Al igual que su madre y su marido, Norma es una persona horrible. Apenas puede llorar cuando Rosita, su empleada, le avisa de su sorpresiva partida, tras la oportunidad de un mejor trabajo “con cama adentro”.
El director Santiago Giralt (conocido por el efectivo experimento de su saga Upa!) y la actriz y coguionista del film Mercedes Morán invitan al espectador a mirar por los ojos de esta mujer sola, habitante de un lugar improbable (Las Tucas) mientras se mueve en el espacio y el tiempo, visita a su hija, hace compras, coquetea con un posible redescubrir y se olvida entre el vacío y algún tipo de esperanza.
Norma, producción argentina, uruguaya y chilena, fue filmada en locaciones de Alta Gracia, Córdoba Capital y en Montevideo. A primera vista, lo agradable que sugieren los colores pasteles aplicados a cada cuadro, contagia de buen espíritu, y no sabemos si se trata de una comedia o una típica pieza de cine -o televisión- costumbrista de corte porteño.
La fotografía de Guillermo Saposnik y la elección de planos poco naturalistas podrían recordar a algunas de las nuevas vertientes cinematográficas de moda, pero con el pasar de los minutos, sabremos que detrás hay una intención menos antojadiza y más noble. Una radio prendida inclina la balanza hacia las sospechas. El sonido distorsionado en segundo plano cuenta de un robo a una tienda de ropas, mientras la acción transcurre ajena al relato noticioso. Alejandro Awada es Gustavo, un hombre rigidizado que puede hablar con su mujer protocolarmente y que se permite algo de brillo en eventos sociales de gente amiga. Las armas y las grandes cantidades de dinero sobrevuelan el paisaje como fantasmas, igual que la amenazante marginalidad. La realidad queda guardada en el parlante de un radiorreceptor, en el fondo de un frigorífico clandestino, o tapada bajo pelucas, flores, adornos y pintura.
Norma no es una comedia, ni una tragicomedia, ni ninguna de otras posibles variantes o mezclas de nuevos subgéneros. Es otra cosa a la que da miedo acercarse; es, en su forma más inofensiva, un sueño pesadísimo y agobiante en el que su protagonista sufre menos que sus víctimas de turno.
La uruguaya Mirella Pascual interpreta a Beba, la hermana de la protagonista, en una lograda escena de velorio, y Elizabeth Vernaci es una vieja compañera de escuela maltratada convertida en oficial de policía. Por su parte, Mercedes Morán hace un gran trabajo como Norma, una usuaria de psicofármacos, marihuana y terapias alternativas, consciente de que su conflicto se resuelve tan rápido como el de una transacción de compraventa con herramientas digitales.
El film engaña en más de un sentido. Allí donde corresponde, ubica uno o dos atisbos de giros argumentales para que se los coma la vida cotidiana como si nada. El jardinero (Marco Antonio Caponi), la psicóloga de turno (Lorena Vega) y el dealer apenas pueden acercarse a su deambular de ensoñación, y quedan fuera del final feliz.
Mientras tanto, sucede una película como se espera que sea una película para el gran mercado de las plataformas digitales (próximamente estará en Netflix), hecha con pinceladas artificiales de comedia y una trama sencilla de caras conocidas, pero el ritmo es otro: no hay diálogos acelerados, ni personajes simpáticos, no hay sobrenombres que resuenen de dialectos o lunfardos barriales, ni ninguna referencia amorosa. Todo se cae, solo un poco, lentamente, sin que nadie salga herido.
Norma, de Santiago Giralt. 93 minutos. En salas de cine.