Un texto que nos arrastra por lo peor de nuestra historia, tanto pasada como presente. La oscuridad del mundo del poder, donde todos los límites pueden traspasarse con impunidad. Los vínculos difusos entre el narcotráfico, la política y la Justicia presentan una realidad que nos cuesta reconocer en el Uruguay que imaginamos. Habitamos el mito de ser europeos e ilustrados como una especie de cúpula protectora que nos mantiene ajenos a la verdad. Ese ideal ficticio, en el que creemos como un relato fundante, nos vuelve “inocentes” desconocedores de lo que nos rodea. Entonces vienen la dramaturgia y el teatro para poner las cosas en su sitio. Para develar otros costados del universo de las altas esferas, en el que la clase ampara todas las violencias, todos los crímenes y todas las corrupciones.

La obra propone un entramado complejo sostenido por un único personaje en escena, cuya función es ser la voz que configura los distintos niveles dramáticos de la historia que vamos a descubrir.

El espacio, de un realismo lineal, describe la sala de una casa con elementos que destacan la posición social de sus integrantes. El personaje femenino llega con aires de un poder que se irá desmantelando progresivamente.

Ella es una mujer definida por el rol de esposa. Toda su existencia, pública y privada, está sostenida desde ese lugar. El discurso comienza con elementos simples, dando datos insignificantes. Llega del aeropuerto, de despedir a su marido; nada sorprende hasta ahí. Ese hecho se vuelve una excusa para deambular por los recuerdos y definir en ellos a alguien siniestro, ese otro personaje de la obra que sólo vemos a través de lo que ella nos cuenta.

Ante nosotros van apareciendo las emociones de la mujer, que ve derrumbarse su mundo perfecto. La historia va poblándose de más detalles a través de parlamentos que no buscan ser lógicos, porque están repletos de imágenes terribles que parecen golpes sobre ella. La construcción de una existencia privilegiada rodeada de lujos y garantías económicas, sostenida a través de actividades ilícitas protegidas por el sistema, le dio esa vida que aceptó sin cuestionar, mientras fuera útil. Ella lo sabe, siempre lo supo, y se dejó abrazar por los placeres que brotan, como maná, del dinero. En medio de su intento torpe por contarnos los hechos, mediante un lenguaje cada vez más desarticulado, salen de las sombras de la memoria, como disparados, algunos momentos que nos llevan a la dictadura. No sólo del narcotráfico surge el imperio, también de amistades con personajes que ocupan lugares de poder. Entonces aparece otro elemento, como soslayado, como si apenas fuera un secreto íntimo que no se puede decir: una desaparición. Estamos en mayo, y cuando en escena se deja caer esa palabra, resuena en todos los sentidos. La desaparición como una herida que aún arrastramos y que nos recuerda todos los silencios que custodian secretos.

Con respecto a la actuación, Betina Mondino es una garantía en teatro. No hay una forma más clara para describir la dimensión de su talento. Es una actriz inmensa. Tiene todos los artilugios que la hacen capaz de representar, sola en escena, un personaje que pasa por todos los tonos posibles. Es la mujer poderosa y clasista, sostenida por el estatus, que olvidó sus orígenes. Es también la que se da cuenta de la soledad y el desamparo en que ha sido subsumida. Nos muestra todos los rostros de quien ha elegido no saber y por eso no alcanza a ser una víctima de su realidad. Mondino recorre en la voz y en el cuerpo las fases de derrumbe del personaje sin un atisbo de vacilación.

La soledad de la casa es el ámbito idóneo para abordar esa descomposición que, a través de las palabras, levanta la presencia del marido fugado: “la bestia”. ¿Quién fue él? ¿Qué hizo? ¿Por qué debe fugarse? Todas las incógnitas van apareciendo en la voz de la mujer, que amplifica el recuerdo con momentos de violencia íntima y que nos enfrenta a una amenaza: todos llevamos en nosotros una potencial bestia capaz de materializarse en cualquier momento.

La obra tiene dos grandes fortalezas: el texto y la actuación de Mondino, que seguramente alcanzaría estados más significativos con una dirección que jugara una puesta menos rígida, no tan atada a formalismos y estructuras que develan los mecanismos escénicos de luces y movimientos de manera obvia.

Las bestias. De Carlos Manuel Varela. Dirección de Sergio Pereira. Con Bettina Mondino. Teatro La Gringa. Sábados a las 21.00 y domingos a las 18.00. 2x1 para suscriptores de la diaria.