En la mansión Stathatos, un exquisito palace neoclásico (aquí, donde lo clásico nació, el neo se siente más) en pleno centro de Atenas, a lo largo de tres habitaciones forradas de fantasmales cortinas blancas que borran suavemente las molduras y los adornos, nos encontramos con especímenes sublimes de una de las formas de arte antiguo más enigmáticas entre las producidas en Grecia: las estatuillas cicládicas que vienen, ça va sans dire, de las islas Cícladas. En efecto y apropiadamente, la muestra, titulada Γυρισμός (traducido en inglés como Vuelta a casa), se halla en el formidable Museo de Arte Cicládico con su colección permanente de esta y otras maravillas (arte griego clásico y chipriota). Y de un retorno (aunque transitorio) se trata: estas 15 piezas –4 utensilios y 11 figuritas– volaron desde Nueva York y forman parte de la vasta colección de arte cicládico –la más imponente fuera de Grecia con sus 161 piezas– de Leonard Stern, un billonario estadounidense que gracias al dinero acumulado con empresas de construcción y otras peripecias financieras, la armó durante décadas.
Como otros superricos ya no tan jóvenes (tiene 84) y sin herederos que aprecien, quiso dejar su colección a una institución que la preservara: optó por el Metropolitan Museum, pero involucró también al gobierno griego, no se sabe si por bondad o para evitar de entrada probables controversias sobre el candente tema de patrimonios de países saqueados entre el siglo XIX y el XX. Patrimonios, claro está, que ahora alardean las vitrinas de los más opulentos museos de las grandes ciudades occidentales, con Louvre, British Museum y Met a la cabeza, instituciones que normalmente restituyen poco y nada. Pero las polémicas, obvia y justamente, no tardaron en llegar y ya en noviembre, cuando se abrió la exposición, se levantaron quejas.
Voces disidentes acusan al gobierno griego de haber aceptado un mecanismo engorrosísimo de idas y vueltas (quedan un año en Atenas, luego viajan a la Gran Manzana durante 10 años, luego, junto con las otras obras y después de 15 años más de Estados Unidos, volverán a “casa” para quedarse, a cambio de otros préstamos griegos a la institución estadounidense), pero sobre todo de no haber verificado, obra por obra, la proveniencia legítima, ya que es notoria la ligereza con la que el Met (y otros museos) aceptó, y acepta, donaciones: sólo el año pasado tuvo que restituir a Italia 21 piezas robadas, sobre todo de arte romano, con un valor de casi 20 millones de dólares.
La imperturbabilidad de los rostros sin lineamientos, a excepción de la nariz, de las estatuillas cilcládicas choca, irónicamente, con el sacrosanto alboroto levantado por personalidades de la intelectualidad griega: por ejemplo, el arqueólogo forense Christos Tsirogiannis, experto en el campo del tráfico ilegal de antigüedades, tildó de vergonzoso e inaceptable el trato, por las razones citadas y porque podría haber piezas falsas en la colección (aparentemente, ya individualizó una), mientras la parlamentaria Sia Anagnostopoulou remarcó la ridiculez de una devolución en cuotas del material cuando se hubiera podido reclamar en su integridad y sin esperar un día. De hecho, como dio a entender también Tsirogiannis, el acto generoso del ricachón parece más una máquina de autopropaganda, suya y del museo, que otra cosa (básicamente, su colección quedará finalmente en Grecia cuando él ya esté muerto, salvo que llegue a los 120 años de edad), y el mismo Met podrá aprovecharse de préstamos medio forzosos para abultar aún más, aunque temporariamente, sus miles y miles de piezas de tékhnē ancestral.
Todo eso pasa en el sempiternamente tenso marco de las fallidas restituciones de patrimonio griego al país de origen, con, naturalmente, en primera fila los mármoles del Partenón “del” British Museum. Luego de décadas de fricciones, justo hace poco se ha empezado a entrever la posibilidad de que algunos de ellos regresen a la Acrópolis, aunque sería para los británicos un “comodato”, algo que Grecia no parece dispuesta a aceptar, con toda razón: es cierto, de todos modos, que la presión sobre los ingleses ha aumentado en 2022 cuando tanto el Vaticano, a raíz de una iniciativa del Papa, como la Región Sicilia restituyeron a Grecia, sin peros y para siempre, todos los fragmentos del mismo Partenón que poseían.
Vuelta a casa, más allá de las diatribas, es un refinado destilado de una de las formas simbólicas más impresionantes de las talladas entre el neolítico tardío y la edad de bronce, una de las más antiguas representaciones humanas tridimensionales (aunque “nueva” respecto a las venuses del Paleolítico superior): sus pequeñas figuras en mármol –en general de 5 centímetros a 30, con algunas excepciones de hasta 150 cm– retratan casi exclusivamente mujeres con un altísimo grado de estilización y rarificación, cuerpos y cabezas triangulares, brazos apoyados sobre el pecho y paralelos entre sí, rodillas ligeramente plegadas, vulva y senos bien marcados. Naturalmente en su historia milenaria hay variaciones, casi todas concentradas en el período que va de 2700 a 2300 a.C., donde aparecen también algunos hombres, grupos con más elementos juntos e incluso “acciones”, como las de músicos que tocan especies de arpas y flautas. Lo que comparten con la sucesiva estatuaria griega es el uso del color: si bien muy pocas conservan hoy trazos de color (mientras en el arte clásico y helenístico es mucho más común), es evidente que también el cicládico no fue un arte en blanco, sino uno que utilizaba colores plenos y que nosotros probablemente tildaríamos, drogados por la falsa ecuación mármol antiguo = virginal blancura, de kitsch.
Se desconoce el uso que tenían las figuritas, aunque la hipótesis más común es que fueran objetos funerarios (y si así fuera, habría que mirarlas acostadas y no paradas como usualmente se exhiben). Sin embargo, se han hallado también fuera de tumbas y podrían haber tenido roles apotropaicos o de auspicio (no extrañaría una conexión a la fertilidad o a la naturaleza): de todos modos, su austeridad y la limpieza de las formas, especialmente en la subespecie Pelos, que reduce la silueta humana a una forma parecida al violín, es absolutamente asombrosa. Ahora bien, cuando se tiene una enfrente, tanto en foto como, aún mejor, en vivo, es imposible no pensar en varias obras creadas milenios más tarde por escultores como Amedeo Modigliani, Constantin Brâncuși u Oleksandr Arjípenko.
Mientras es hartamente notorio cómo estos artistas vanguardistas (y otros, por supuesto, como Picasso) utilizaron iconografías y “soluciones” africanas, oceánicas e incluso íberas, desconociendo olímpicamente sus historias y contextos (guiados, como eran, sólo por la idea de que se trataba de un arte libre del bagaje formal europeo), casi nunca se cita el cicládico. Sin embargo, es evidente que algún rol jugó: si se pusieran codo a codo, por ejemplo, The Imp (1914) de Henri Gaudier-Brzeska, la Porteuse (1912) de Arjípenko, o varias de las “cabezas” de Modigliani de los años 1911-12 (y sin contar obras más tardías de Jean Arp o Henri Moore) con las estatuillas cicládicas, se obtendría una exposición muy reveladora, además de espectacular. Ojalá algún día, tal vez cuando las piezas hayan vuelto a su originaria ubicación para siempre, alguien pueda montarla.
Vuelta a casa. Tesoros de las Cícladas en su viaje de regreso. Museo de Arte Cicládico (Atenas, Grecia). Hasta el 31 de octubre.