En la mayoría de las narraciones para adultos, parte del atractivo sutil recae en cómo se dosifica la información: quién ignora cuánto, cuándo se entera de qué. Esa tensión se suele resolver hacia el fin del relato –en realidad, es el final–, y la aversión al spoiler es la manifestación popular de un fenómeno comparable a una carrera por saber. No sólo los personajes la corren, sino también las audiencias: la famosa taxonomía de lo que conoce el narrador (“omnisciente”, etcétera) es una manera de deducir por dónde andan lectores o espectadores en esa competencia cognitiva.
En las historias de Sam Esmail, esa carrera es un caos; captamos que pasan cosas importantes, pero no llegamos a comprenderlas bien. Dejar el mundo atrás, su última película, lleva al extremo las premisas de la novela Leave the World Behind, de Ruuman Alam. Sus protagonistas son dos familias estadounidenses que, desde un lugar apartado pero no del todo lejano a la metrópolis, atraviesan la caída de comunicaciones, sistemas de navegación, provisión de energía. Lo que al principio podrían parecer fallas normales, como un apagón, se va revelando como parte de algo mayor. Tal vez se trate de un ataque militar no convencional, que incluye bombas de sonido, posibles armas biológicas y, sobre el final, destrucción explosiva.
Hasta ahí, la historia macro. Pero lo que diferencia a Esmail de otros creadores de ficción apocalíptica al estilo de la serie Black Mirror es la atención a las interacciones humanas. Las familias que confluyen en la lujosa casa de balneario de esta película están atravesadas no sólo por la natural desconfianza entre extraños, sino por conflictos raciales y también de clase (en un momento deben pedir ayuda a un survaivalista rural, de esos que están siempre preparados para defenderse de todo). Pequeños detalles, dentro de lo que permite la duración de un largometraje, los separan lo suficiente de los estereotipos (“mamá sobreprotectora”, “afroamericano intelectual”, “papá pelotudo”, “adolescentes egoístas”).
Hay una imagen espectacular, elegida para el tráiler, de un barco petrolero encallando entre bañistas playeros, pero es otra secuencia la que condensa la confusión que experimentan todos ellos. Tras un primer tercio casi teatral (ocurre a puertas cerradas), Ethan Hawke, el “padre progresista”, decide salir en camioneta hacia el pueblito cercano para tratar de averiguar qué carajo está pasando, pero se pierde y luego es aterrorizado por un dron que rocía un material de color rojo. Pisa el acelerador, se mete campo traviesa, pero no logra escapar de la fumigación. Descubre entonces que lo que lo ha alcanzado no es un químico, sino millares de panfletos que, además, están en árabe.
Esta atmósfera de incertidumbre y alerta permanente dominaba las cuatro temporadas de Mr Robot, que Esmail escribió y dirigió entre 2015 y 2019. Mezcla de El club de la pelea y Neuromante (la novela fundadora del ciberpunk), la serie nos presentaba un conflicto por el control del sistema financiero global desde el punto de vista de un hacker brillante y con problemas graves de salud mental. Inestable, fantasioso, el protagonista de Mr Robot era, a pesar de todo, nuestra ancla en una historia que involucraba grupos de poder tan extravagantes como verosímiles (para dar una idea, digamos que tanto Donald Trump como Vladimir Putin eran peones de mafias paraestatales).
En Dejar el mundo atrás, en cambio, no tenemos guía ni hay “malvados” a la vista. Los personajes tratan de hacer conexiones con sobras de datos (el recuerdo de un rumor, un mensaje fugaz en el celular antes del colapso de la red) para intentar descifrar la escala del cambio que atraviesa su entorno. Las señales son cada vez más inquietantes, un poco al estilo de las que desperdigaba la serie Lost, y aunque poco a poco van cobrando sentido general, no permiten deducir un significado exacto.
En las entrevistas promocionales, Esmail confirmó que las múltiples guiñadas a Mr Robot lanzadas en Dejar el mundo atrás podrían indicar que ambas historias ocurren en un mismo universo, pero la serie y la película no se necesitan mutuamente. No obstante, entre ambas Esmail configura una descripción original de cómo la política de “alto nivel” afecta las existencias individuales. Lo hace basado en una integración de thriller y collages pop que debe mucho a los maestros de la novela posmoderna –Thomas Pynchon: presente– que, a esta altura y a fuerza de noticieros, habrá que aceptar como un nuevo tipo de realismo. El cierre de la película, que ha merecido centenas de artículos y videos explicativos, resultará un moño clásico para cualquier persona familiarizada con técnicas de improvisación, pero también es una invitación a pensar dónde querríamos estar si las cosas se ponen difíciles.
Dejar el mundo atrás. 138 minutos. En Netflix.