Arranco con una pregunta: ¿cuándo te diste cuenta de que no sabías bien quién era tu padre? Esto no es una referencia velada a Star Wars ni una búsqueda del padre biológico: es una pregunta un poco retórica, un poco disparadora, para aquellos que, aun sabiendo quién es su padre –biológico o no, da igual–, en algún momento saben que no saben. Es decir, asumen la opacidad, lo incierto y lo que nunca podrán saber sobre esa figura que, en el mejor de los casos, nos deja un legado.

Quiero detenerme en la literatura como un modo de hurgar en la opacidad de los sujetos. De cada uno. Si seguimos un poco la línea del psicoanálisis, pero también si nos fuéramos a los griegos y a toda la filosofía previa a la existencia de esa lengua, podríamos estar seguros de que hay cosas de nosotros mismos que aún desconocemos y que quizás nunca conozcamos. Represión e inconsciente mediante, hay motivos (a veces propios) que nos son ajenos. Ahora bien, si aceptamos entonces lo imposible de saber con absoluta precisión aquello que somos, aquello que son quienes nos rodean, vamos a detenernos en esa figura determinante: el padre.

Hoy quiero hablar de literatura y de padres a partir de algunos libros que salieron en los últimos meses o años, pero especialmente de eso que permite la literatura o nos cuenta: esos caminos de indagación para tratar de entender o buscar quién era o qué nos legaba un padre. Y también porque en esa lectura de lo opaco, de lo no dicho que se cuela, podemos intuir o tratar de leernos para saber lo que vamos a dejarles a nuestros hijes. O lo que nos han dejado.

Estos libros son un viaje hacia adentro para buscar esa oscuridad de uno mismo, pero no nos damos cuenta, porque son historias bien armadas y que nos llevan de los pelos un poco.

La lectura de los padres en literatura no es nueva, obviamente. Está en Carta al padre, de Franz Kafka; en Patrimonio, de Philip Roth; en Mi libro enterrado, de Mauro Libertella. O en El hijo judío, de Daniel Guebel, que a la vez remite en forma permanente a ese otro hijo judío arquetípico que es Kafka. La figura del padre está en la literatura desde hace mucho tiempo y se cierne sobre los hijos como un signo de interrogación.

El escritor chileno Alejandro Zambra la ha llamado “literatura de los hijos”, y él mismo la ha practicado en Formas de volver a casa, donde hurgaba en la historia de los hijos de la dictadura para revisar, iluminando de a pedazos y con diversas estrategias, la historia de su padre pinochetista. Pero también aparece en Bonsái y, desde luego y en forma absoluta quizás –y encima con la figura del padrastro, que es un padre doblemente opaco, porque hasta entonces había estado borrado de la literatura–, en Poeta chileno.

Pero también está en dos libros que hace poco reseñamos por estas páginas. En La verdad de una noche (de Ediciones B), Sol Montero, socióloga y especialista en discurso político, escribe su primera novela, en la que aborda a un padre esquivo y una hija llena de dudas que intenta colmar esa opacidad paternal en la narrativa de lo ausente: en aquello que, presume o asume, llevó a su padre a la ausencia: el juego.

En Una música, de Eterna Cadencia, Hernán Ronsino, aclamado autor de Glaxo, entre otras novelas, también pone la lupa sobre un padre fragmentario y ausente. Ha muerto, mientras él toca el piano en un país europeo, en una gira. Toca el piano por legado paterno, pero toca en Europa quizás escapando de ese padre que ahora muere y le deja un campito en una zona del conurbano bonaerense. Desde ese momento la novela se trastoca: el personaje vuelve y trata de entender qué quiso decirle o dejarle su padre con ese campo.

Al igual que el anterior, es un libro sobre el vínculo padre-hijo, sobre el resultado de una presencia-ausencia en el devenir de una persona. Qué ha hecho esa figura en nosotros. En este caso, un padre comerciante exitoso pero obsesionado con un pianista de culto estadounidense.

No voy a hurgar más en las tramas, pero sí vuelvo a la idea de iluminar y de opacidad. En ambos relatos aparece una certeza, o una pregunta que ya no busca respuesta y tiene que ver con aceptar o comprender que podemos revisar, conocer, indagar y pesquisar en ciertos hechos biográficos, en tratar de entender, a partir de esas vivencias, palabras y hasta silencios de nuestros padres, quiénes fueron, pero aun así, en el fondo, como con nosotros mismos, hay algo que permanece oculto, imposible de aprehender. Ese misterio que puede ser una atadura, porque nos obsesiona buscar en esas figuras claves un designio, puede ser también una invitación al juego libre, a probar y a ser simplemente uno y sus circunstancias.