Las primeras imágenes y sonidos no son lo más fácil de asimilar, por los encuadres cercanos y movidos y por el montaje. Cuando, unos segundos después, tenemos un plano de establecimiento, ahí sí vemos claro lo que pasa en el cuadro, pero el contexto sigue siendo medio raro: unos jóvenes atléticos juegan al vóley en lo que parece ser el interior de una oficina que parece funcionar en lo que fue un palacio. Luego están jugando a que uno de los muchachos es un perro feroz, y la cosa deriva en una alegre, aunque bastante bruta, lucha griega. La escena se interrumpe sin mayor explicación.
A la larga sí, entenderemos todito, pero es de esas películas de exposición paulatina. Hay que disfrutar un poco de la intriga y de la curiosidad antes de disponer de todos los datos y, mientras tanto, apreciar la creatividad estilística y narrativa. Estamos en 1938 en Leningrado, en plena Gran Purga estalinista. Volkonogov, uno de los jóvenes del inicio, es capitán de un destacamento policial o militar. Por la manera de actuar, parece ser la NKVD (principal órgano de la represión política soviética), aunque yo nunca había visto esos uniformes rojos y no sé si serán un detalle histórico poco conocido o una licencia de la dirección de arte, que deja a los agentes singularmente destacados cuando, en la calle, se entreveran con la masa triste de población vestida toda con tonos agrisados. Una tarde, como si nada, empiezan a convocar de a uno a los integrantes del grupo como si fuera un trámite rutinario, pero Volkonogov, que conoce bien los mecanismos de la represión, tiene a bien escapar antes de que llegue su turno. De hecho, todos sus compañeros –decenas– son masacrados. Sólo él se escapa, y ahora lo persiguen.
Toda la vida soñé con ver un buen thriller ubicado en la Gran Purga. A diferencia de los campos de exterminio nazis, que eran como fábricas de matar que funcionaban aparte de la vida normal, en la Purga el terror estaba instalado en el cotidiano, impregnando todo de paranoia y absurdo. Esta película transmite mucho de ese clima y tiene elementos de thriller: durante todo el metraje tendremos a Volkonogov corriendo de un lado hacia el otro, con el mayor Golovnia pisándole los talones. Hay un par de persecuciones sensacionales y mucho ingenio tanto de parte del perseguido como del perseguidor.
Pero la película es más compleja y extraña que eso. Está salpicada de un humor quirky perverso. Volkonogov está arribando a su lugar de trabajo y una persona que se tiró por la ventana cae a pocos metros de él. Mientras retiran el cuerpo con la cabeza reventada, un oficial impasible le hace al capitán señal de que no se lo cuente a nadie, como un niño ocultando una travesura. La manera algo extraña y estilizada de presentar los elementos resalta lo potencialmente gracioso de lo horrible. Una funcionaria se le queja a Volkonogov de que determinado agente la viene molestando, y el capitán, sin demora, reprende severamente al abusador. Más adelante, cuando el capitán está prófugo, la misma funcionaria, con el mismo tono lloroso y evocando los mismos factores (que integra el Partido desde 1918 y que su marido murió heroicamente), pide a otro oficial para mudarse al apartamento de Volkonogov, que supone disponible. Es gracioso, y es espantosamente ilustrativo de cómo ese tipo de contexto tiende a erosionar los rasgos de agradecimiento, solidaridad y compasión.
Aún más extraño: Máliok, el mejor amigo de Volkonogov, muerto en la masacre, emerge de la fosa y, antes de volver a autoenterrarse, le cuenta que fue al infierno, pero que el capitán, que sobrevivió, tiene una chance de ir al cielo. La condición es que obtenga el perdón de un pariente de al menos una de sus muchas víctimas. Volkonogov asume obsesivamente ese cometido y lo grueso de la película se estructura como una serie de encuentros con esos familiares, a quienes Volkonogov tiene que contar que murieron (ellos no lo saben), que eran inocentes, que él ayudó a torturarlos, interrogarlos y matarlos, y pedir perdón por ello. Cada persona tiene distinto tipo de vínculo con la víctima: hija adulta, esposa, padre, esposo, hijo niño. Entre ellas conforman un abanico de distintas maneras de reaccionar al terror en general y a esta noticia en particular.
Cada uno de los encuentros va a tener un desarrollo y un desenlace narrativamente ingenioso, que puede ser gracioso, involucrar suspenso o conmover, y a veces todo eso entreverado. Esos encuentros también son pretextos para flashbacks en los que nos familiarizamos con el principio de “acción preventiva contra enemigos potenciales”, en que las personas son perseguidas no por crímenes que se piensa que hayan cometido, sino por estar en una posición que podría motivarlos a cometerlos en un futuro. Algunos de los factores que funcionan como evidencia de esas futuras traiciones son, por ejemplo, tener ascendencia alemana o judía, haber tenido vínculo con algún acusado (¿y quién no lo tiene en un contexto así?), o incluso contar un chiste irreverente. Uno de los momentos más memorables es el flashback en que un verdugo explica (y lo demuestra con personas reales) la manera más rápida, limpia y eficaz de ejecutar a un detenido. El tipo no es mostrado como una figura villanesca, sino como un funcionario que desempeña una tarea cotidiana, quizá con una cierta satisfacción por ser reconocido como muy bueno en lo que hace.
Así que esta película es un cruce de thriller sobre sospechoso inocente en fuga, drama con fundamento político en episodios basado en distintos encuentros (como Dos días, una noche, de los Dardenne), jornada loca y teñida de absurdo (como After Hours, de Scorsese), y una mezcla transgresora de cotidiano con un sobrenatural tratado en forma prosaica (como en Apichatpong Weerasethakul).
Me corta un poco el mambo el componente cristiano (la humildad frente a la indigente, la estatua de los ángeles, la placidez frente a la muerte), que recubre de cierta pretensión de trascendencia –en verdad, una moraleja fácil– una película que parecía inquirir en los mecanismos del mal de manera mucho más profunda y productiva que la mera lógica de pecado, redención y perdón individuales, y que sigue atrapada en la tramposa dicotomía según la cual renegar de Stalin implica acercarse a su enemiga, la iglesia.
La fuga del capitán Volkonogov (Kapitán Volkonogov biezhal). Dirigida por Natáliia Mierkúlova y Alieksiey Chúpov. Con Iúriy Borísov, Timofiey Tribúntsev, Nikita Kukushkin. Rusia / Estonia / Francia, 2021. Cinemateca.