El teatro independiente uruguayo encuentra sus orígenes diez años antes de la fundación de la Federación Uruguaya de Teatros Independientes (FUTI): el 22 de febrero de 1937 nacía en Montevideo el Teatro del Pueblo. Su antepasado más próximo fue un grupo liderado en Buenos Aires por el director Leónidas Barletta, surgido en 1930 y que también se llamó Teatro del Pueblo, en sintonía con Romain Rolland: “El teatro del pueblo no es artículo a la moda ni juego de aficionados. Es la imperiosa expresión de una nueva sociedad”. Pero las palabras de Rolland no sólo habían conmovido el espíritu de los jóvenes artistas porteños: por la misma época nacía en España otro grupo llamado Teatro del Pueblo, que funcionó durante la Segunda República. La cercanía geográfica puede llevarnos a vincular el grupo de Montevideo con el de Buenos Aires, como efecto o hasta como apéndice, pero si unimos otros puntos vemos que la relación con el movimiento español es mayor.

Primero un dato que puede parecer apenas anecdótico: el primer director de importancia del Teatro del Pueblo montevideano era de origen gallego y se llamó Manuel Domínguez Santamaría. Llegado a costas uruguayas antes de contar diez años de edad, la cultura que respiró Domínguez Santamaría era la española. El segundo punto a considerar es que la primera obra representada por el grupo en Montevideo fue La sirena varada, una obra española escrita por el asturiano Alejando Casona, quien, además, estuvo a cargo del Teatro del Pueblo español desde sus inicios, en 1932. La actriz que protagonizó e impulsó esa obra de Casona fue nada menos que Margarita Xirgu, quien ya en 1937 era una personalidad destacadísima del mundo teatral, también en Montevideo. Por último, y no por eso menos importante, en el año de la fundación del Teatro del Pueblo en Montevideo los ojos de América Latina estaban fijos en la sangrienta guerra civil que enfrentaba a la república española con los militares golpistas. En ese contexto, el Teatro del Pueblo de Casona era signo de resistencia cultural.

En Montevideo se había formado a principios de 1937 una institución llamada Teatros Populares a la que adhirieron Clotilde Luisi, Montiel Ballesteros, Jesualdo Sosa, Ildefonso Pereda Valdez, Ovidio Fernández Ríos y otras importantes firmas de la cultura uruguaya de entonces. La institución explicitaba así el principio que la regía: “Los teatros populares han de tener origen necesariamente entre los grandes grupos que pueblan las barriadas y que se encuentran organizados en clubs deportivos, sociedades recreativas y culturales, universidades populares, etcétera”. Al mismo tiempo, sus fundamentos, tal como fueron impulsados y publicados por la Asociación de Intelectuales Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE) en abril de 1937, eran el compromiso por la elevación del nivel cultural y artístico del pueblo, la autonomía de cada grupo para tomar decisiones que creyera convenientes para defender sus principios, y la gratuidad del trabajo, cuya distribución se realizaría de acuerdo a los conocimientos y habilidades de cada miembro.

Mientras tanto, el incipiente grupo de actores uruguayos encabezados por Manuel Domínguez Santamaría realizaba su primera reunión fundacional el 22 de febrero en el Centro de Choferes del Uruguay. No se conservan actas del evento ni registros de las primeras actividades. Probablemente ni siquiera ellos mismos, en ese momento, imaginaran que con ese íntimo acto estaban empezando a hacer girar la piedra que daría inicio al movimiento teatral que transformaría el sistema en los años cincuenta y sesenta. Es poco probable que Teatro del Pueblo haya tenido vínculo artístico con los Teatros Populares, pero la afinidad de sus bases programáticas parece clara. Teatro del Pueblo se preocupó por la elevación del nivel cultural del pueblo al dedicar su repertorio a las grandes obras del teatro universal y a la dramaturgia nacional, trabajó gratuitamente y hasta poniendo de los bolsillos de sus integrantes, tanto para el montaje de obras como para la construcción de nuevas salas teatrales, y cuidó celosamente su independencia de productores y empresarios.

Veinte años no es nada

La primera década fue de gestación, de surgimiento de nuevos grupos, de gente que se va incorporando a la odisea de crear un teatro nuevo. Los primeros ensayos se concretaban en las casas de los integrantes o en lugares alquilados o prestados, hasta que en la década del cuarenta consiguen en préstamo los sótanos del Ateneo para ensayos, probablemente donde hoy se encuentra el Teatro Circular. Hay que considerar que en la década del treinta el teatro en Uruguay era escasísimo. En diciembre pasado publicamos un artículo sobre Ángel Curotto y su influencia en la creación de la Comedia Nacional. Allí veíamos cómo las posibilidades de creación teatral en ese período eran muy pocas: Carlos Brussa y su compañía eran unos solitarios personajes que llevaban teatro al interior del país y a los barrios de Montevideo, el Sodre comenzaba a incursionar en el radioteatro y captaba actores para esas emisiones y los sustraía del escenario, el cine se había transformado en el producto cultural del momento y los teatros devenían cinematógrafos.

