Murió este lunes el artista estadounidense Claes Oldenburg, pionero del arte pop con sus figuras monumentales de artículos cotidianos. Su deceso se produjo en Nueva York y se debió a complicaciones luego de una caída, según confirmaron las galerías Pace y Paula Cooper, que lo representaban. Oldenburg tenía 93 años.
Entre sus creaciones más populares, que rivalizaron con la obra de contemporáneos como Andy Warhol o Roy Lichtenstein, se encuentran una cereza gigante sobre una cuchara, ubicada en el Centro de Arte Walker en Minneapolis, un palillo de metal en el centro de Filadelfia, un bate de béisbol de 20 toneladas frente a la Administración de la Seguridad Social de Chicago, y una linterna de más de 11 metros de altura en Las Vegas.
“El arte tendría que significar más que solamente producir objetos para galerías y museos”, dijo en 1995 a Los Angeles Times. “Yo quería ubicar el arte entre las experiencias de la vida”. Su trabajo expandió la definición de lo que podía ser una escultura, con el doble resultado de hacerla más accesible para el gran público y conquistar también a los coleccionistas: en 2015, su Palillo de tres metros, de 1974, se subastó por más de tres millones y medio de dólares.
Oldenburg, hijo de un diplomático sueco que se trasladó a Chicago en 1936, había nacido en Estocolmo en 1929. Se especializó en arte y literatura en la Universidad de Yale, y luego fue alumno del Instituto de Arte de Chicago. Fue allí donde mostró su obra por primera vez, en una exposición colectiva en 1953. Cuando llegó a Nueva York, en 1956, la era del expresionismo abstracto estaba llegando a su fin, y luego de un par de años pintando decidió sumarse a los nuevos movimientos. “Quería que mi trabajo dijera algo, que fuera desordenado y un poco misterioso”, contó a The New York Times.
Su primera exhibición en solitario llegaría en 1959; consistía en esculturas abstractas hechas de papel, madera e hilo, materiales que afirmaba haber encontrado en la vía pública. Un año más tarde, mientras trabajaba como lavacopas, presentó una instalación llamada La tienda, con modelos de yeso de objetos reales que se podrían encontrar en un almacén.
En 1961, en una segunda versión de La tienda para la que alquiló un comercio de verdad en Manhattan, Oldenburg incluyó un cucurucho de helado de tres metros, una hamburguesa de dos metros y una porción de pastel de dos metros y medio de altura. Según el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York, aquello fue “un hito del arte pop” que mostró el interés del artista en “la delgada línea entre el arte y el producto, y el rol del artista en la autopromoción”.
A mediados de los 60 ya se había convertido en un artista de fama mundial y el primer merecedor de la primera gran exhibición de arte pop en el MoMA, con más de un centenar de sus piezas, entre las que se incluía una recreación de La tienda. Oldenburg ya estaba pensando más allá de museos y galerías cuando, en 1969, creó Lápiz labial (ascendiente) en orugas, un gigantesco lápiz de labios montado sobre una base de madera que simulaba las huellas de un tanque. La obra se presentó en el campus de Yale, como una manifestación física del eslogan “Haz el amor, no la guerra”.
Luego siguieron otros “monumentos colosales”, como el paraguas de Robinson Crusoe, un trifásico de madera o un sello de goma. Varias de estas obras fueron realizadas en colaboración con su segunda esposa, Coosje van Bruggen, quien describió el método de trabajo de ambos como “un diálogo que avanza como un partido de ping pong, adelante y atrás hacia la cristalización definitiva, primero en un esbozo, luego en un estudio, un modelo tridimensional o una configuración dinámica por computadora, siguiendo un método que privilegia las sensaciones al análisis, a diferencia del planteamiento totalmente racional de la realización práctica”.
Más allá de sus obras concretadas, Oldenburg dejó una gran cantidad de ideas que nunca se materializaron, algunas de ellas por imposibles. David Pagel, profesor de teoría del arte, dijo a Los Angeles Times en 2004 que “la mayoría de las veces las propuestas absurdas eran ante todo grandes excusas para realizar grandes dibujos”. Era el caso de la propuesta de reemplazar la Estatua de la Libertad por un ventilador eléctrico gigante que devolviera a los inmigrantes al mar abierto. El artista tampoco esperaba que todos sus proyectos fueran tomados en serio. “Supongo que hay cierta ironía en mi trabajo; es la manera en la que yo miro al mundo. Soy serio, pero me doy cuenta de que el mundo es divertido y me sería difícil vivir sin ver ese lado de las cosas, sus contradicciones”.