Goya rezonga a través de la garganta de Picasso y de estos dibujantes de la segunda mitad del siglo XX, como Carlos Palleiro, Anhelo Hernández, Leonilda González y otros, que plantaron trazo a los sátrapas de sus épocas, ya fueran las tropas napoléonicas, la peste nazi o el no menos pestilente Milton Friedman con sus goznes bípedos de la CIA.
Pusieron frente a nosotros a sujetos individual y colectivamente traumatizados por el abuso; Saturno devorando a sus hijos, madres, toros y caballos en Guernica, la novia que no nos mira, el centauro rojo, el puño pájaro-paloma.
Imágenes de aparente claridad que no valen más que mil palabras, sino que provocan esas mil palabras. Que obligan a usarlas, a todas esas, para interpelar, transformar la experiencia visual en pensamiento, a trocar una época visual en época verbal y que el verbo sea acto.
¿Saturno tiene miedo? ¿Su pecho se parte de angustia? ¿Come o vomita? ¿Roba Picasso a Miguel Ángel o parte las piernas y brazos de los vascos bajo fuego como antes lo hizo el Greco? ¿Qué o en quién piensa esa novia entre novias? ¿Ese jinete está rojo de sangre? ¿Fusila a Velázquez? ¿Es un caudillo federal? ¿Mano, puño bolchevique, paloma, ternura, resistencia?
La incertidumbre, la pregunta, el decir no, son los primeros amagues de libertad cuando el dominador propone respuestas únicas y sin contraste, ya sea desde la inquisición, el coaching o ChatGPT.
El manso consenso de la luminosidad, de la certeza, de ponerse de acuerdo en lo obvio (cuando es en lo obvio que se esconde la trampa), adormece en la repetición excitada de un guion preescrito por los asesores. El paisaje se puebla de sensatos.
La principal condición del estilo es tener algo para decir, y el poeta nos recomienda decir lo nuestro, ser los últimos en hablar y dar a nuestro decir sentido, darle sombra. Dice la verdad quien dice sombra.
Se puede tener mejor o peor destreza técnica pero la diferencia está en tomar partido, salir del guión. Ir con el Guernica a una exposición organizada por el Estado francés, grabar mujeres inciertas, llenar de color y gráfica los afiches de la izquierda revolucionaria. No son épocas para hablar de árboles.
Francisco de Goya grita que hay que escapar de una comunicación unívocamente inteligible, que anule el deleite; que es obligación resistir para mantener el enigma. Mantenerse en el gesto para no ser totalmente descifrable y obligar a pensar otros mundos, porque este está saturado de una luz tan blanca que vira al azul, a la ceguera.
La experiencia estética después de Auschwitz no sólo es posible, sino que es necesaria.
El Perro luchando contra la corriente, otro semihundido, nos acompaña.