Hace muchos años, no importa cuántos, uno de mis primos mayores llegó con un casete, que era la forma acostumbrada de llevar música y otros sonidos de aquí para allá. En un costado tenía escrito Tarufetti y al colocarlo en un pasacasete pudimos escuchar una sucesión de bromas telefónicas en las que un argentino, de voz muy graciosa, hacía enojar a sus interlocutores e intercambiaba toda clase de insultos. Por supuesto que en aquella época lo que más gracia me causaba eran los insultos. Igual que ahora.

Pasaron los años y la fama de este hombre creció. Se lo conoció internacionalmente como el Doctor Tangalanga, se publicaron libros con las transcripciones de sus llamadas, y ocurrió algo extraño para alguien que dedicó gran parte de su vida a putearse gratuitamente con desconocidos: se volvió un tipo muy querible. Tangalanga se presentó en teatros donde hacía llamados en público hasta entrados sus noventa años (falleció en 2013, con 97) y se volvió una figura de culto, también gracias a que las nuevas tecnologías hicieron mucho más sencillo el acto de compartir su material.

Este jueves se estrena El método Tangalanga, una película argentina que no pretende contar la historia real de Julio Victorio de Rissio, sino que toma algunos elementos puntuales de su vida para imaginar una comedia muy graciosa, en la que el bromista telefónico es una suerte de increíble Hulk. Una película en donde la fortaleza de cada una de las partes tiene como resultado un entretenimiento muy recomendable, con corazón y también (como corresponde) con una letanía de insultos que provocó en mí las mayores risas.

Martín Piroyansky es quien encarna a Jorge Rissi, y nótese cómo las libertades comienzan desde el nombre del protagonista. Aquí no hay pretensiones biográficas. Al comienzo de la historia, él es nuestro Clark Kent, si se me permite una última comparación superheroica. Pero si el periodista del diario El Planeta era tímido y torpe como parte de un acto de camuflaje de su identidad secreta de Superman, aquí lo que ves es lo que hay. Rissi es un pobre empleado de una fábrica de jabones, que cada vez que tiene que hablar en público se convierte en una máquina de tartamudear, en el mejor de los casos.

Todo cambiará cuando las circunstancias lo pongan delante de un excéntrico hipnotizador, interpretado por Silvio Soldán, que le dará la llave para transformarse en alguien capaz de cagar a puteadas (con perdón de la expresión, pero es que corresponde) a quien tenga al lado. Siempre y cuando, y aquí se juega gran parte del film, se den las circunstancias adecuadas. Por ejemplo, levantar el tubo del teléfono.

Aclaro por las dudas, lejos está El método Tangalanga de las creaciones de DC Comics o Marvel, pero es divertido encontrar semejanzas entre lo que le ocurre a Rissi y lo que le ocurrió a Bruce Banner cuando fue alcanzado por la explosión de una bomba de rayos gamma y ganó la capacidad de convertirse en una gigantesca bestia verde. Nuestro vendedor de jabones también tendrá que aprender a lidiar con ese monstruo difícil de controlar y que puede aparecer, aunque no lo desee. Sobre todo cuando sus arrebatos cancheros vuelvan loco al jefe (Luis Machín) y corra el riesgo de perder el empleo.

La motivación para realizar bromas telefónicas está inspirada en lo que ocurrió en el mundo real. Aquí también hay un amigo convaleciente (Alan Sabbagh, canalizado por el actor uruguayo Néstor Guzzini) que disfruta de las grabaciones. De hecho, gran parte de la historia gira alrededor de la clínica en la que Sixto está internado, donde nuestro protagonista conoce a una recepcionista llamada Clara. Este personaje encarnado por Julieta Zylberberg no se limita a ser un simple interés romántico, sino que tiene su arco secundario de emancipación, mientras decide si quiere seguir siendo amante de su jefe, un villanesco Rafael Ferro. Articulando las diferentes subtramas también está un enfermero interpretado por Luis Rubio.

Así se irán mezclando los esperables idas y vueltas, incluyendo ese momento en donde todo lo que podría salir mal sale mal, y no es más que la anticipación del regreso con gloria para los últimos minutos. Que la película atraviese esos estadios tan tradicionales es coherente con el resto de las decisiones creativas del director Mateo Bendesky, que ambienta estas aventuras en una soñada Buenos Aires de 1962, casi levantada de alguna comedia filmada en esa misma época. La paleta de colores, los vestuarios y la escenografía se combinan para transportarnos a esa idea de pasado (o ese pasado ideal), con un elenco en el que no hay un solo elemento disonante. Ni siquiera cuando deben intercalar expresiones vintage en los diálogos.

Que en algunos momentos puntuales utilicen audios originales de Tangalanga solamente contribuye a que al salir del cine uno busque en Internet los mejores éxitos de este buen hombre y se divierta un rato escuchando a personas mayores que deberían lavarse la boca con jabón. Qué lo parió.

El método Tangalanga. Dirigida por Mateo Bendesky. Argentina, 2023. 97 minutos. En salas de cine.