La violencia no está bien vista. Esto no quiere decir que no la practiquemos en sus diferentes variedades, o que la celebremos por dentro, pero como sociedad solemos tomar una postura crítica hacia ella, especialmente cuando es excesiva o celebrada. Pero hablemos de cine, ¡por favor!

Seguramente recuerden un montón de películas violentas, y este análisis caprichoso no intenta cubrirlas a todas, sino especialmente a aquellas que tienen como motivador de la violencia a la venganza. En América Latina es fácil encontrarlas porque los traductores nos cuentan desde el título que estamos ante El vengador anónimo o ante una Venganza silenciosa.

Estas películas suelen seguir a un protagonista que comete toda clase de atrocidades, tomando la ley con sus propias manos (o cuchillos, pistolas, sopletes, etcétera). Es esperable que quienes reciben las piñas, puñaladas, disparos o llamas sean criaturas viles y desalmadas, pero eso tiene que estar fehacientemente demostrado, y con eso llegamos hasta los puntos de karma, el motivo de esta charla Ted. Gracias por acompañarme.

Cuanto más violencia de un protagonista tengamos que justificar, más puntos de karma tiene que haber acumulado. Pero ¿cómo se acumulan? Gracias por preguntar. Bueno... sufriendo pérdidas terribles. Charles Bronson se convertía en vigilante después de que unos delincuentes asesinaran a su esposa y abusaran de su hija. Uma Thurman salía a los espadazos después de un atentado terrible el día de su boda en Kill Bill (traducida como Kill Bill: La venganza para hacerlo lo más obvio posible).

Actualmente en la cartelera cinematográfica podemos ver un ejemplo perfecto de esta clase de historias. Con un protagonista completamente obsesionado por infligir el mayor castigo a un montón de pandilleros, y que tendrá oportunidad de hacer realidad su obsesión. Claro que para eso necesitará acumular puntos de karma en la forma más dolorosa posible.

En la más reciente película del aclamado director hongkonés John Woo, Joel Kinnaman es Brian, un hombre que sufre la pérdida de su hijo pequeño por culpa de una bala perdida en un enfrentamiento entre pandillas. Su primera intentona de justicia lo deja hospitalizado y con las cuerdas vocales destrozadas, así que lo que seguirá es una... (¡todos juntos!) Venganza silenciosa.

Todo comienza de la mejor manera, excepto para Brian, claro. Los primeros minutos son de vértigo, con una escena que agota más que una clase de crossfit, filmada con la maestría de alguien que profesionalmente se sentó detrás de una cámara en la década de los 70 y desde entonces nos ha regalado escenas de acción inolvidables. Sin embargo, lo que podría haber sido un golazo (¡el Punisher de John Woo!) queda a mitad de camino, porque la historia no logra ser ni interesante ni cool.

Acabo de mencionar a Punisher, un famoso personaje de los cómics de Marvel. Es que la película tiene mucho en común con lo que le ocurría a Frank Castle, ese veterano de Vietnam cuya esposa y dos hijos eran asesinados en el Central Park y a partir de ese momento se dedicaba a asesinar a mafiosos y otros criminales violentos (algo que en los universos de superhéroes no suele estar bien visto).

Decía que el primer intento de Brian por vengarse termina en fracaso, que incluye un par de momentos sangrientos que podían anticipar algo más interesante que lo que finalmente llegaría. Deprimido y mudo, sacrifica su matrimonio en pos de la venganza y comienza un entrenamiento de meses que recuerda al de Batman. Claro que Batman es de los que tiene el "no matarás" como uno de sus mandamientos principales.

La muerte inicial (que la película muestra más adelante), el fracaso sentimental y el sacrificio físico hacen que nuestro protagonista acumule un montón de puntos de karma. Y de paso vemos a los pandilleros como animales irredimibles, que reparten billetes a los niños y que venden drogas a los estudiantes caucásicos de Los Ángeles. El nivel de deshumanización del enemigo (del otro) es tan alto que sorprende en el año de nuestro Señor 2023.

Brian, el asceta, se prepara para enfrentar a Playa (Harold Torres), que además fornica con una joven hegemónica que, luego sabremos, está con él por su adicción a las drogas. Así que tenemos un villano feo, repleto de tatuajes, que comanda a un montón de esbirros llenos de tatuajes, tan desechables como los personajes que se te acercan en uno de esos videojuegos en los que no parás de matar gente.

Quizás la no-reflexión se disimularía con escenas de acción de autor, pero Woo no parece muy inspirado. Ni los enfrentamientos catárticos de Brian se sienten frescos, ni el villano es recordable (un baile delirante en el tercer acto no es suficiente; Playa no es el Castor Troy de Contracara). La escena de la escalera quizás sea el mejor momento, pero no compite contra la saga de John Wick. Que además en su primera entrega sufrió la pérdida de un perrito y eso suma muchísimos más puntos de karma.

Venganza silenciosa termina cayendo en una bolsa de acción genérica, malos de cartón y actuaciones de medio pelo que llenaba ciclos televisivos como Cine Espectacular. Woo se merecía algo mejor.

Venganza silenciosa, de John Woo, con Joel Kinnaman. 104 minutos. En cines.