No es que esta película sea extremadamente compleja o que sea inaccesible, pero tiene varios elementos un poco extraños. Algunas de esas cosas son habituales en el cine de arte: flashbacks de la infancia del protagonista Zhenia, y unos cortes, que ocurren periódicamente, a unas imágenes de fantasía, muchas veces con sentido alegórico. Así, por ejemplo, luego de que Ewa comenta que su marido fue enterrado al pie de un pino que acaba de ser cortado, y que ella había querido que el cuerpo de él fertilizara la tierra, cortamos a una de tales imágenes en que la vemos acariciar un híbrido de árbol y hombre.

La mayoría de esas imágenes están ambientadas en un bosque de pinos, de noche, con una iluminación ambigua que parece ser de luna, y con el rasgo mágico de que la luz parece estar tomada con time lapse (vemos las sombras moverse rápidamente) pero los personajes se mueven a velocidad normal. Esas inserciones no interfieren con el relato principal, tan sólo lo comentan, o representan momentos muy transitorios de una cierta intriga o de encantamiento visual. Hay otro rasgo extraño más, que no es tan habitual en el cine de arte en general pero es un clisé del cine eslavo: son esos diálogos en los que alguien pregunta algo a otra persona, o comenta algo que, por lo normal, hubiera suscitado una respuesta o comentario, pero la otra queda simplemente callada, y el que preguntó o comentó tampoco se inmuta con esa falta de respuesta, y sigue hablando de otra cosa.

Lo que realmente desconcierta es el estatus incierto de realidad de ciertos eventos, y el hecho de que algunas cosas sobrenaturales ocurren y la gente reacciona como si no hubiera nada extraordinario en ello. Al inicio, vemos a Zhenia cruzando un bosque a pie y siguiendo, siempre caminando, por una carretera y por otros lugares progresivamente urbanizados pero sin gente visible. Finalmente entra a un edificio público, donde hay un montón de gente esperando. Se adelanta a todos, se mete en una oficina sin ser llamado. El funcionario lo ve y le hace preguntas (que no son contestadas), de pronto se muestra inquieto y pide ayuda a Zhenia. Este se adelanta, empieza a hacerle un masaje, dice unas palabras sanadoras, el funcionario se desmaya. Zhenia firma por él lo que parece ser su propio permiso de residencia en Polonia (luego sabremos que proviene de Ucrania), sale de ahí y toma un ómnibus. Enseguida lo vemos arribar, con la misma ropa y cargando los mismos pertrechos (es decir, asumimos que se trata del punto de llegada del mismo viaje en ómnibus), a un condominio cerrado en las afueras de Varsovia, de casas de clase media alta, donde varias personas lo están aguardando porque tenía agendados unos masajes. ¿Los agendó desde Ucrania? ¿Será que esta escena pasa días o semanas más tarde pero nos confundimos porque él está usando la misma ropa? ¿O la agenda de masajes se armó de alguna manera mágica, instantánea? Una película clásica explicaría estas cosas.

Más allá de eso, la historia no es tan complicada. Zhenia atiende una serie de clientes en ese barrio privado y pasa casi todas sus tardes allí. A través de él vamos siguiendo las situaciones de los distintos clientes, todos ellos infelices, con problemas que van desde la concretud de un cáncer mortal hasta una más difusa insatisfacción y aburrimiento vital. Zhenia es un masajista magistral. Aparentemente, con tan sólo tocar a los clientes, sabe sus edades, su condición de salud, su estado emotivo. Practica también la hipnosis y, en este terreno, parece tener capacidades más allá de lo común (a veces se sortea el proceso y simplemente hace un estallido de dedos y la persona cae desmayada). Además, tiene el poder de la telequinesis. Todas las mujeres se sienten atraídas por él. Nació en los alrededores de Chernóbil, precisamente siete años antes del desastre, en la misma fecha: quizá sus poderes deriven de la radiación. Según otros indicios, podría ser un extraterrestre.

Sea como sea, Zhenia funciona como una especie de ángel bueno, trayendo alivio a las personas sumidas en la miseria existencial. En ese sentido, la película, pese a las extrañezas señaladas antes, funciona sobre todo por ese costado new age en el que se refugió el cine de arte luego de que el modernismo político y el psicoanálisis pasaran de moda, en el rastro de, por ejemplo, Las alas del deseo (1987, de Wim Wenders), Hombre mirando al sudeste (1987, de Eliseo Subiela) o Hierro 3 (2004, de Kim Ki-duk).

Hay muy sutiles toques de comedia, como la mujer solitaria que quiere que Zhenia haga masajes a sus perros. Las imágenes son muy bonitas, al punto de que la directora Małgorzata Szumowska decidió compartir la autoría con el director de fotografía Michał Englert. Predomina la cámara quieta, pero hay excepciones importantes, como en el plano secuencia del número de magia, que dura seis minutos y tiene una compleja coreografía coordinada de personajes y cámara. La música es también muy bonita y colabora mucho para el clima, y lo mismo el sonido (varios de los ambientes tienen un espesor pesadillesco, donde hasta el ruido del segway del agente de seguridad tiñe la banda sonora con un dejo inquietante, y los niños disfrazados en la noche de Halloween quedan zambullidos en una reverberación irreal). Hay apuntes varios que pueden insinuar líneas interpretativas diversas: sobre la ecología (el calentamiento global, la deforestación) o la discriminación de los inmigrantes ucranianos en Polonia o incluso un cierto intercambio de posiciones en el mundo entre Zhenia y Marek (el enfermo de cáncer). Cada una de esas cosas tiene su interés, pero habrá que ver hasta qué punto serán suficientes para superar el problema de que las anécdotas y el propio protagonista son medio desangelados. Al final, se ven todos como si hubieran encontrado la llave de la felicidad a partir de su contacto con Zhenia. Por desgracia, sus sanaciones no se cuelan hacia el espectador a través de la pantalla.

Nunca volverá a nevar (Śniegu już nigdy nie będzie). Dirigida por Małgorzata Szumowska y Michał Englert. Polonia/Alemania, 2020. Con Alec Utgoff, Maja Ostaszewka, Łukasz Simlat. Cinemateca y Life Alfabeta (a partir del jueves).