Doce años pasaron del estreno de Reus a su inesperada secuela, y en ellos no sólo cambió el escenario cinematográfico nacional, sino también la realidad uruguaya que se intentaba llevar a la pantalla.

Antes de la explosión de las plataformas, aquella película era un caso curioso, ya que pretendía emular las convenciones del cine hollywoodense sin intentar difuminar ciertos rasgos barriales específicos. La idea era, justamente, apelar a lo más rentable de las dos sensibilidades: un hambre por ver películas más parecidas a las que comúnmente se ven en la tele y, a la vez, tocar una fibra identificatoria de lo uruguayo.

El Uruguay de 2023 tal vez no sea cualitativamente diferente al de 2011, pero sí lo es en el dramático grado en que se intensificaron algunos de los aspectos que se señalan en la primera Reus. Por un lado, el avance metastásico de la venta y consumo de pasta base terminó comiéndose gran parte del territorio montevideano (y redefiniendo su criminalidad), ya sin circunscribir su área de influencia a barrios específicos. Por otro lado, el tráfico de estupefacientes se alejó del narcomenudeo criollo y se asemejó al de las realidades hiperorganizadas de los peores cárteles de América Latina.

Así, en la Reus de 2011 el Tano parecía un pesado del barrio, mientras que en 2023 se ve apenas como un pequeñísimo emprendedor independiente en comparación con las sanguinarias narcobandas poseedoras de contactos tanto en agrupaciones internacionales como en la Torre Ejecutiva.

Realidad polarizada

Los directores de Reus, la vuelta al barrio, Luis Antonio Pereira y Eduardo Piñeiro, se animaron a relanzar la saga recurriendo a muchos de los actores de la primera entrega, con lo que apelaron a una suerte de continuidad que ahonda en su mitología. El efecto del paso del tiempo está, sin embargo, más cerca de las marcas de arrugas –y recreación de IA post mortem– que uno detecta en la saga de Rápido y furioso que de un enfoque ficcional semisociológico.

El Negro (Luis Alberto Acosta, por lejos el actor con más presencia en el film) sale de la cana y vuelve al barrio, donde se reencuentra con Esmeralda (Marina Glezer), quien está al borde del colapso entre las dificultades de criar a Maykol (Gabriel Villanueva) y aplacar los intentos de Don Elías (Walter Echandy) de desalojarla del conventillo donde viven desde hace décadas. Es decir, todo bastante parecido a donde había terminado la primera, sólo que con los dos protagonistas, Maykol por un lado y Leonardo (Diego Zalovich) por otro (púberes en la primera, jóvenes adultos en esta secuela), como representantes simbólicos de los dos bandos del conflicto.

Lo que más se pierde en esta secuela es justamente el balance entre ambas facciones. En la primera Elías era (hasta el desenlace final) un codicioso empresario que mal que bien se estaba comiendo un garrón, y el Tano, más allá de su carisma y cariño familiar, era mucho más turbio que el robinhoodesco Negro de ahora. En esta secuela, por lo pronto, Elías es un personaje mucho más mezquino y cercano a un villano, dejándole a Leonardo la voz moral de su bando.

Toda esta polarización notoria podría aun así funcionar si no fuese por notorios problemas de escritura y dirección. Parecería que se quiso poner un enfrentamiento, una resolución y un aprendizaje en cada escena y por eso todo se da en una suerte de reacción en cadena de ataques y contraataques, acciones y reacciones, donde no hay un segundo de respiro. Ejemplo: en el instante mismo en que el Negro sale de la cárcel, se sube al auto de su fiel amigo y lo primero que hace es abrir la guantera y blandir alegremente un revólver (todo esto en la puerta misma de la cárcel, aún sin poner el motor en marcha); ya en ese mismo trayecto van a tomar una cerveza a un bar amigo y a los dos segundos de entrar viene un chorro armado con una escopeta y luego de un amedrentamiento psicológico el Negro lo desarma, lo deja rajar y el dueño del bar le ofrece trabajo.

