Podemos discutir sobre la validez de los Premios de la Academia, pero no sobre el peso que tienen a la hora de poner películas en el radar y hacerlas conocidas internacionalmente. Tomemos el caso de Flee: Huyendo de casa, una cinta danesa estrenada en el circuito comercial de nuestro país, ayudada (calculo) por sus tres nominaciones al Oscar de este año. Y qué nominaciones.
Además de representar a Dinamarca en la categoría de mejor película extranjera, apareció en otras dos categorías que a primera vista no parecen ir de la mano: mejor película animada y mejor documental. No fue una novedad absoluta; para documentales animados alcanza con recordar Vals con Bashir (Ari Folman, 2008), que además fue la primera animación en pelear por el Oscar a mejor película extranjera.
Sí es un fenómeno poco común, que parece ir a contrapelo de la “idea” de documental, que consistiría en filmar directamente lo que ocurre en nuestro mundo. Dicho esto, existen cineastas que han utilizado la animación en mayor o menor medida para reconstruir sucesos verídicos. El director Jonas Poher Rasmussen se vale de esta herramienta también para las entrevistas al protagonista de la historia.
Todo gira alrededor de Amin, un afgano que lleva décadas viviendo en Copenhague y a quien el director conoce desde que eran adolescentes. Cuando comienza la cinta, este hombre está contando por primera vez su infancia en Afganistán, la guerra afgano-soviética que lo obligó a irse del país y el extenso periplo que él y su núcleo familiar experimentaron en la búsqueda de un mejor lugar para vivir.
La historia de Amin es la historia de millones de refugiados y desplazados alrededor del planeta: según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, a finales del año pasado las personas en esta situación superaban los 84 millones. Los informativos suelen condensar sus vidas en la noticia de una balsa hundida en el Mediterráneo o un campamento cerca de alguna frontera, pero al concentrarse en un único ser humano, la anécdota se convierte en una biografía y los números fríos se convierten en 84 millones de biografías.
Los realizadores animaron primero el rostro parlante de Amin, tomado en primer plano mientras rememora su vida, dando algunos detalles por primera vez. Acostado sobre una alfombra y mirando hacia arriba, evitando mirar a su interlocutor, como si se tratara de una sesión de psicoanálisis, nos transporta a su infancia, también animada, y a los sucesos que desencadenaron su exilio forzado.
Al comienzo uno no deja de recordar otras historias “dibujadas”, esta vez en historieta, sobre el horror sufrido por la población de los países árabes, peones de una Guerra Fría cuyo tablero siempre se desplegaba en terreno neutral. Lo vimos en Persépolis, de Marjane Satrapi, que en 2007 tuvo su adaptación animada, y en la serie de novelas gráficas El árabe del futuro, de Riad Sattouf, cuyo quinto y último tomo debería llegar en breve a las librerías uruguayas.
No es casual que el estilo de la animación recuerde a las historietas, por su trazo, sus vivos colores, y también por la decisión (que podría tener o no motivos económicos) de usar muy pocos cuadros por segundo, de tal modo que los movimientos nunca son continuos, sino que parecen una sucesión rápida de viñetas. Y en algunas escenas de máxima tensión todo termina reducido a siluetas de carbonilla que parecen sacadas de una versión terrible del videoclip de “Take On Me” de A-Ha.
Amin y los suyos lograron escapar del terror inminente de los muyahidines, quienes estaban a punto de tomar Kabul y probablemente arrasaran con todos aquellos que no los hubieran apoyado. La película, que intercala algunas imágenes de acción real de las cadenas informativas de la época, seguirá el conflicto en tanto la familia de Amin lo siga, porque la acción se situará allí donde ellos logren asentarse.
Eso, por supuesto, no será sencillo. El primer destino será Rusia en plena caída del régimen soviético, y allí serán presa de la brutalidad y la corrupción de la policía local. A partir de ese momento se sucederán los planes de encontrar sitios menos hostiles en donde establecerse, en parte con la ayuda de un hermano mayor que ya había hecho ese recorrido unos años antes.
A lo inhumano de algunos intentos de esquivar los servicios migratorios de diferentes territorios europeos se suma el viaje interior de Amin hacia la aceptación personal, ya que nació en una tierra en la que (dice) ni siquiera había una expresión para la homosexualidad, que estaba vista como una enfermedad a curar.
Flee: Huyendo de casa tiene un final bastante feliz que está marcado en los primeros minutos, ya que Amin tiene una buena vida, que incluye una carrera exitosa y una pareja estable, aunque luego veremos que estos dos elementos están comenzando a chocar. Pero que conozcamos su presente no hace que suframos menos su pasado, además de que el destino de sus hermanos y su madre no está tan claro.
De paso, el documental nos invita a reflexionar sobre las incontables realidades de 84 millones de seres humanos y sobre muchísimos más que, en los diferentes países del mundo, parecen tener distinto valor dependiendo de si son compatriotas o extranjeros.
Flee: Huyendo a casa. Dirigida por Jonas Poher Rasmussen. Documental-Animación. Dinamarca, 2021. 90 minutos. Movie Montevideo.