“En este momento que está viviendo Argentina, cruzar a Uruguay es un regalo. Yo vivo en Congreso, en el medio del quilombo, así que imaginate, estoy desesperado por ir a una cosa como la que voy a vivir allá”, confiesa el guitarrista y compositor Luis Salinas, desde el otro lado del teléfono, sobre su vuelta a Montevideo, el 23 de setiembre. En esta oportunidad, lo acompañarán su hijo Juan, a esta altura más que un invitado circunstancial, y el baterista Martín Ibarburu, un viejo conocido, aunque asegura que tal vez algún otro colega suba al escenario de La Trastienda durante la velada.

A los 65 años, el argentino nacido en la localidad de Monte Grande, a unos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, es una referencia internacional de las seis cuerdas, en las que ha sabido anudar zambas con blues, tangos con rocanroles y boleros con chacareras, siempre con pulso jazzero y la improvisación como el último trampolín hacia la libertad artística. Autodidacta nato, reconoce que sus maestros fueron los discos y sus conservatorios los escenarios, entre los que destaca el del mítico pub El Papagayo, de la capital porteña, donde actuó durante ocho años. A lo largo de su carrera, compartió su arte con músicos tan disímiles como Mercedes Sosa, Luis Alberto Spinetta, Tomatito, Paco de Lucía, BB King y Hermeto Pascoal, entre miles.

Con el flamante álbum Desde el alma, editado recientemente con el pianista Lito Vitale, el icónico músico de esbelta figura y melena ondulante retomó en 2022 el ritmo perdido en los últimos dos años, tras la declaración de la emergencia sanitaria en la región y el mundo. “En la pandemia la pasé mal, porque tuve el virus y zafé apenas, entonces ahora disfruto la música y la vida de otra manera”, reflexiona, antes de cortar el teléfono. Días después, al cierre de un domingo de clásico futbolero en Argentina y con esta nota a punto de cerrar, apareció un último y curioso mensaje: “¡Vamos, boquita, carajo!”.

¿Cómo estás viviendo este regreso a Uruguay?

Volver a Montevideo, después de la pandemia y de todas esas cosas feas que nos pasaron, es una alegría muy grande, porque me voy a encontrar con mis amigos de allá. Tengo ganas de volver a Montevideo, tengo una relación de muchos años, mucha gente que quiero y admiro. En este caso, por ejemplo, Martín Ibarburu: volverlo a ver, porque no nos vemos hace mucho tiempo, aunque hablamos siempre, va a ser algo hermoso, tocar con él y con mi hijo Juan. El primer lugar al que fue Juan a tocar, fuera de Argentina, fue a Uruguay, cuando tenía 12 años. La idea es tocar algunas cositas solo, otras con Juan y en trío. Martín, para mí, es uno de los mejores bateristas del mundo; por lo menos para lo que yo hago es el mejor, porque toca cualquier onda, tiene una forma de tocar maravillosa. Siempre digo que el que toca con Martín no hay forma que no quiera volver a tocar con él, por lo que es como persona y como músico.

Tenés una relación con los músicos uruguayos: además de con los Ibarburu, tocaste y grabaste con los Fattoruso, por ejemplo.

Sí. He tocado mucho con Osvaldo, que Dios lo tenga en la gloria. En un momento tocar con esos dos fue un regalo de Dios. Después he hecho algunas cosas con Ruben Rada. La verdad que es larga la lista de músicos que fui conociendo y con los que he tocado en estos años, como el Chapa [Juan Pablo Chapital], Nacho Labrada, que por ahí en una de esas se prenda, Juan Gularte, que fue mi maestro de la música negra; él tocaba acá en El Papagayo, en Buenos Aires, fue el que me enseñó esa música, es un referente grande del candombe. Ha sido realmente un maestro, él nunca lo dice, pero yo sí lo tengo que decir. Cada vez que voy a Uruguay y comparto alguna llamada con él es una cosa impresionante lo que pasa.

Contame de Monte Grande, ¿cuáles son los primeros recuerdos musicales qué tenés?

