Guardado como trofeo por un excomisario belga que se lo arrancó en el proceso de disolver su cuerpo en ácido, un diente de oro es lo único que resta del espigado cuerpo de Patrice Lumumba. No era una extravagancia del primer jefe de gobierno de la hoy llamada República Democrática del Congo. El oro es maleable para los fines de los protésicos dentales. El oro permite una presión de la mordida similar a la de un diente natural y se fractura con menos frecuencia que otros metales. El oro resiste al ácido de los asesinos cuando el paciente es emboscado en Katanga por orden combinada de viejos y nuevos poderes: Bélgica y Estados Unidos, en este caso, según lo prueban documentos desclasificados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en 2000 y disponibles en la web desde 2017.1 El oro también resiste los golpes de las culatas de los fusiles con los que torturaron a Lumumba y a los dos ministros que fueron capturados con él. El oro resiste, incluso, las balas de un pelotón de fusilamiento iluminado por los faros de un automóvil el 17 de enero de 1961, en Elisabethville.

El diente de oro de Lumumba no es un implante completo sino una corona, ya que en él se conservan las raíces del molar natural de este carismático orador nacido el 2 de julio de 1925. Factótum de la independencia de la República del Congo, ocurrida el 30 de junio de 1960, estuvo menos de tres meses en el gobierno de ese país que alguna vez fue el Congo Belga, territorio que se volvió arquetípico de la opresión colonial. Una caricatura de Jess (seudónimo de Julio Emilio Suárez Sedraschi, también conocido como Peloduro), publicada en el semanario Marcha el 22 de julio de 1961, lo muestra con una amplia risa imaginaria (en las fotos apenas sonreía, casi como un gesto de amabilidad con el fotógrafo). No fue la única vez que lo dibujó. En el número del 24 de febrero de 1961 Marcha le había dedicado la portada. El dibujo de Jess ocupa un tercio de página. Lumumba tiene el ceño fruncido, los ojos cerrados con fuerza, como aguantando un golpe, pero hay una línea de sonrisa de comprensiva amargura. “El profeta asesinado”, se lee en el título.

La prensa uruguaya lo trató de modos diferentes. El diario El País dijo que Lumumba “parece un personaje imaginario, creado para traer conflictos y dar tema a los diarios”, por lo que casi quedaba la duda de si “existe o lo inventaron para hacer creer que los negros tienen hombres capaces de gobernarlos”. Cuatro días después, el diario El Popular criticó con dureza ese editorial “cínico y repudiable”.2 El racismo no era ajeno a buena parte de la sociedad del momento, a juzgar por la “cobertura” de la revista humorística Lunes sobre la actualidad africana.3

“Muerto, Lumumba deja de ser una persona y se convierte en el África entera”, dice Jean-Paul Sartre. A pocos días del asesinato, el 22 de febrero de 1961, la Unión Soviética bautiza con su nombre la Universidad de la Amistad de los Pueblos. En 1966, en el Congo, sus propios asesinos lo nombran héroe nacional, quizá para apaciguar los ánimos que habían motivado una insurgencia clandestina de la que dio cuenta Carlos María Gutiérrez.4

El molar de oro entregado por Bélgica a sus familiares, el 22 de junio de este año, no ha estado ausente de la iconografía que se ha construido alrededor de Lumumba. En un collage de 2016, Sam Ilus lo muestra sonriendo sin esa pieza dental. Una mano separada del cuerpo la sostiene a un costado, con la corona entre los dedos y las raíces a la vista. Pero quizá el artista que más se ocupó de su canonización pictórica fue Tshibumba Kanda-Matulu (TKM), quien entre 1970 y 1973 le dedicó un ciclo completo. Impacta, sobre todo, La muerte histórica de Lumumba, Mpolo y Okito. Hoy TKM se considera uno de los tantos desaparecidos del Congo, quizá muerto entre 1981 y 1982. Más cerca en el tiempo, Marlene Dumas dio un giro en el enfoque. Primero en Tres mujeres y yo (1982), en el que une a Pauline Lumumba con Winnie Mandela y Betty Shabazz (esposa de Malcolm X), y luego en La viuda (2013), centrado en el luto tradicional congoleño. Entre ambas obras se ubica Lumumba (2000), de Luc Tuymans, hoy en la colección del MoMA de Nueva York.

Filiforme, le llamó Eugène Mannoni en Marcha, al recordarlo “tan delgado en su traje azul marino” (24/2/1961). El traje ya no se ve en A pesar del ácido (2015), de Eddy Masumbuku. Ropa y cuerpo estallan en esa pintura dentro de un gran tarro. Pequeños retratos de Lumumba penden de cada salpicadura, como dientes de oro inextinguibles que Masumbuku repite.


  1. www.cia.gov/readingroom 

  2. Ambos editoriales fueron citados por Gustavo Faget, “El asesinato de Lumumba” en Desde la rotativas, cincuenta años de historia (1950-1999), coordinado por el profesor Carlos Machado. 

  3. Ver, por ejemplo, “La conga del Congo”, 26/9/1960. 

  4. “Congo: la revolución armada de paciencia”, Marcha, 9/7/1965, luego recogido en En la Sierra Maestra y otros reportajes, Tauro, 1967.