La correctora de estilo y tatuadora Camila Guillot aprovechó las posibilidades de las slacker movies en una especie de volatilización juvenil de los momentos de ocio. Música, dealers, mensajes, santuarios del escape, accidentes, desgastes, sexo, keta, pasti, faso, raya, trago, absenta, cerveza, nimiedades del apronte, encuentros espontáneos, atracciones esporádicas, bailes y fiestas que parecen no terminar desgranan el automatismo del consumo y la construcción de las relaciones en la juventud. Esto explica, aunque sólo en parte, el empático gesto cultural que ha provocado una inusual identificación de sus lectores.

Carla, una veinteañera que transita por un intenso y arrítmico estado de transformación, se esfuerza por trasponer la voz de la existencia al devenir del trance contra el desgano y el aburrimiento. En eso, y en la dinámica de su grupo, está una de las claves de la novela.

Mientras tanto, el relieve muestra las intermitentes marcas de los nuevos medios y un importante salteado de referencias a la cultura circundante. Aparecen Dani Umpi, Siddhartha, Bukowsky, un Copsa roto, McDonald’s, el Clash, Caín, marcas de ropa y calzado, tecnología en emancipación, MSN, Facebook, Skype. Por otra parte, los DJ, los pintas, los chetos, el Gordo Droga y otros variados personajes terminan representando tipos de los grupos y clases sociales en una ensimismada ceremonia de coincidencias. El humor y el sarcasmo continuo están integrados, el lirismo del ambiente es la música y la afinidad; la ironía, el trance, la alegría y el detonado momento del consumo hacen a la aventura de la fiesta.

Sin embargo, apenas se destilan ciertos puntos de la lateralidad escenográfica, la novela comienza a destapar algunas ironías. De una biblioteca militar en la que trabaja la protagonista surge el libro Flash (1971), de Charles Duchaissois, el Marco Polo de las drogas; Dead Menems, el sugerente nombre de un grupo de cumbia experimental encontrado en Youtube, termina dando título al episodio “Ahí viene el Gordo Droga”; la paradójica escena de una pandemia que vacía las calles es producto del cuelgue de un faso mañanero, y una filtración política se puede volver un espeso lapsus, como en “mi amigo se va y me deja tirada en este desierto progresista que nos regaló la poscrisis”.

Pero quizá lo más llamativo sea que la fuerza performativa de este código de festejos contiene, aun sin quererlo, la música de la conciencia. La autora sabe que, junto con la multiplicación de los momentos de automatismo vital, puede ir despachando algunos enemigos íntimos. Y aquí la historia se vuelve doblemente interesante. Las provocativas tachaduras de palabras y partes de frases se convierten, de pronto, en un notable efecto que amplifica y retrae múltiples estados. Podemos ver el arrepentimiento, el dolor borrado, la corrección, el humor, la autocensura y los diversos matices de la conciencia de la protagonista. Así la pérdida, el suicidio de un amigo, el dolor, las rupturas familiares que parecen desdramatizarse o esquematizarse constantemente a favor del devenir se consolidan como un segundo plano que hace fuerza por desvanecerse.

La disección superficial que parece haber surgido ante nosotros está diluida de tal forma que parece no haber mucho material para abrir los ojos. Pero la novela no sólo explicita el tiempo libre, la dormidera y los velados destellos de lucidez en el grupo de amigos: también logra replegar con inteligencia el territorio crítico al tráfico naturalizado de la narración.

El capítulo final, “Ácido un gusto”, subraya la ironía de las despedidas, los finales, el cambio de rumbo. Si quisiera pensarse en una escena en la que las circunstancias hablen más que los consejos y las tragedias, esta sería representada por la intermitente resistencia de la anécdota a padecer su propia historia.

Todo ello al interior de la novela. La obra puede estallar referencialmente y, en simultáneo, deslizar la presencia de ciertos límites velados. Mostrar la soledad en los vínculos y apilar maquinaria sensible entre las grietas profundas de la demencia cotidiana.

Ha sido un gusto. De Camila Guillot. Montevideo, Pez en el Hielo, 2021, 182 páginas.