Mi vieja me contaba que cuando era chiquito tiraba todos los juguetes por cualquier lado y lo único que acomodaba en un rincón era una guitarrita chiquita de plástico. Después, mi viejo me contaba que se ponía a tocar con un amigo, yo era muy chiquito y me quedaba dormido y cuando empezaban a tocar dicen que me despertaba y tocaba la guitarrita de plástico con ellos. Yo no me acuerdo nada de eso, así que eso ya vino conmigo. Después se fue dando todo tan naturalmente. Lo primero que toqué fue un chamamé acompañando a mi padrastro, que era correntino. En Monte Grande había una movida de música muy singular, había peñas de tango, de folclore, estaba el rock sinfónico en ese momento, y gente que tenía información, que me alcanzó un disco de [Carlos] Santana, de [George] Benson. Soy una consecuencia de todo lo que he escuchado desde chico, de ahí ha salido mi forma de componer y de tocar. Y Dios me dio la posibilidad de conocer a los referentes de cada género, eso me ayudó muchísimo.

En tu música no hay límite entre lo local y lo global.

Así es. La vi siempre así a la música. Desde mi lugar, desde donde me tocó, siempre estuve tratando de estar informado de lo que pasa y me agarré de las cosas que más me gustan. A veces se dice que toco de todo, pero no toco de todo. Por ejemplo, una vez me puse a tocar una bulería con Tomatito y la verdad que me sentía demasiado chiquitito. A mí me encanta, en casa toco, pero él toca eso de una manera tan natural, tan... por ahí en mi casa lo hago, pero en público no. Y así con otras músicas me pasa también. Trato de tocar siempre lo que siento, pero con mucho respeto. Ir a la esencia y desde ahí a la libertad artística. A mí lo que me gusta es frasear la melodía e improvisar. Cuando estoy con músicos que tienen esa frecuencia y encima son buena gente, que para mí es muy importante, entonces ese espíritu se logra. Porque la música es una energía espiritual, más allá de las notas. Si no serían notas, nada más.

Decís que tocás lo que sentís, ¿cuándo te emociona una canción?

Hay cosas medio inexplicables, el sentimiento es inexplicable, es lo que te entra, te gusta, no tiene demasiada explicación. Alguna vez, estaba tratando, como ahora, de explicar mi libertad artística y pasó Rubén Juárez, para mí uno de los músicos más grandes que dio nuestro país, él era muy visceral y me dijo: “No expliques tanto, tocá”. Siempre viví la música, desde chico. Imaginate que mi viejo cuando tenía 12 años, en una radio del Chaco, tocaba con un pie el hit hat, el otro pie en el bombo, la guitarra y la armónica, una especie de niño orquesta. Él me decía siempre: “El artista lo que puede sacar para afuera es lo que tiene adentro y eso lo hace único, distinto. Lo que hay que hacer es guiarse por lo que sentís y sacar eso más allá de las modas”. Eso es lo que les digo a los músicos jóvenes cuando me encuentro con alguno: “Tocá lo que sientas, no importa lo que sea, lo importante es que sea sincero”.

Te he escuchado citar a Charly Parker, con su “ahora es el momento”. Y me hizo acordar mucho a Eduardo Mateo, que solía decir “hay que ir” a donde la música te lleve.

Cuando la música te lleva es el mejor momento. Te quiero contar una anécdota. La primera vez que fui a Uruguay fue con el Loco Prendez, un baterista que fue uno de los primeros en llevar las cosas de los tambores a la batería, muy amigo de Osvaldo, era una bendición ir a Uruguay con él. La primera escena que te puedo contar es estar en un lugar con el Loco Prendez de un lado, Mateo del otro y estaba cantando el Canario Luna, o sea, más en Uruguay no podía estar. Y Mateo me dice: “Eh, bo, la música electrónica no va”. Y le pregunto por qué y me dice: “Porque si te cortan la luz, no podés tocar más”. Es muy difícil explicar con palabras lo que fue tenerlo ahí al lado. Para mí y para muchos era un genio, hay un antes y un después de Mateo. Por eso es tan importante para mí la fluidez, que salga de adentro.

Alguna vez toqué con un guitarrista que tocaba con Michael Bland, baterista de Prince, cuando grabé el disco Salinas; fuimos a un boliche y estaban tocando Ricky y Paul Peterson, apareció el violero, que era chiquitito, subió al escenario y empezó a tocar a lo [Wes] Montgomery, después apretó un pedal y tocaba medio blusero y cantaba, y después apretó otro y se fue al rock y se cantaba y tocaba toda la cultura esa. Yo tenía la misma edad que el tipo; cuando se bajó le dije que había quedado impresionado con la fluidez y me dijo: “Yo escucho a todos, pero intento ser yo mismo, porque es más fácil ser uno que ser otro”. Eso es lo que tenían entre otras cosas Mateo o Spinetta. Tipos muy originales. Y quedaron en la historia por eso también. Lo primero que le dije a mi hijo Juan fue: “Vos sentí tus notas, escuchá a tus compañeros y disfrutá, no tenés nada que demostrar”. Hay que conectar con los músicos, con la gente y tratar de llegar al estado donde la madre música nos visita y viene la inspiración, ahí es cuando la música te lleva, eso es lo más hermoso.

