La última hora de la película (unos 3/5 del metraje total) se puede encuadrar en una modalidad que viene siendo muy frecuentada en el cine de arte de las últimas décadas: ocurre algo trágico en la vida de uno o más personajes, que deben entonces vivir con la pérdida, agravada por la culpa. Son situaciones personales tremendamente dolorosas, a un grado que la sensibilidad de la mayor parte del siglo XX hubiera considerado inadecuado para la experiencia cinematográfica, excepto cuando estuviera insertada en un cuadro catastrófico más amplio o enmarcada en la denuncia de injusticias político-sociales.
Si bien buena parte de las películas de este tipo, sobre todo las estadounidenses, tiene un dejo desagradable de narcisismo (“yo sí que agarro el toro por las guampas en el abordaje del sufrimiento”), Close integra la estirpe más fina del cine de arte europeo y trabaja su asunto con una delicadeza, una penetración psicológica y una profundidad realmente excepcionales. Aun viviendo un momento tan difícil, el protagonista Léo tiene sus ocasiones de diversión y risa mientras oscila entre ahogar la tristeza y la culpa o dejarlas aflorar para poder procesarlas. La dirección de actores es un prodigio, empezando por los dos adolescentes en roles protagónicos, pero también por el rendimiento de todos los adultos que tienen papeles relevantes. Es de esas películas que uno desearía husmear en el set para tratar de entender qué prodigios hace el director para obtener unas actuaciones así –y no se trata sólo de conseguir actores buenísimos, ya que Eden Dambrine y Gustav de Waele nunca habían actuado antes en sus vidas–.
Se puede vincular al director belga Lukas Dhont con sus ilustres coterráneos los hermanos Dardenne. Esto es especialmente notorio en la presencia destacada de Émilie Dequenne (lanzada por los Dardenne en Rosetta, 1999) y en el énfasis en el trabajo actoral. También está la cámara en mano, una que se hace notar en una cierta inquietud del camarógrafo que cada tanto avanza o retrocede y corrige el encuadre, no por una estricta necesidad sino como una marca de vida en el trabajo de cámara, en forma análoga a la energía adolescente que los protagonistas tienen que quemar en sus constantes carreras a pie o en bicicleta. Con respecto a los Dardenne, la coreografía de la cámara es menos compleja, pero, respondiendo a un asunto más íntimo, en Close la iluminación y el colorido son más expresivos y la cercanía con los cuerpos gana una significación adicional.
También recuerda a los Dardenne la estructura del guion y el montaje, hechos de escenitas cortas, algunas de las cuales son meros ejemplos de ciertas prácticas cotidianas (almuerzo en familia, ir al colegio, dormir). Ese formato, además de permitir con naturalidad una sensación de paso del tiempo (la anécdota se extiende por aproximadamente un año), permite comparaciones entre momentos análogos: cada uno de los trayectos en bicicleta desde el campo al liceo, siempre de izquierda a derecha y con encuadres parecidos, tienen diferencias significativas que van pintando el desarrollo de la situación, y lo mismo con las secuencias en la pista de hockey, los recreos en el colegio, etcétera. Y finalmente, en lo temático, al igual que los Dardenne, esta película también lidia con la culpa, el amor, la confesión y el perdón, pero en una forma más apartada del tufillo católico de los hermanos.
En forma muy sutil, esa estructura de alternancia entre una cantidad de tópicos cotidianos que se van reiterando contribuye a poner de relieve algunos motivos, trabajados en forma muy sutil. Por un lado, el ciclo escolar cubierto en la anécdota implica, naturalmente, que vayamos del verano feliz del inicio al invierno del bajón central y a la primavera casi verano de la resolución, potenciados por el hecho de que la familia de Léo vive y trabaja en un campo en el que cultiva flores (un regalo para los ojos). Es recién al final que tomamos contacto directo con el trabajo de Émilie, que es enfermera en una maternidad, y oír y ver a los bebés se puede conectar con el renacimiento, así como el uniforme de enfermera se puede asociar con la sanación. Hay otros juegos entre la rotura del brazo y el llanto, y la apertura del yeso y la liberación.
Aun con la sutileza e intensidad desgarradora de ese tramo final de la película, son los primeros 40 minutos los que la hacen más especial. Léo y Rémi tienen cerca de 12 años y son amiguísimos. Quizá por vivir en propiedades contiguas en un medio rural, su vida social consiste esencialmente en esa amistad, que es, incluso, para la incipiente adolescencia biológica de ambos, bastante infantilizada. Al ingresar a secundaria, sin embargo, esa intimidad que comparten es vista como rara por el entorno. En lo que parece ser el primer día de clases, una niña les pregunta si “están juntos”, es decir, si son novios. Eso alarma especialmente a Léo, quien nunca había calibrado su vínculo con Rémi en función de la mirada de los demás. Para ambos era algo totalmente natural dormir en la misma cama, abrazarse, reposar la cabeza de uno en el hombro del otro, manifestar uno al otro su admiración y su fragilidad. La intrusión de la mirada externa prende una alarma, una necesidad de definición, que en Léo va a implicar una búsqueda de normalización: diversificar los vínculos, insistir en los deportes en cuanto marca de masculinidad. Y esto va a desestabilizar totalmente a Rémi. Ese proceso también está mostrado en la película con una agudeza y una sutileza excepcionales.
Frente a eso, gana un alcance especial el plano final. Además de remitir al inicio, con su paseo por el campo de flores, incluye esa miradita de Léo hacia atrás, que es una mirada a la cámara, como dialogando/cuestionando/interpelándonos, antes de seguir adelante, que de eso trata también esta película.
Close. Dirigida por Lukas Dhont. Bélgica, 2022. Con Eden Dambrine, Gustav de Waele, Émilie Dequenne. Life Alfabeta y Cinemateca.