambos de la Universidad de Brasilia, una institución en la que fue profesor del Departamento de Artes Escénicas durante más de 20 años.

Hugo Rodas murió el 13 de abril, a los 82 años. Para unos fue un bruxo emérito, para otros un poeta chamán del teatro danza, para muchos un gurú de las artes en movimiento, capaz de mezclar todos los lenguajes en un caldero sobre el escenario para provocar, cuestionar, interrogar y sacudir conciencias y almas acerca de la grandeza y las miserias humanas.