Con la misma sustancia inexplicable de la que están formados los misterios centrales que definen la existencia del ser humano, a saber, la nebulosa que antecede a su irrupción en el mundo y aquello que lo espera cuando el corazón deja de latir, el miedo se hace fuerte en el propio desconocimiento y genera, como reacción, egoísmo, crueldad y, por supuesto, ignorancia. Ese “aguijón invisible” que definió Lucrecio turba los sentidos, como le dice en un momento don Quijote a Sancho, haciendo que las cosas no parezcan lo que son o, en el colmo del paroxismo ante el temor, tal cual le confiesa Franz Kafka a Milena en una carta, puede hacerle desarrollar al que teme “ojos de microscopio”.

La cultura del espectáculo ha sabido monetizar muy bien el miedo, convirtiendo al cine de terror en uno de los géneros predilectos de las audiencias, que se entregan desarmadas ante un puñado de resobadas variaciones (casa embrujada, muertos vivos, molestos fantasmas) para padecer convulsiones, estremecimientos o risas nerviosas, entre otras reacciones del cuerpo. Y también la realidad cotidiana, desde luego, ha sabido desarrollar alrededor del individuo una logística del miedo que, de a poco, se integró al paisaje diario: alarmas, escáneres, sensores, cámaras, empresas de vigilancia, radares y un largo etcétera.

En el flamante libro Una filosofía del miedo, publicado por la editorial Anagrama dentro de su batalladora colección Argumentos, el escritor y profesor de la Universidad de Barcelona Bernat Castany Prado (1977), autor de los ensayos Literatura posnacional y Que nada se sabe. El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges, además de un par de tomos de poesía, coloca el miedo sobre la mesa del laboratorio para diseccionarlo con el bisturí de innúmeras lecturas, no limitándose sólo a la descripción de sus efectos sobre el individuo sino historiando las diversas prácticas filosóficas que se opusieron a él, así como aquellas que lo trataron en algún punto, e incluso las que prescindieron de él como fenómeno de análisis o mero nexo de acceso a otras cuestiones.

Castany Prado cuenta en el prólogo cuál fue el disparador de la investigación y posterior escritura de este libro: luego de dictar una clase en la que trató un grupo de ejercicios filosófico-literarios (“ejercicios espirituales”, al decir de Pierre Hadot) para superar el miedo, fue abordado a la salida por una alumna que concretó, según el autor, la llamada “maldición de Kierkegaard” (la maldición con carácter retrospectivo que, supuestamente, el filósofo danés le lanzó a Hegel para que un día, al finalizar una clase, se le acercase un alumno a pedirle consejo). La alumna “de mirada triste y piel pálida” que aguardaba a Castany Prado a la salida del salón le solicitó más información sobre la cuestión del miedo y la ascesis del valor. Algo en la joven generó preocupación en el profesor, que, tras preguntarle si se encontraba bien, la dejó marchar y, a la noche, le remitió por correo electrónico materiales tales como La historia del miedo en Occidente, de Jean Delumeau, y una síntesis de la Psicología del miedo, de Christophe André. Cuando a las pocas clases la alumna dejó de asistir al curso, y quizás como reflejo de la mirada de aquella joven, Castany Prado se encontró reflexionando sobre la cuestión del miedo a nivel cotidiano, “como un cúmulo de minúsculas evitaciones, excusas, silencios o postergaciones que acaban llenándolo todo, como el vapor”. Y entonces escribió Una filosofía del miedo.

En este ensayo de fácil lectura y composición fragmentaria, dividido en cuatro largos capítulos (“Luz de gas”, “Vivir me mata”, “Odiseo Antitheos” y “Ampliación del campo de batalla”) que, a su vez, se subdividen en breves secciones de títulos, por decirlo de alguna manera, llamativos, sin siquiera la sombra de una nota al pie pero con una vastísima bibliografía final, Castany Prado congrega, cita, parafrasea, refuta y subraya a una pléyade de autores diversos, que van desde Epicuro a Borges, pasando por Descartes, Spinoza, Montaigne, Voltaire, Whitman y Sennett, entre muchísimos otros.

Se nota a las claras que el profesor Castany Prado le dedicó mucho tiempo a la lectura sobre el tema, que subrayó bastante, que cotejó pasajes diversos y que se desveló varias veces en procura de determinada idea para apresarla y convertirla en glosa, comentario o ensamblaje de un argumento. El tema es que tamaña suma de alimentos intelectuales no necesariamente genera una buena digestión. Son muchas las veces en que Castany Prado, en medio de una argumentación o en plena exposición de un pasaje determinado, apela a unas salidas livianas, de un humor dudoso que pretende contrabandear como ironía y que termina desestabilizando el conjunto: “Walter Benjamin debería haber escrito un Libro de los pasajes de terror” (p. 39); “Con permiso de Heidegger (que de la filosofía el Yoda es)...” (p. 79); “Pensemos por ejemplo en Marx, que hizo su tesis sobre el atomismo democritiano (que no democristiano) (p. 80); “Todos los hombres son mortales; han descubierto una nueva cura contra el párkinson; Sócrates no morirá de párkinson. De acuerdo, pero podrá morir de muchas otras causas. En última instancia morirá de mortalidad” (p. 90); “En todo caso, todos somos el último mohicano. Un navajo corriendo sobre el filo de la navaja” (p. 347) y así podríamos seguir.

Justo es decir que el libro cumple con su objetivo de presentar una filosofía del miedo y que su lectura fragmentada termina enhebrando un puñado de ideas interesantes sobre la forma cotidiana en la que nos relacionamos con él, pero para alcanzar esos puntos verdes de la pradera hay que perderse un buen rato entre un cúmulo de hojarasca.

Una filosofía del miedo. De Bernat Castany Prado. España, Anagrama, 2022, 372 páginas.