Prácticamente es un dúo el que tenés con Juan. A veces al escucharlos no se sabe cuándo empieza uno y cuándo el otro.

Para mí es un regalo de Dios. Cuando Juan empezó tocaba la percusión, tocaba el cajón y tocaba un poquito el piano. La guitarra la tocaba y cuando se veía en algún problema la dejaba. Yo lo observaba y pensaba: “Por ahí no va ser violero porque le falta esa rebeldía de cuando algo no te sale vas ahí de nuevo”. Nunca le decía lo que tenía que hacer, veía lo que hacía y lo apoyaba. Entonces un día empezó a agarrar la viola más y vamos a ver a BB King, la última vez que vino al Luna Park. Un mes después tocó Jeff Beck, en el Luna Park también, para mí uno de los guitarristas más grandes de la historia del rock. Verlo ahí, estuvimos con él, le regaló una púa. El hecho es que Juan después ya empezó a no largar la guitarra. Me acuerdo un día en la mañana que seguía y le digo: “Bueno, Juan, hay que parar que hay que ir al colegio”. Me miró como diciendo “vos no sos el más indicado para decirme que pare de tocar”.

Me llama mucho la atención la forma en que usás la mano derecha, la forma de pulsar las cuerdas con los dedos, incluso cuando tocás con guitarra eléctrica.

Primero tocaba con púa, cuando era chico, porque yo tenía guitarra española y había que darle con la púa para que llenara en algunos lugares. No sé si sabrás que mi primera guitarra me la pude comprar recién a los 27 años, tocando en El Papagayo. Hasta ahí tocaba con violas prestadas y fue buenísimo, porque yo sabía que había que tratar de sacarle buen sonido a cualquier viola que me dieran, entonces le buscaba la vuelta para que suene. Atahualpa Yupanqui decía: “Si la guitarra suena mal, no es culpa de la guitarra”. Empecé con la púa y me acuerdo que un día tocando con un grupo se me cayó y tuve que tocar como venía, con el dedo gordo. Me salió, me gustó lo que sentí cuando toqué y empecé a ir para ese lado, como una cosa de Dios que te dice “es por acá”. Fui dejando cada vez más de lado la púa, la usaba a veces si quería tocar cosas rápidas, hasta que traté de emparejar la velocidad que tenía con la púa con la mano derecha. Una vez le dije a Tomatito que admiraba la mano derecha de los gitanos y él me respondió: “Ya tienes tú tu mano izquierda”. Porque yo siempre tuve cierta facilidad con la mano izquierda, que no estaba igual que la derecha y es lo que trabajé y sigo trabajando. La guitarra es una cosa que no tiene fin. El gran Paco de Lucía no paraba de estudiar, yo no escuché a nadie tocar la guitarra española como él y era un tipo que seguía trabajando hasta que se fue. Una vez estaba tocando con mi hija chica, tenía siete años, y me dice: “Papá, tocar la guitarra es como cantar con las manos”. Me pareció maravilloso.

¿En algún momento no estás tocando?

Tengo las violas fuera del estuche, varias, en distintos lugares de la casa, y cuando siento toco. Me gusta más tocar que cantar y cuando canto me gusta cantar algún tango, alguna zamba, un bolero. Yo primero toco la viola, si voy a una reunión y veo una guitarra, primero agarro la viola y después por ahí me canto algo. Alguna vez canté sin la guitarra en la mano y no sabía qué hacer. Siempre lo digo, si tengo una cita de cualquier tipo y agarro la guitarra, seguro que llego tarde. Mi relación con la música y la guitarra es así, como si tuviera un dedo más, forma parte de mí.

Luis Salinas. Junto a Martín Ibarburu, Juan Salinas y músicos invitados. Viernes 23 de setiembre a las 21.00. La Trastienda. Entradas en venta en Abitab.