Esta película es, oficialmente, la versión hollywoodense de Somos campeones, de Javier Fesser y con Javier Gutiérrez, el film español de mayor taquilla en 2018, indicado por España para el Oscar a mejor película en idioma extranjero en 2019, y un considerable éxito internacional. Somos campeones, a su vez, estaba inspirada en la historia real de Ron Jones (el mismo del famoso experimento social Tercera Ola). En la década de 1980 Jones fue condenado, por manejar alcoholizado, a prestar servicio comunitario como director técnico de un equipo de básquetbol de discapacitados intelectuales. Jones escribió su historia, publicada en 1990 con el título B-Ball: the Team that Never Lost a Game, que fue adaptada por primera vez como película directamente para televisión (One Special Victory, de Stuart Cooper, 1991).
Es una de esas historias con base real que se prestan a convertirse en mito cinematográfico, ya que tiene un montón de ingredientes de guion clásico, o que se mostraron fácilmente adaptables a ese formato. El protagonista es medio desastre y, además de manejar borracho, tiene problemas personales. Cuando es forzado a entrenar al equipo de discapacitados, no tiene la más mínima idea sobre cómo lidiar con esa gente, a la que alude como retardados. Sin embargo, en la medida en que los conoce, se va encariñando y empieza a apreciar el valor de su enorme esfuerzo por llevar la vida y tener un lugar en la sociedad. Como consecuencia de ese trabajo basado en la empatía y la comprensión, el equipo crece y termina posicionándose muy bien en los Special Olympics, la mayor liga internacional de juegos olímpicos para personas con discapacidad intelectual. En el proceso, el protagonista corrige varios de sus problemas de personalidad y encuentra una razón para vivir.
La película reúne dos tipos de underdogs, es decir, de personas que tienen todas las de perder: por un lado, los discapacitados y, por otro lado, el propio protagonista, que hace macanas. Es una historia de superación, y es también una historia de encuentro y apoyo mutuo. Contiene una moraleja, referida al vínculo con la discapacidad, a la deconstrucción de los prejuicios, a la inclusión. Además, la propia película se convierte en el ejemplo de lo que predica, ya que la mayoría de los integrantes del reparto son ellos mismos discapacitados intelectuales, y podemos suponer que el rodaje debe de haber implicado dificultades especiales. Por otro lado, el film se mantiene en la zona segura del punto de vista de la persona normal: somos nosotros en nuestra relación con las personas discapacitadas, sin dar el paso más radical de convertir a estas en protagonistas.
Esta fue la primera película que Bobby Farrelly dirigió por fuera de la dupla que supo tener con su hermano Peter. No pinta que vaya a tener el éxito del debut solo de Peter Farrelly, la oscarizada Green Book (2018). Es una realización correcta, aunque muy previsible aun para quienes no hayan visto su modelo español. Farrelly tiene muy buena mano para la comedia y pone todo el énfasis en los personajes/actores y sus acciones. No tiene problema en mantener un plano por varios minutos con dos personajes charlando frente a frente.
Mientras que en Somos campeones los problemas personales del protagonista eran más complejos, en la versión estadounidense la línea secundaria es una comedia romántica. Al inicio de la película, Marcus está terminando un encuentro sexual de Tinder con una muchacha. No se llevan muy bien. Poco después, cuando empieza a cumplir la condena, descubre que aquella misma muchacha es la hermana de uno de los jugadores con síndrome de Down que él debe entrenar en el equipo de básquetbol. Una vez que él está en una posición que no ofrece muchos atractivos y que ella lleva una vida demasiado tomada por los cuidados del hermano, ninguno de ellos tiene muchas opciones sexuales y toman la opción pragmática de seguir saliendo. Cada uno de ellos propicia el crecimiento del otro: ella contribuye a que él se vea inclinado a un tratamiento más comprometido con los muchachos, y a su vez él le enseña a ella a no usar los cuidados con el hermano como un escudo emocional. Así se enamoran.
Esa línea, a su vez, ayuda a poner en evidencia el esquema análogo a una comedia romántica en el vínculo entre Marcus y los jugadores. Al inicio ese equipo era el último lugar donde Marcus quisiera estar (él sueña con ser entrenador en la NBA), y él mismo parece ser totalmente inadecuado para entrenarlo. De a poco se van descubriendo y creciendo juntos. Como en toda comedia romántica, hay un momento de baja en el tercer acto: resulta que, gracias a la simpatía mediática que Marcus conquistó con sus logros en los Olímpicos Especiales, finalmente lo contratan en la NBA, y el anuncio de que va a dejar el equipo es fuente de tristezas. Luego viene, en el cuarto acto, el final feliz que corresponde a una película feel good.
Si Somos campeones tenía una música incidental graciosita que hacía que sus chistes bobos se volvieran aún más bobos, esta adaptación es más aggiornada, con su banda musical mayormente de canciones pop. No logré distinguir si va en serio o en joda la música enaltecedora que suena durante la arenga de Marcus en el vestuario. Woody Harrelson es muy simpático y un actorazo. En cambio, el equipo de discapacitados parece menos bien trabajado que en la película española, y eso hace una diferencia enorme.
Ambas están basadas en chistes medio tontos, que tienen que ver con las bobaditas que los discapacitados hacen en los entrenamientos y partidos y la incomodidad y desaliento del protagonista frente a la obligación de entrenarlos. Ambas tienen la virtud de un final que contornea la dicotomía entre victoria y derrota, trasladando el foco a la victoria más importante, que es frente a uno mismo, en la actitud de esfuerzo y superación.
Los campeones (Champions). Dirigida por Bobby Farrelly. Estados Unidos, 2023. Con Woody Harrelson, Kaitlin Olson, Kevin Iannucci. En Torre de los Profesionales, Grupocine Punta Carretas, Alfabeta, Movie Montevideo.