A veinte años de la crisis, cada persona y cada núcleo familiar debe de tener su propia historia, más o menos dura dependiendo de las circunstancias. En mi caso, mi experiencia con el 2002 fue bastante distinta debido a un par de características fundamentales: la primera es que mi núcleo familiar ya había sufrido su propia crisis económica devastadora dos años antes. La segunda es que ese año decidí que iba a publicar un libro.

Desde los últimos años del liceo e impulsado por un programa de radio que leía textos de los oyentes (Radar, conducido por Ruben Rada y César Martínez), había comenzado a crear pequeños cuentos y otros experimentos literarios. Todo eso que el dibujo nunca me había dado, como la satisfacción ante la obra terminada, lo había encontrado en la escritura. Era de esos que preferían que los cuentos llegaran a manos y ojos ajenos, así que periódicamente encuadernaba la producción que acumulaba hasta el momento y la repartía entre los interesados.

Este proceso se prolongó durante un buen tiempo y conservo varias de las carpetas (las que volvieron), que ganaban en cantidad de páginas y por lo tanto en el precio que me cobraban por la encuadernación. Aquello se estaba volviendo insostenible, sobre todo para unas manos tan débiles como las mías.

Así que en 2002, habiendo abandonado los estudios, con cinco años de experiencia laboral y jóvenes 22 primaveras, decidí que la responsabilidad de que los demás me leyeran ya no sería mía, sino de ellos. Con ejemplares en las librerías, podría leerme quien quisiera y no quien integrara mi círculo cercano. Sí, en 2002, con mi economía por el piso (y la del país también), no tuve mejor idea que embarcarme en la edición de un libro.

Así que mientras la gente tenía cosas mucho más importantes en las que pensar, yo combinaba mi trabajo en una imprenta con la recorrida de editoriales dispuestas a acompañarme. El primer problema fue que no había tantas editoriales que me recibieran de brazos abiertos. No había tantas editoriales en general. El panorama actual de nuestro país es muchísimo más rico en cantidad y calidad con respecto al de principio de siglo, pero no quiero quedar como uno de esos viejos que dicen que todo tiempo pasado fue peor.

Para peor, tenía miedo de que el lenguaje soez y vulgar de alguna de mis piezas fuera un obstáculo para su edición. No se me pasaba por la cabeza que el verdadero obstáculo fuera la crisis generalizada, porque dentro de todo era (y sigo siendo) una persona increíblemente afortunada.

Pasaron los meses y terminé topándome con la editorial Cauce y su maravilloso impulsor, Pedro Cribari, con quien hasta el día de hoy trabajo publicando cuentos en la revista Túnel. Me recibió en su casa y, con la confianza que desde ese momento jamás perdimos, me dijo que le encantaría publicar el libro, pero que no tenía dinero. Quizá ya estábamos a comienzos de 2003, pero no es que Uruguay se haya recuperado tan rápido.

Con la confianza de la juventud y un invalorable feedback que había recibido de Leo Maslíah (otro faro guía en la tormenta), opté por editar aquella primera recopilación de cuentos, bautizada Sobredosis Pop por un integrante de la banda Astroboy y prologada por otro. Fue un híbrido de edición de autor con distribución editorial, lo que implicó una división de ganancias justa, pero que es imposible que recuerde en este momento.

Para poder costearlo, conté con dos ayudas invalorables: la primera fue una preventa, realizada mucho antes de que existiera el crowdfunding y que me permitió juntar un primer dinero para darle a la imprenta. Y la segunda fue la propia imprenta, en la que (si leyeron atentamente lo adivinarán) yo trabajaba en ese momento y que me permitió que pagara el resto del dinero cuando los libros se fueran vendiendo.

Creo que la crisis tuvo un efecto positivo en la repercusión del libro, y espero que esto no sea malinterpretado por quienes vivieron su peor cara. Tampoco es que yo me haya hecho rico vendiéndolo. Sí es importante destacar que en 2003 no debe de haberse editado gran cantidad de libros de autores nacionales, por todo el tema que motivó este texto. Y en medio de un panorama editorial que todavía seguía anclado en autores que publicaban desde la década de los sesenta (con excepciones como la de Natalia Mardero, aliada aun antes de conocernos personalmente), Sobredosis Pop brilló con el naranja fosforescente de la portada en medio de una Montevideo más apagada que nunca.

Una de esas frases incomprobables (salvo que me ponga a googlear, algo que no haré) dice que para los chinos crisis es igual a oportunidad. Para la mayoría de los uruguayos esto no fue así y en mi caso, si vamos a ponernos técnicos, crisis fue igual a casualidad. Pero gracias a esa casualidad es que me están leyendo hoy.