En la década del treinta eran muy poquitos los teatros que funcionaban como tales; el circuito se repartía entre el Teatro Urquiza, el Artigas, el 18 de Julio y el Solís. En esos pocos espacios se alternaban compañías españolas, italianas y ocasionalmente francesas que traían sus obras, con los sainetes y revistas de los elencos porteños. Por supuesto que había honrosas excepciones, como el estreno de La fuga en el espejo, escrita por Paco Espínola, por el elenco estable del Sodre (una de esas articulaciones previas que darían lugar a la creación de la Comedia Nacional). Pero era un elenco estatal: en el sistema de representación privado no había espacio para elencos nacionales. Aun así, Teatro del Pueblo logró estrenar su primera obra, La sirena varada, de Casona, en esa inhóspita década. Lo hicieron en el Teatro Mitre, una sala marginal al circuito en la que Clotilde Luisi y la argentina Amparo Mom pronunciaron una conferencia en apoyo a la resistencia española contra la reacción falangista que impulsaba una campaña de ayuda. Ese mismo lugar, en el que resonaron encendidas palabras de compromiso político y donde el teatro independiente dio su primer espectáculo, se transformaría en pocos años en el cine Hindú, dedicado al comercio de películas eróticas y pornográficas, en la actual calle Bartolomé Mitre entre Buenos Aires y Reconquista.

Diez años después de la fundación de Teatro del Pueblo y de los Teatros Populares, ya eran varios los grupos que se autoproclamaban teatros independientes y que en 1947 formaron la FUTI. Hasta entonces, el espacio para la representación seguía siendo el problema clave para los independientes. El primer grupo que logró alcanzar “el sueño de la sala propia” fue El Tinglado, que también en 1947 inauguró una sala de unas ochenta butacas en la calle Mercedes y Sierra (hoy Fernández Crespo). El turno de Teatro del Pueblo llegó en 1953, cuando, tras un enorme esfuerzo colectivo que implicó trabajo e inversión individual de sus integrantes, lograron inaugurar su sala en Yaguarón casi Canelones. Pero un año y medio más tarde un incendio redujo el sueño a cenizas y escombros. Afortunadamente, unos meses después conseguirían en préstamo una sala que compartirían con otro grupo independiente: Teatro Universitario. Durante varios años el teatro Victoria fue el hogar de Teatro del Pueblo, pero se acercaba otra crisis.

Teatro Victoria.

Teatro Victoria.

Foto: Facebook Teatro Victoria

La crisis de 1957

Manuel Domínguez Santamaría fue director de Teatro del Pueblo durante los primeros veinte años. Se sabe que su alejamiento se debió a una crisis interna en el grupo, que afectó a la dirección y que finalizó con su salida. Quien vino a ocupar el lugar vacante fue Rubén Yáñez, que había ingresado al grupo en 1948. Yáñez fue invitado por José Gurvich, con quien compartía el gusto por las artes plásticas, para la realización escenográfica, y además fue invitado por el director para hacer un personaje mínimo, apenas un bolo de policía en la obra Liliom. Fue el comienzo de Yáñez en la actuación y su ingreso a Teatro del Pueblo. No sabía, por entonces, que diez años después se convertiría en el director; no sabía que terminaría sustituyendo a quien lo había acercado al escenario. Luego de esta crisis el grupo pareció intentar un borrón y cuenta nueva. En conmemoración de sus veinticinco años de existencia se realizó un acto en el teatro Victoria en el que Yáñez pronunció un discurso, se otorgaron diplomas, medallas y aplausos a los primeros socios y a los actores fundadores, pero nunca se mencionó al primer director.

Bajo la dirección de Rubén Yáñez, Teatro del Pueblo estrenó Woyzeck, una pieza que resultó exitosa y dio pie a la publicación de folletos ensayísticos y conferencias a cargo de Ángel Rama, Luis Novas Terras y el propio Yáñez. Este cambio en la dirección de Teatro del Pueblo fue un mojón que marcaría su historia, y también fue el primer escalón en la carrera de Yáñez como director escénico. Luego seguiría la Comedia Nacional y después su incorporación definitiva a El Galpón como director y más tarde como secretario general de la institución, sustituyendo a Blas Braidot.

Apagón final y epílogo

Para el teatro independiente hubo un antes y un después de la dictadura. El durante, que fue largo y sufrido, barrió con Teatro del Pueblo. El último estreno antes del cierre definitivo fue el 19 de junio de 1975, con la obra Sólo Sánchez, formada por fragmentos de El pasado, Canillita y Marta Gruni, y dirigida por Helena Balea. Ese año es oscuro en la historia del teatro independiente: a fuerza de clausuras, prohibiciones y persecución, la dictadura hizo desaparecer el Club de Teatro, El Galpón era vigilado y atacado hasta que al año siguiente se concretó su desmantelamiento, El Tinglado y La Máscara retrajeron su participación cultural, y fue el año de la clausura del teatro Victoria. Teatro del Pueblo se quedó sin sala y sin fuerzas para continuar. Con la recuperación democrática intentó rearmarse. En 1985 trató de retomar las cosas donde las había dejado, y volvió con una obra sobre Florencio Sánchez, dirigida por Hugo Blandamuro. A fines de 1987 volvieron a intentarlo en El Tinglado con una obra de Heber Castagnet, y finalmente, hace treinta años, montaron una obra que integraban algunos actores del elenco. Pero estos tanteos no se pueden interpretar como continuación y sí, quizás, como un epílogo de aquel apagón de 1975.