Nuevamente el Teatro Solís va a prestar su espacio, su peso histórico y su belleza para la inauguración del Festival de Cinemateca, este miércoles a las 20.30, con la exhibición de Los hijos de otros, quinto largometraje de la francesa Rebecca Zlotowski. Luego de eso, desde mañana hasta el domingo 16, vamos a disponer de unos doscientos títulos, repartidos en nueve competencias (Largos Internacionales, Largos Iberoamericanos, Derechos Humanos, Largos de Cine Infantil, Cortos Internacionales, Cortos Uruguayos, Cortos Infantiles —en dos franjas de edad—), además de panoramas internacionales de largos y de cortometrajes, una muestra de películas sobre música (Ensayo de Orquesta) y otra de cine sobre cine (Ojo con el Cine), una sección de obras recientes de directores consagrados (Trayectorias), otra de cine experimental español y otra más que no entiendo bien qué es pero lleva el apetitoso nombre de Exhibiciones Especiales. Estarán en las tres salas de Cinemateca, en Sala B, Sala Zitarrosa y Alfabeta. Con un alcance más allá de Montevideo, también habrá streaming en la plataforma +Cinemateca a partir del día 13 y proyecciones de ocho títulos en distintas localidades de Canelones. Hay películas de todas las grandes regiones del mundo con la excepción de Oceanía.

Maravilloso, quién puede negarlo. Pero, ¿qué ver? Lamento no poder ser de gran ayuda: de toda esa inmensidad sólo vi dos títulos. Si valiera una estadística basada en un muestreo tan ínfimo, diría que el emboque es del orden de 100%, ya que ambas están buenísimas. La española Cerdita, de Carlota Pereda, al inicio parece que va a ser una comedia más de esas que empatizan con una joven gorda que sufre bullying de sus coetáneas. Pronto deriva hacia algo totalmente distinto, hacia el lado del thriller, y uno que incluye planteos revulsivos. Es una película muy stylish, atrapa la atención desde el minuto uno, pasa volando, siempre están ocurriendo cosas inesperadas, interesantes, que pueden ser divertidas y/o dejar los pelos de punta. La actuación de Laura Galán es formidable y valiente. En forma muy adecuada, la dan en el trasnoche del sábado 8 (a las 23.15 en Cinemateca, y también el domingo 9 a las 19.45 en Alfabeta).

La coreana Decision to Leave, de Park Chan-wook, involucra una situación almodovariana: detective queda obsesionado/enamorado de la sospechosa de un crimen, y ella lo termina correspondiendo, al punto de provocar otro asesinato para renovar el morbo de la situación sospechosa/stalkeador. El estilo es modernista y mezcla sin mucha claridad realidad presente, memoria, imaginación, digresiones, saltos complejos en el montaje, disfruta comparaciones y correspondencias gráficas entre los cortes y combina poéticamente la obsesión amorosa a lo Vértigo (de Hitchcock) con el gore cotidiano en la vida de un investigador de homicidios. (Sábado 15, 20.30, en Alfabeta,).

Haré todo lo posible por ver las demás 198, y les comunicaré mi fracaso estrepitoso cuando haga el comentario posterior al festival. En calidad de fanático y frecuentador asiduo del Festival de Cinemateca desde 1986, suelo emplear un criterio múltiple. Trato de no perderme las nuevas películas de directores que ya conozco y aprecio. La mayoría de ellos están en la sección Trayectorias: los nombres del italiano Gianni Amelio, de los españoles Isabel Coixet y Jonás Trueba, del iraní Jafar Panahí, de la francesa Mia Hansen-Løve y del coreano Hong Sang-soo bastan para ponerme nervioso de antemano (¿conseguiré entradas?, ¿no coincidirán con alguno de los compromisos impostergables de los que no logré librarme?). Aun fuera de esa sección, encuentro los nombres prometedores de los uruguayos Lucía Nieto Salazar y Oscar Estévez, y de los brasileños Júlia Murat y Júlio Bressane (este genial e histórico cineasta entra con una película que dura siete horas, ¡sic!).

Uno siempre encuentra gente conocida en las funciones, y a veces surgen conversaciones con gente desconocida en las filas o a la salida, y algunos de esos encuentros son fuentes de recomendaciones atendibles. También hay allegados que las publican en Facebook o en Letterboxd.

Luego está el criterio geográfico. ¿Cuántas veces más tendré la oportunidad de ver una película de Kazajistán, de la República Centroafricana, de Azerbaiyán? No importa lo que sea, esas procedencias garantizan un cierto valor turístico, el contacto con paisajes, idiomas, formas de ser y de narrar que suelen ser interesantes. Y muchas veces me he llevado unas sorpresas excelentes. También están las aficiones por el cine asiático (este festival trae películas de China, Corea, Japón, Vietnam y Camboya), el rumano, el argentino y el brasileño. Y está el cine uruguayo, la chance de ver, por ejemplo, las primeras realizaciones de conocidos míos como Catalina Marín y Juan Recuero.

El editorial del boletín saca a relucir un extenso currículo del gran cine que se descubrió en las previas 40 ediciones de este festival, el más grande del Uruguay, que incluyó, entre otros, a Darren Aronofsky, Pedro Almodóvar, Jim Jarmusch, Alejandro Jodorowsky, Aki Kaurismäki, Takeshi Kitano, Abbás Kiarostamí, Lucrecia Martel, Mohsen Makhmalbaf, Margarethe von Trotta y Lars von Trier, presentados aquí cuando casi nadie había escuchado sus nombres. Son antecedentes que justifican actos de fe. Hay pocas cosas más lindas que ir a ver una película meramente porque queda un espacio en la agenda, sin tener la más mínima idea de qué te espera. Obvio que algunas veces me clavé como un zapato con ese procedimiento, pero cuántas veces no me clavé también con alguna película horrible firmada por un gran director, con las recomendaciones de la persona más crack y con la sinopsis que pintaba interesantísima.

No hay terreno seguro. Además está Murphy: cuando termine todos estarán hablando de la tal maravilla que me perdí por distraído. Pero el método aleatorio te lleva a lugares a los que, de otra manera, quizá jamás arribarías, y cuando uno encuentra algo buenísimo el goce está amplificado por la sorpresa y la alegría de haber embocado (recuerdo que así llegué a Tabu de Miguel Gomes en 2013, a Fantasmas de la ruta de José Campusano en 2015, a Pendular de Júlia Murat en 2017). No es como ver cualquier cosa en Netflix: estamos recorriendo un terreno especialmente sembrado de valores, ya que hay brutas cabezas pensantes, sensibles y bien informadas detrás de esta programación. Las chances de enriquecer el alma con buen cine son especialmente altas durante estos diez días de festival.