Hay un video que anda circulando en las redes en el que aparece Elton John justo cuando está componiendo “Tiny Dancer”. Sentado ante un piano vertical, vestido con una chaqueta roja con puños y cuello azules y lunares amarillos, el buen Elton revisa ante la cámara un puñado de papeles arrugados hasta quedarse con uno, que debe alisar con insistencia para que pueda sostenerse en el atril mientras presenta la música que acaba de terminar para esos versos de Bernie Taupin. Salvo por el detalle de la chaqueta, es posible evocar una escena similar para ilustrar el vínculo creativo entre Gary Brooker y Keith Reid, el cantante-compositor y el letrista, respectivamente, de Procol Harum. De hecho, su particular método creativo era el mismo, al revés de lo que suele ser usual en el medio: primero los versos, luego la música. Es más, la leyenda fundacional de su más grande éxito comienza con el correo llegando por la mañana a la casa de Brooker y el descubrimiento de una carta que contenía la letra de un tema que hoy es un monumento, conocido en castellano como “Con su blanca palidez”. No resulta difícil imaginarlo alisando el papel como Elton hace con la letra de Bernie, para poder sentarse al piano y buscar una melodía que le permita cantar esos versos.
Como aquel tema fue también el primer simple de la que entonces era su nueva banda, para rastrear el comienzo de la relación entre ambos hay que remontarse al grupo que Brooker –estudiante de Zoología y Botánica antes de dedicarse a la música– tenía antes de Procol Harum, llamado The Paramounts. Fue Chris Blackwell, el fundador del sello Island, quien puso a Reid en contacto con el grupo, que tuvo un éxito menor con un cover de “Poison Ivy”, de The Coasters, pero terminó apenas como grupo acompañante de la cantante Sandie Shaw antes de separarse. Brooker regresó derrotado al hogar familiar luego de aquella primera experiencia con el mundo de la música, pero, lejos de darse por vencido, comenzó a componer temas con Reid. Algo que los llevó a formar otro grupo, bautizado con el nombre del gato que tenía un amigo de su mánager, Guy Stevens, personaje fundamental a la hora de hablar del tema que haría que todos pasaran a la historia. Porque “A Whiter Shade of Pale” –título original de “Con su blanca palidez”– es una frase que Reid confiesa haber escuchado en boca de Stevens, hablando del aspecto de una chica en medio de una fiesta. Una descripción que remite al dicho “más claro que la nieve” antes que a su caprichoso bautismo en castellano, y que funcionó como verdadero punto de partida del éxito más inesperado del llamado Verano del Amor en Gran Bretaña, allá por 1967, lánguida contraparte como número uno del ranking de los simples del inmortal Sargento Pimienta de los Beatles, un suceso mucho más acorde con aquellos tiempos llenos de colores, que figuraba al tope del de los discos.
Como suele decirse, el resto es historia, pero en el caso del tema de Procol Harum la historia no deja de ser llamativa. Porque si bien “A Whiter Shade of Pale” es recordado como el tema que estaba sonando en un pub del Soho londinense cuando Paul McCartney vio por primera vez a la que sería su futura esposa y madre de sus hijos, Linda, es también la canción que martirizó a Brian Wilson, el líder de los Beach Boys, que al escucharla pensó que se encontraba en su propio funeral. En el obituario que publicó hace unos días el Times de Londres para despedir a Reid –murió el 23 de marzo, con 76 años, la misma edad que tenía Brooker cuando falleció, el año pasado–, se enumeran algunas de las preguntas que se han hecho desde hace años alrededor del significado de su letra: “¿Es la descripción de una seducción, o un viaje de ácido que termina saliendo mal? ¿La elegíaca evocación de una separación romántica, o una visión de la experiencia de su padre en el campo de concentración de Dachau?”. Efectivamente, el padre de Reid fue un abogado judío detenido en Viena luego de la llamada Noche de los Cristales Rotos, que huyó a Londres sin mirar atrás apenas fue liberado, ocho años antes del nacimiento de su hijo. Pero, si bien el letrista terminaría asegurando que el tono oscuro de su obra quizá tuviese que ver –de manera inconsciente– con esa trágica herencia, específicamente sobre el tema le aclaró en 2008 a la revista especializada Uncut que “estaba tratando de evocar un estado de ánimo y al mismo tiempo contar la historia de una chica dejando a un chico”.
Cuando Charly García grabó su propia versión –que hoy se puede escuchar gracias a Youtube–, terminó teniendo que dejarla fuera de su disco El aguante porque no logró que aprobasen su personal traducción de la letra, que incluía referencias a espejos y polvo en cajitas. Pero más allá de los significados de sus versos o de las referencias a Johann Sebastian Bach contenidas en su música, la última palabra alrededor del tema la tuvo el otro tecladista del grupo, Matthew Fisher, quien el 7 de marzo cumplió 77 años: debió litigar durante tres juicios hasta que la Justicia británica le terminó concediendo en 2009 una parte de la autoría por la distintiva introducción que interpretó en su órgano Hammond a la hora de grabar la pieza. Si bien la parte concedida fue de 40% de la música –su pedido fue de 50%– y las regalías no fueron retroactivas, sino que empezaron a correr a partir de que presentó su caso, en 2005, Fisher celebró entonces lo que consideró un triunfo: “Puedo asumir que de ahora en más mi nombre no va a formar parte de la lista de tarjetas de Navidad de Gary o de Keith, pero es un pequeño precio a pagar por asegurar mi justo lugar en la historia del rock”. Todo más claro que la nieve.