Veo en Twitter varios posteos entusiastas (a lo mejor es el mismo cien veces replicado y modificado, tampoco soy muy atento a los detalles de estas cosas) sobre el buen año que resultó 2022 para el cine de terror. Mi percepción general es exactamente la opuesta, extensiva a la década y a lo que va del siglo, pero siempre estoy abierto a reconocer que me equivoco, y que lo perimido no es el género o el gusto popular sino mi reblandecido criterio.
Reviso las listas de obras maestras que según esta gente se estrenaron el año pasado. Muchas ni me molesté en verlas, algunas me parecen medianamente aceptables, otras son porquerías lisas y llanas. Crece en mí la sospecha de que a la gran mayoría de quienes compilan y promocionan estas listas, si se les apretara el ombligo, les saldría leche materna por la nariz, pero mi condición de viejo choto asumido vuelve mi desconfianza un tema de prejuicio generacional y no un argumento de recibo. En todas las listas aparecen porquerías como las películas de Jordan Peele, una persona a la que debería prohibírsele la proximidad a todos los gallineros del mundo y la posesión de bolsas de arpillera. También figura siempre la última de Halloween (título original: Halloween Ends, a lo que habría que agregarle “para alivio de todos”), que en un alarde de creatividad devela la receta definitiva para terminar con Michael Myers: no decapitarlo, ahogarlo ni prenderle fuego sino (spoiler) convertirlo en carne picada. Santo remedio.
Las listas aseguran que fue un año repleto de novedades, e incluyen producciones como Pearl (una precuela) o Barbarian (incesto multigeneracional que produce deformidades y locura, algo que ya vi en un capítulo de Los archivos X en los 90) o Men (Alex Garland subiéndose con alegría a la bañadera de directores que se consideran más inteligentes que su despreciable público, también conocida como la Nolaneta). También en todas las listas aparece Terrifier 2, obvia secuela de alguna Terrifier original para mí ignota. Trata sobre un payaso asesino sobrenatural. No, no es ese, otro. No, ese tampoco, otro. No, esos tampoco, esos venían del espacio, es otro. No, otro. Tampoco ese, este es otro. Se llama Art.
Hay comentarios en abundancia sobre lo impactante que es, y cómo en los cines se desmayó gente, otra salió a vomitar o tuvieron que llamar una ambulancia para algún impresionable, sin duda descendiente de una feble línea genética cuyos antecesores ya se descomponían en los 60 viendo películas de Hitchcock. Revulsiva, dicen. Renovadora, dicen. Bueno, habrá que verla. Prejuicios me sobran, así que si estos en particular resultan felizmente rebatidos, tengo un amplio surtido para reemplazarlos.
La vi.
Momento de un profundo, derrotado y amargo suspiro de cansancio.
Un gore propio
La cosa va de Art el payaso, al que aparentemente matan en Terrifier la original y reviven al comienzo de la 2, por arte de birlibirloque sobrenatural. Art empieza a matar gente y… bueno, básicamente es todo. Art mata gente de maneras sumamente sangrientas y a veces (hay que reconocerlo) creativas, mata más gente, se pone más creativo, hay un esforzado despliegue de sangre y partes corporales aisladas, de fondo se desarrolla algo similar a una historia pero que no termina de cuajar, en fin, lo de siempre: entidades sobrenaturales, comadrejas muertas, parque abandonado, resurrecciones a destajo, confusión general. Al final (spoiler) Art es decapitado, pero como se comete el terrible error de no picarlo como para relleno de chorizo es muy factible que a futuro tengamos una revulsiva y renovadora Terrifier 3.
La misma película splatter, gore o slayer de siempre. Desde los 70 es exactamente la misma fórmula, y con las décadas lo único que va variando es el progreso técnico, que permite que las escenas sangrientas sean más impresionantes, para perjuicio de esa pobre línea genética de gente impresionable que termina en una ambulancia en la puerta del cine. Fuera de eso, el mismo perro con diferente collar y mantita de abrigo.
No es ocioso que al género se le llame gore porn (o porn gore, no estoy muy seguro), porque tanto el porno como el gore comparten muchas similitudes. Ambos géneros comenzaron más o menos en la misma época, y ambos sobreviven gracias a un ingenio bastante malsano que les permite presentar una y otra vez como variantes novedosas lo que en realidad es la exangüe repetición de las mismas coreografías viejas y conocidas. Un triste desfile de shock values reciclados y repintados para que parezcan nuevos, que se benefician por la constante renovación de un público convencido de que “su” gore es mejor que el viejo gore al que ya vienen acostumbrados casi desde la cuna.
En definitiva, la cosa es muy sencilla: si a usted le agrada ver mutilaciones, baños de ácido y partos de cabezas de payasos, bueno, véala, tal como vio y disfrutó Saw o el porn gore (o gore porn) que lo haya entusiasmado con el género. ¿No es lo suyo? Ni se moleste, no hay nada en Terrifier 2 cinematográficamente valioso. Sepa, eso sí, que no es bajo ningún concepto cine de terror. No pretende asustar a nadie, sino impresionarlo. Hacerle vomitar el Lactolate y las galletitas de su merienda. Que termine en una ambulancia.
Y sí, lo asumo: esos, como dije, son mis prejuicios, y si no le gustan tengo otros.
Terrifier 2: el payaso siniestro, dirigida por Damien Leone. En salas desde este jueves.