Todo, absolutamente todo en esta secuela de Reus, se da en una concatenación apurada donde no hay espacio para respirar ni para que los personajes simplemente sean, en lugar de estar permanentemente reaccionando a situaciones unidas de forma exclusiva a la necesidad de que la trama continúe.

El ejemplo más ilustrativo de cómo esto no es sólo un problema de guion sino también de dirección es el de Esmeralda. En cada escena –me atrevería a decir en cada plano– la pobre alterna entre un momento de euforia, otro de desolación y otro de resolución (el encadenamiento puede variar, pero el orden de los factores no altera el producto). Sería fácil echarle en cara a la actriz Marina Glezer la incómoda incongruencia de sus estados de ánimo, pero parece mucho más un problema de dirección, en el que al no saber cómo resolver lo que se quiere decir por otros medios se intenta recurrir a un estilo exageradamente expositivo a través de su emocionalidad.

Nadie está pidiendo que Reus sea The Wire (ni siquiera se le pide que sea El marginal), pero hay una ansiedad de decir tanto, de no dejar nada abierto y resolver absolutamente cada escena, que termina por hacer ver a la película como una serie de cinco temporadas compactada hasta su deformación en una hora y media.

Borrar la realidad con el codo

Esta exageración expositiva incluso daña los convencionalismos locales que intentaría proteger el film. Un ejemplo es el asunto de las remeras a consignación que un feriante no le da a la familia de Maykol. En la escena tenemos a Esmeralda, cuyo llanto por no poder llegar a fin de mes súbitamente se interrumpe por otro llanto de alegría al reencontrarse con el Negro, para luego de una mínima puesta a punto estar de nuevo al borde de las lágrimas al contarle sus dificultades con el proveedor, tras lo cual el Negro sentencia “no se diga más” y va a apretar al tipo; al día siguiente el Negro cae con una bolsa con no más de 20 camisetas de fútbol y cuando se las muestra a Esmeralda (que en esta ocasión está hundida en la más profunda depresión por haber recibido la orden de desalojo) llama a su hijo y casi llorando de alegría le dice que vendiendo esos productos al fin van a poder comprar los audífonos que tanto necesita.

Todas estas escenas se dan como un tratamiento de guion sin tejido conectivo: acciones y afectos sucesivos, sólo alternándose para querer decir o explicarnos algo y que siga la trama. Así, los gestos aluden a algo que los directores quieren decir, pero no a algo que los personajes necesariamente harían (por ejemplo, en el mismo momento de recibir las camisetas, la madre le dice a Maykol que ahora hay que trabajar y lo pone a doblar camisetas, pero uno se da cuenta de que ese gesto ahí, en ese momento, sólo tiene la función de subrayado de la acción en el film, no como acto en sí mismo –no hay ninguna urgencia de doblar 20 camisetas esa misma noche–). Aun señalado esto, el mayor problema de todo es, sin embargo, lo incongruente de creer que con 20 camisetas (vendidas al baratísimo precio de 100 pesos) realmente pueda cambiar (al menos de forma tan efusiva y radical) la vida económica de Esmeralda y compañía.

Esa alternancia de convenciones tiene más que ver con necesidades de mantener la narrativa andando que con la realidad de su entorno o de sus personajes. No es perdonable en ninguna película, pero mucho menos en una que intenta captar el sentir de un barrio.

En los papeles, Reus no es para nada una mala idea, e incluso podría haber sido un producto mucho más vendible como serie, una que por fin pudiese aunar otro tipo de espectadores a la cinematografía local. Sin embargo, aun con estos errores y excesos, su pecado es, paradójicamente, no ser lo suficientemente excesiva.

No es tan austera como para hacer de su rusticidad un elemento de deconstrucción del género o al menos una marca de estilo (como puede ser el cine de José Campusano), no es tan extrema como para volverse una especie de visión enloquecida y libre de lo que podría ser un policial (como pasa en muchas películas de Bollywood o Nigeria), y tampoco es tan mala como para volverse un producto bizarro de culto.

Reus, la vuelta al barrio. 90 minutos. En Cinemateca, Life Cultural Alfabeta, Movie Montevideo y Movie Nuevocentro.