Gina Lollobrigida, Lollo, estrella del cine italiano que se convirtió en diva mundial, murió este lunes a los 95 años en una clínica de Roma, según confirmaron agencias internacionales. Había nacido en 1927 en Subiaco, un pequeño pueblo a 50 kilómetros de la capital italiana.

Después de una infancia y adolescencia marcadas por la Segunda Guerra Mundial, con la casa familiar destruida como consecuencia del conflicto, se instaló en Roma y estudió escritura y dibujo en la Academia di Bella Arti, aunque para poder pagarse los estudios y ayudar a la economía doméstica tuvo que empezar a trabajar como extra en películas.

Su participación en Águila negra (1946) llamó la atención de los productores, que le ofrecieron un papel protagónico. Lollobrigida exigió un millón de liras esperando que le dijeran que no, pero la propuesta fue aceptada y así dio verdadero inicio una carrera que la tendría trabajando en los famosos estudios Cinecittà y convirtiéndose en ícono del glamour de la Italia de posguerra.

El siguiente en descubrir su talento fue el empresario multimillonario Howard Hughes, quien le ofreció viajar a Hollywood junto con su esposo. Al llegar al aeropuerto, sin embargo, se encontró con que había un solo pasaje de avión. Una vez en Estados Unidos pasó dos meses y medio alojada en un hotel de lujo propiedad de Hughes, pero fue una de las pocas que resistieron a sus caprichos y volvió a Italia sin siquiera haberse sacado fotografías con él. “Las mujeres no tienen una vida sencilla, porque los hombres siempre tratan de dominar las situaciones, incluso en el arte”, diría mucho después, en un discurso de 2016.

De regreso a Europa recibió una nominación al Bafta por su papel en Pan, amor y fantasía (1953) junto a Vittorio De Sica. En 1956 fue Esmeralda en El jorobado de Notre Dame, con Anthony Quinn en el rol epónimo. La explosión de su carrera le permitió negociar en mejores condiciones en Hollywood, tal como contó en una entrevista a Vanity Fair: “Llegó un punto en el que mi contrato, además del 10% de los ingresos brutos, incluía la aprobación del coprotagonista, el director y el guion”.

Una de sus apariciones más famosas en la meca del cine fue como Lola en Trapecio (1956), de Carol Reed. Su personaje era una equilibrista que protagoniza un triángulo amoroso con Burt Lancaster y Tony Curtis, y para llevarlo a escena entrenó durante seis meses en un trapecio en su casa con el objetivo de hacer ella misma la mayoría de las acrobacias. En 1959 se mudó a California. Compartió escenas con Frank Sinatra, Sean Connery, Steve McQueen y Rock Hudson, entre otras estrellas de Hollywood, y recibió un Globo de Oro por su papel en Cuando llegue setiembre (1961).

Sus personajes solían ser mujeres fuertes que aprovechaban sus atributos para manipular a las personas, aunque llevó adelante un amplio espectro de papeles y siempre rechazó ser subestimada por su belleza. En 2001 el periodista y escritor Alain Elkann le preguntó cómo era ser una gran diva. “Nunca me acostumbré al éxito”, dijo. “El éxito me da vergüenza y me molesta que me miren. Nunca busqué publicidad. Tuve demasiada exposición. Salí en 7.000 portadas de revistas y jamás pagué por una nota. Es todo un récord. Nunca tuve un publicista. Los estadounidenses no lo podían creer”.

“Cuando iba a hacer una película, llevaba a mi esposo, mi hijo, mi niñera, mi costurera, mi peluquera y mi ‘dama de compañía’, una condesa francesa que me ayudaba a perfeccionar los idiomas. Y también me enviaban mis Rolls-Royce por avión, aunque me proporcionaban un chofer. Entonces, aparecía como una estrella y mis películas recaudaban cifras récord. Nunca acepté una película sólo porque sí. La calidad siempre era importante”.

Durante su carrera como actriz, aprovechó el tiempo compartido con directores y directores de fotografía para crecer ella misma como fotógrafa. Llegó a retratar a figuras como Salvador Dalí y Henry Kissinger, y esas habilidades le permitieron asegurar una entrevista exclusiva con Fidel Castro, que terminó en el corto documental Ritratto di Fidel (1972), que ella produjo, guionó y dirigió. También tuvo una destacada carrera como escultora.

Se retiró de la actuación en 1997 y dos años más tarde intentó, sin éxito, lograr un escaño en el Parlamento Europeo, poniendo de manifiesto un activismo que la llevó, en 2013, a vender su colección de joyas y donar la totalidad de los cinco millones de dólares obtenidos a la investigación con células madre.

Sus últimos años fueron, quizás, los más escandalosos, especialmente cuando acusó a su expareja Javier Rigau y Rafols de fraude. El hombre, 34 años menor que ella, había afirmado que estaban legalmente casados cuando no era cierto. La influencia que los hombres jóvenes tenían sobre Lollo llevó a su hijo a pedir una intervención legal para tomar el control de su fortuna, pero la Justicia denegó el pedido.